Publicada originalmente en Revista Tiburón
Encontrado
muerto un año atrás, fue una de las voces icónica del rock en los
años noventa. Genio musical y cabeza de Stone Temple Pilots, debió
lidiar contra su propia personalidad que lo fue llevando lenta e
inevitablemente hacia la autodestrucción.
Las
luces se prenden en el Dodge Theater. Los Pilots están de vuelta, en
gira nacional tras un ferviente agite de la industria y el visto
bueno de los hermanos DeLeo. Pero Weiland está casi inmóvil, su voz
es temblorosa, como salido de un fardo, por momentos balbucea;
agarrado del asta del micrófono augura un promisorio salvataje del
ridículo, más que del show en la desértica Phoenix, del lodazal en
que su mente ha vuelto a caer, una vez más, en una pendiente cuya
tregua pareció ilusoria. “Time to wait too long/ To wait too
long”, resuena “Big Empty”, como ruego, debajo de un ancho
sombrero que se desploma contra el bombo de Eric Kretz, recreando una
imagen cruda y sincera de una vida expuesta a vagar entre el limbo,
abstraída, hasta que sus pasos decidan ceder.
California,
Uber alles
Hijo
pródigo del oleaje californiano, Weiland creció con su madre en la
fabril Ohio, la ciudad alemana por excelencia en territorio
americano. Con mueca inocente, un abultado pelo rubio y numerosas
pecas sobre la nariz, de niño debió lidiar con el acoso de
bravucones y abusones que llegaron incluso al extremo de violarlo.
Introducido a la música por su padrasto (Dave Weiland), pasaba sus
tardes colgado del despliegue atrevido de Rolling Stones y la cálida
prosapia folkpop de los Kingston Trio, pero no podía sacar de sí la
culpa, la tristeza y el enojo por la partida de su padre biológico,
Kent, a quien visitaba durante el verano en completo mutismo.
California
se había mostrado como la nueva morada del ska y el punk a fines de
los ochenta, pero la “tercera ola” que exhibía a Mr Review, The
Slackers y Operation Ivy, entre otras, estaba llegando a su fin.
Weiland, ya con fama de renegado e impredescible, se ganaba unos
dólares como impresor del
Los Ángeles Daily Journal.
La marea impulsando su tabla de surf era uno de los pocos prepucios
de libertad encontrados, como una suspensión momentánea del tiempo.
Atrapado en un fétido departamento de Long Beach junto a Robert
Deleo, la música era una opción de alienación.
Los
años como Piloto
Luego
de años rodando por Los Angeles en reductos de mala muerte, Core
(1992) fue el resultado
de esa iniciativa con los Deleo y Eric Kratz a la que apostó
Atlantic Records. Rapidamente, "Wicked Garden", "Plush",
"Creep" comenzaron a ser tarareados en cualquier lugar a
cualquier hora. Los Pilots habían construído clásicos del rock del
día a la mañana. Weiland estaba enérgico, rozagante; se movia de
un lado a otro del escenario como una culebra: un neo-Iggy Pop. Sin
embargo, la fama parecía una opresión en los hombros para el
californiano. "Pendenciero, provocador, copia de Eddie Vedder",
eran algunos de los tantos calificativos de la prensa norteamericana
para una de las nuevas caras del rock; él odiaba a cada una ellas,
sea MTV
o Rolling Stones;
"son cubos llenos de basura", decía. Nirvana y Pearl Jam,
aún en su disparidad, brillaban como nunca; era una bola grunge a la
que la banda fue arrastrada aún sin pertenecer. La cumbre alcanzada
con "Interstate Love Song" y "Big Empty" no
pudieron evadir a un Weiland desbordado por los químicos. Su
detención en Pasadena con heroína y crack solo era un vestigio
ínfimo de lo que vendría.
Los
problemas de Scott empezaban a calar hondo en los Pilots, la gira de
presentación de Tiny
Music - uno de los
mejores disco del cuarteto: un hard rock con ápices melódicos y
profunda poesía - parecía poco problable viendo el deplorable
estado de su lider. Los idas y vueltas en clinicas de rehabilitación,
las fumatas interminables con Courtney Love, los desencuentros con su
mujer Janina Castaneda, comenzarían a nublar el idilio. "Estoy
atraído por los opios tanto como John Keats estuvo atraído por la
muerte" diría Weiland años después en su autobiografía (Not
Dead & Not for Sale).
El resto de la banda formó Talk Show y Weiland siguió escribiendo
en solitario, igual como lo hacía de niño. La banda, aún sin
terminar, estaba quebrada. "Usted tiene un trastorno bipolar"
le dijeron los médicos por esos años, pero él no quería
medicaciones y ni tratamientos especiales. Era Scott Weiland por eso
y a pesar de eso.
"I
couldn`t find myself. I didn´t want to find myself. I Became
invisible", pasaba por la cabeza de Weiland cuando despertó
milagrosamente de una nueva sobredósis de heroina a fines de los
noventa. Su único destino era el dolor perpetuo; su nuevo hogar por
153 días: la prisión, tras haber violado su condena domiciliaria.
