Publicada originalmente en Revista Kunst
En
Cadáver Exquisito, el canibalismo se materializa bajo un mundo
dominado por el consumo. Allí, donde los límites entre el ser y los
entes se angostan, un acto de amor pondrá a prueba el último gramo
de humanidad que aún sobrevive en la tierra.
Ph: Eloy Rodríguez Tale |
Son
casi las siete de la tarde en el pasaje Tres Sargentos, a unas pocas
cuadras del mítico Luna Park. El calor sofoca, acorrala, invita a
replegarse hacia las medias sombras de los escaparates. El cielo,
límpido, rebota contra los tablones de las cervecerías que,
desplegados a lo largo de la vereda, empiezan a ocuparse de turistas.
Un señor maduro que titubea entre una mesa y otra, levanta la vista
y decide ceder el lugar que linda con la calle empedrada. El espacio
es reducido pero cada tanto los autos se filtran, se cuelan fuera de
ese gran atolladero de avenidas porteñas que llamamos “capital”.
Agustina Bazterrica llega de buen humor, se maneja con confianza.
Viste elegante y lleva colgando de la cintura la tarjeta de su
trabajo. Mientras revisa la escasa oferta vegetariana de la carta del
bar, habla de las repercusiones de su novela, Cadáver Exquisito, y
de la agenda cargada de notas que tiene por delante. Muestra en su
celular un mensaje de la hermana pequeña de una amiga. Una lectora
no habitual que devoró su obra en casi cuatro horas y que le pidió
que escriba un nuevo libro. “Ya está, me doy por hecha”, dice.
Lo cierto es que su nueva obra, galardonada con el premio Clarín
Novela 2017, no para de generar repercusiones. Enhebrada en la vasta
historia de la literatura distópica, Bazterrica narra los días de
Marcos Tejo, el encargado de Krieg, uno de los frigoríficos más
importantes de carne humana. En una sociedad azotada por un virus que
ha contaminado el consumo de carne animal, los tiempos urgidos del
capitalismo, amainados por el creciente proceso de despersonalización
social, han puesto sus brazos en el propio espécimen humano; en esa
misma sociedad donde el otro ya no construye identidad, adonde la
autoexplotación guía a las masas bajo máscaras de libertad.
Todos
somos caníbales
En
1580 el filósofo francés Michel de Montaigne dio a conocer, entre
sus vastos ensayos, un apartado dedicado a una tribu caníbal que
ocupaba buena parte del litoral brasileño entre lo que hoy se conoce
como São
Paulo y el cabo Santo Tome, en el estado de Río de Janeiro. La
comunidad en cuestión eran los Tupinambás, una porción guerrera de
los Tamoios que habían ofrecido una importante resistencia a la
ocupación blanca y que practicaban un particular y macabro ritual:
comerse los unos a los otros. El canibalismo había surgido como
respuesta al kuru,
una enfermedad degenerativa que se incrementaba a pasos agigantados
entre las mujeres y niños de la tribu. El ritual se ofrecía como un
acto de afecto y respeto hacia los demás. Montaigne, sorprendido por
la sacralidad ceremonial, entendió que su realización permitía
demostrar que cada sociedad respondía a un sistema de valores
únicos, el cual tornaba difícil establecer una línea divisoria
entre la barbarie y la civilización. Bajo ese interrogante germinal,
la filosofía política del siglo XVII y XVIII construiría un
compendio de principios rígido y dogmático de la mano de Hobbes,
Locke y, en especial, de J.J. Rousseau y su Contrato
Social.
La moral, de esa manera, venía a salvaguardar un estado de
salvajismo latente; una inminente guerra perpetua entre unos y otros.
A pesar de ello, cuatro siglos han bastado para reafirmar cuán
relativo era el concepto de “civilización” que había enunciado
Montaigne. El vigente sistema capitalista crece estimulando la
explotación y la preponderancia del más fuerte; creando monopolios
que precarizan las condiciones de vida de los sectores más populares
en pos del culto a la libre competencia. Así, el mercado – como un
reconvertido Leviatán – no necesita límites, es amoral. Bajo esa
órbita, comernos los unos a los otros se ha transformado en una
práctica diaria, estresante, que nos disocia y homogeniza; que borra
nuestros rostros para amansarnos, como ganado, listos para ser
devorados por ellos: los dueños de la moral, los mismos de siempre.
Por
una cabeza
Marco
Tejo es un hombre gris, rodeado de números y responsabilidades.