En la cárcel, en su hogar, arriba del escenario; cualquier lugar era
una condena. "Solo las drogas me hacen un hombre libre, flotando
en un espacio sin demonios y dudas" diría luego en sus
memorias.
Revólveres
de cebita
Shangri
- La Dee Da y Thank
You, aun con críticas
favorables, parecieron más una forma de expulsar los últimos genes
Pilots que una opción real de continuar por un camino ya embarrado.
Scott ya había girado por su cuenta con 12
Bar Blues, pero una
oferta económica irresistible y la posibilidad de mojarle la oreja a
sus ex compañeros lo hizo cambiar de parecer. A pesar de haber
odiado a Guns'n Roses, Weiland se había unido a sus ex integrantes
para tocar como Velvet Revolver. "Era un producto para obtener
ganancias" diría años después. Aún así, la banda había
catapultado nuevamente a Weiland a lo más alto. Bastaba verlo en el
vídeo "Slither" con su impronta Jesuschrist para quedar
magnetizado por sus movimientos eléctricos y su voz, aunque más
rota que antes, cargada de matices y sensibilidad. Weiland estaba más
limpio que nunca, pero su incomodidad en formar parte de algo que
siempre repudió lo impulsarían a un nuevo autoboicot. Tan solo
meses después, Weiland estaba en prisión luego de manejar drogado
su auto y volcar en la carretera. "Quiero abandonar este
infierno, de veras, no quiero seguir puteando a la gente que me
quiere", dijo posteriormente en un comunicado.
Velvet
Revolver se estaba cayendo por su propio peso y Weiland lo sabía.
¿Participar de la banda sonora de Hulk? ¿Qué mierda era eso? Su
segundo disco en solitario, "Happy in Galoshes" (Feliz en
Sandalias) era una manera de huír del sentimiento de culpa. Viajes
en giras por separado, enfrentamientos con Slash, extremas
diferencias musicales. El límite había llegado. "El segundo
disco fue un fracaso y jamás estuve de acuerdo en la forma de
llevarle a cabo. Viendo que el proyecto estaba muerto, les dije: se
acabó, en cuanto terminemos la gira, me marcho. Ellos no lo
aceptaron y se dedicaron a lanzar mierda sobre mí", dijo
Weiland, al que la banda, en un lugar común y reduccionista, acusó
de haber echado por drogadicto.
Su
última Oda
Los
Pilots ya se habían reunido a escondidas para planear el
reencuentro, pero el buen humor de Weiland los llevó a pensar en la
posibilidad de volver a lo grande. Asi salió su sexto disco homónimo
luego de siete años. El álbum era un éxito, pero los desniveles de
Weiland preveían un nuevo estallido al caer. Los problemas en la
gira de presentación de 2011 obligaron a los hermanos DeLeo a
separar a Weiland para que se recupere de una vez por todas. Pero él
no lo aceptaría, ¡A la mierda Stone Temple Pilots! El podía
empezar de cero si lo quería. Sin perder el tiempo, juntó a un
puñado de músicos amigos y salió de inmediato a tocar por el país,
dándole nuevos aires a sus composiciones de STP y VR. "No me
había sentido tan emocionado con una banda desde los días de Stone
Temple Pilots", decía en esos días.
Con
una puesta más ligada a David Bowie - otro de sus grandes referentes
- los Wildabouts dieron luz a su primer disco, Blaster.
Lo había hecho de nuevo, las canciones eran frescas, sinceras, una
amalgama de los mejor del hard rock, el cálido pop que solía
recubrir las canciones en los Pilots y algunos destellos de folk
provenientes de sus años mozos. Sin embargo, los demonios seguían
cercando a Weiland. La muerte abrupta del guitarrista Jeremy Brown a
poco salir el álbum era un golpe directo a su cerebro, que lo
sumergía nuevamente en la niebla que parecía haberse disipado.
Scott
Weiland murió a poco de inicarse la gira de Blaster, un 3 de
diciembre de 2015 cerca de las nueve de la noche. La policía de
Minnesota encontró su cuerpo en el autobus de la banda junto a una
bolsa de cocaína. La autopsia determinó que la muerte fue producto
de una sobredósis de drogas y alcohol. "I can't live this way/
please refill my soul/ don't have a nickel or a dollar but/ you feed
me /my bottle's empty but you always/ refuel me/ I feel I'm sinking/
but you won't/ let me drown me" desprende "Lounge Fly",
como tantas otras, que desde un principio anunciaban su final. Aunque
la prensa pareciera rescatarlo más por sus disputas con la ley, los
que vivieron al lado de su música siempre lo recordarán por la
sinceridad y belleza de su pluma; esa voz rasposa pero cercana que
resulta tan familiar; ese aura de angel desesperado, sin alas,
anhelando reencontrarse con su paz.
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