Encargado del frigorífico Krieg, ha visto, desde la crudeza del
hombre que observa y decide, cómo las cabezas de los animales fueron
reemplazadas por rostros humanos. Un supuesto virus que ha
contaminado a los especímenes obligó a la sociedad a redefinir su
forma de alimentarse: ha optado por devorarse a sí misma. A la luz
del imperante mercado, la industria de carne humana se ha
normalizado: se compra, se vende, se cazan “cabezas” como
recreación, se clasifican según etnia y edad. Marcos vive a la
expectativa de la muerte de su padre, el hombre que lo formó.
Extrañado, en un mundo nuevo que le acontece, debe lidiar con las
excentricidades del negocio, con las presiones de su ex esposa, las
mezquindades de su hermana y la impertinencia de sus sobrinos. Allí,
en el oscuro y remoto hospicio de sus pensamientos, encontrará una
señal de vida en Jazmín, una “cabeza” regalada que pasa sus
días temerosa en el garaje, esperando, a pesar de los dilates, su
final anunciado.
Agustina
Bazterrica - autora de Matar
a la niña
y de los cuentos de Antes
del encuentro feroz
- delinea en su nueva novela un lenguaje dúctil, universal; capaz de
condensar el terror, el drama, la empatía y la desesperanza. Desde
la base de una investigación minuciosa y concisa, el descarnado
relato de Cadáver Exquisito nos invitará por medio de planos,
voces, imágenes y sensaciones a ponernos de cara a una realidad
solapada, durmiente; una realidad que decidimos evadir diariamente,
imaginando que no existe, que no es cierta, que no está.
…
¿Se
puede entender Cadáver Exquisito más que como un novela distópica
desde un planteo moral respecto de los límites de la idea de
humanidad?
Mi
intención no fue la de una novela panfletaria. Soy vegetariana, pero
no una vegetariana modelo. Tal vez lo sería si fuera vegana, y una
vegana muy concreta. Pero, además, me parece que el fanatismo es
otra forma de violencia. Por eso no me interesó escribir algo así.
Lo que sí me interesó fue reflexionar sobre un montón de cosas que
ya venía pensando y pude volcar en la novela, de manera intuitiva.
Después de escribirla, la analizas y decís: acá está tal
razonamiento o este otro. La mayor línea de reflexión sería la del
canibalismo simbólico: cómo nos canibalizamos los unos a los otros.
Esa es una de las bases del “capitalismo salvaje”.
En
una nota reciente en La Nación, José Emilio Burucúa hablaba de la
necesidad de las preguntas acerca de la ética y el bien común, que
se han ido perdiendo dentro de una cultura narcisista. ¿La novela
podría ser una respuesta a ello?
Me
interesa la cuestión global. Esto del canibalismo simbólico lo veo
en el subte todos los días: en la Línea A nos maltratamos, nos
vamos fagocitando de a poco. Y también lo veo en cuestiones más
graves - que son las que más me impactan – como es la trata de
personas. Ese es un ejemplo claro de cómo una persona en cautiverio
puede ser fagocitada por otra, se le consume su energía. Y si no hay
un cambio, en principio individual, pero que necesariamente se
traduzca a lo social, vamos rumbo a la distopía. Aunque ya estemos
viviendo muchas de ellas, grandes y pequeñas. Además, a mí no me
saldría una literatura del yo. Me aburro de mi misma. No la leería
yo, y menos pienso escribirla. Por eso cuando se me ocurrió la
novela y el tema, empecé a pensar una historia, porque no me
interesaba sólo hablar del canibalismo. Puedo describir un
frigorífico, pero ¿qué más? Ahí es donde surgió la historia del
protagonista.
No
es una novela panfletaria pero la obra se inserta en contexto de
mucho debate respecto del veganismo y la industria de la
alimentación. Tal vez no hay cambio radical pero sí mucha más
atención al respecto.
Hay
una enorme resistencia en nuestro país, en especial cuando el asado
es considerado sagrado. Es verdad que se habla más del tema, pero lo
que suele pasar es que hay más reacciones negativas al respecto. De
hecho, lo he vivido siendo vegetariana. En ese sentido, la novela
también surgió de un cambio de paradigma a partir de dejar de comer
carne. Cuando veo una milanesa o un pancho ya no se me conecta con
mis días de niñez, veo un cadáver. Ahí surge la novela.
En
una de las escenas de la novela, Marcos se enoja con sus sobrinos
porque ellos están practicando un juego en el que se imaginan qué
sabor puede llegar a tener él. Marcos se niega a comer carne y
recibe la burla de su hermana, preguntándole sobre un supuesto
veganismo. Allí parece quedar en claro que el virus que afectó al
consumo de carne vacuna no impulsó al veganismo, solo implicó su
reemplazo por la carne humana.
Totalmente.
Lo que pasa es que, si bien hay casos aislados, no nos comemos de
forma literal por una cuestión de tabú. Porque de hecho somos
carne, tenemos proteínas. Es más, hubo tribus que lo han hecho y lo
tienen aceptado.
¿Crees
que la adicción por el consumo en sí nos ha hecho obviar cada vez
más el producto y las situaciones que emergen a partir de él?
Sí,
el tema es consumir, lo que venga y sin ver más allá. Por eso la
novela se la dedique a mi hermano, Gonzalo Bazterrica. Él es chef y
estudia todo lo relacionado con la alimentación consciente. Con esa
alimentación entendés que no es lo mismo comer que alimentarte.
Empezás a ver las etiquetas: ves cómo surgen y de qué están
hechas las cosas. Ahí te das cuenta de qué es lo mejor para vos. Te
informás sobre lo natural, lo orgánico, el impacto de tu cuerpo.
Eso mismo lo trasladé a la carne, por eso dejé de comerla. Me di
cuenta no solo del impacto negativo de la carne a nivel biológico;
estás también comiendo un cadáver; ingiriendo toxinas y
antibióticos. Y cuando te pones a investigar desde dónde viene la
carne, te decís: yo no quiero formar parte de la matanza de tantos
seres, de toda esa violencia. De la misma manera, en Cadáver
Exquisito está cuestionado el virus que afecta a los animales. El
protagonista lo cuestiona. Lo que hago es trabajar con esta idea, tan
actual, de no cuestionar lo que pasa, incluso desde la política nos
comemos cualquier verso. El consumo no tiene que ver solo con lo que
introducís en tu cuerpo por la alimentación; cuando ves Tinelli
estás consumiendo un producto complicado.
En
uno de los capítulos centrales de la novela Marcos recibe el
reproche de su hermana por no usar paraguas en la calle y exponerse a
un posible contagio de parte de las aves infectadas. Ella, ante el
descreimiento de su hermano, argumenta su realidad a partir de la
difusión en la tele, en el discurso político y en el decir de los
vecinos. Eso hace pensar que una “posverdad” que hoy puede
perjudicar a un candidato político, en el mañana puede llevarnos a
sumir en una realidad ficticia.
Construimos
todo un sistema de creencias que sostienen nuestra propia realidad;
las diversas realidades que hay. Así lo vamos justificando. Una de
las reflexiones de la novela - al menos la mía - es que el consumo
de carne está ligado al capitalismo salvaje. Cuando te comes un
sanguche de jamón y queso estas comiéndote un pedazo del animal que
sufrió. Si vos podés hacer esa escisión y no tener en cuenta de
que ese jamón viene de un animal, podes también hacer esa escisión
con tus pares. Los podés objetivar, despersonalizar; y de esa manera
los poder violentar, violar y hasta ignorar. No lo vas a considerar
un ser capaz de sufrir.
En
relación a eso, ¿el virus que somete a la sociedad termina siendo
un tema de fondo alrededor de una cuestión clave como es el
comportamiento humano en situaciones límite?
Sí,
porque lo que me llama la atención es el hecho de que aceptemos
vivir sin cuestionarnos nada. Si realmente la gente supiera cómo es
el proceso de faenado, probablemente dejarían de comer carne o al
menos lo dudarían. Eso se puede trasladar a lo que sea. Las
violencias y los maltratos se van acumulando, y así los vamos
naturalizando. Este sistema nos atraviesa, tenemos que hacernos cargo
de que somos hijos del capitalismo.
¿La
crisis termina poniendo sobre la mesa muchas actitudes viles y
miserables que parecen haber estado desde siempre en las personas
pero reprimidas en pos de un comportamiento moral o una cultura?
Eso
desde ya, otra de las líneas análisis de Cadáver Exquisito es
acerca de eso que entendemos por moral o, si se quiere, la
civilización. La barbarie hoy está mucho más refinada, no sé si
la superamos en algún momento. Los actos de crueldad o barbarie
están velados. Un bife en el plato está velando un acto de
barbarie. Es verdad, no nos matamos de manera literal, pero en cierta
forma nos matamos de manera simbólica. Nos violentamos
permanentemente.
Además
de la cosificación que implica convertir a una buena parte de las
personas en “cabezas de ganado”, se advierte una transformación
social más amplia viendo a ese grupo de personas marginales
denominado “Los carroñeros”, que parecen perros de la calle
esperando que alguien les tire un hueso.
Es
que estamos programados para meter al otro en pequeños cuadraditos.
Al no considerarte un otro con tus complejidades, yo te puedo
discriminar. Y al discriminarte te ubico en ese cuadrado pequeño
catalogándote como un “carroñero” o - como puse en la novela -
un “negro de mierda”. Un término que en Buenos Aires gran parte
de la gente usa muy alegremente. Se usa sin ningún problema. Esa fue
una de mis reflexiones: con qué liviandad metemos al otro en un
estereotipo vacío o lleno de negatividades.
¿Cuánto
hay de causalidad entre Cadáver Exquisito y la creciente ola de
neoliberalismo que tiñe buena parte del mundo avasallando los
derechos de las personas más vulnerables?
Lo
pensé de manera global. Con que haya ganado [Donald] Trump tenemos
para temer, y mucho. El capitalismo nos afecta a todos.
Hay
un elemento que parece central en la trama, que es el miedo, una
especie de combustible necesario para que toda esa maquinaria
funcione. Lo mismo sucede en el terreno político, cuando se
implementan medidas de ajuste alegando evitar situaciones caóticas.
Es
una de las grandes herramientas de todas las políticas, que se
traducen en manejar a las masas. No es menor que se traduzca también
en la alimentación, lo recalco; lo que comes es también lo que sos.
No digo que todo el mundo pueda acceder a la comida orgánica, pero
si pudiéramos hacerlo es posible que fuéramos algo más lúcidos.
Si comes todo el tiempo comida de mala calidad pueda que pierdas la
lucidez para ver algunas cuestiones. Uno de los problemas que existe
es la información, porque hay maneras muy baratas de comer sano: por
ejemplo, los germinados, a partir de semillas, que son lo más barato
que hay en el mundo. Entonces, es parte del qué comemos, cómo nos
alimentamos, qué consumimos y qué oímos. Hay que tratar de no
dejarnos manejar tanto, aunque no sé si sea posible.
En
los tantos comentarios que genera tu novela en las redes, muchos de
ellos describen reacciones de sorpresa, angustia e incluso de morbo.
¿Crees que ese tipo de respuesta tiene que ver con que el texto
desnuda muchas de nuestras intenciones internas o con la cercana
realidad que proyecta la historia?
Tiene
que ver con las dos cosas. Primero, los temas tabúes siempre generan
rechazo y atracción. Por algo las películas de zombis – las
buenas - tienen tanto éxito. Eso se mezcló con una narración
acerca de un faenado en un frigorífico, que de por sí es
impresionante, y lo es doblemente si se trata de un par tuyo. El tema
de la impresión tiene que ver con el lenguaje narrativo que usé
adrede. Cuando pensé en la novela, me pregunté qué tipo de
lenguaje narrativo iba a usar, porque no siempre uso el mismo. Mi
primera novela es completamente barroca. Acá, al ser un tema tan
denso, quise plasmar una estructura de best
seller
con un lenguaje fácil de leer, muy narrativo y visual. La hermana de
una amiga me decía que ella “veía toda la novela”. Eso es
fundamental, porque la gente cuando la lee, la ve. Y eso genera aún
más impresión, y hasta reacciones corporales, como una periodista
que me dijo que le dio nauseas.
Curiosamente
Cadáver Exquisito presenta muchas similitudes con una novela muy en
boga actualmente como es El cuento de la criada. ¿Hay algún tipo de
conexión entre ellas?
Cuando
estaba por terminar la novela, mi novio, que es el encargado de
buscar series, se encontró con la del “Cuento de la Criada” (The
Handmaid’s Tale).
Ahí nos fanatizamos y leí el libro. Y aunque haya escrito Cadáver
Exquisito antes de conocer a [Margaret] Atwood, la novela tiene un
montón de puntos en común. Ella decía en una de sus entrevistas
que había escrito la novela basándose en cosas que actualmente
ocurrían, no sobre algo fantasioso. En mi caso es igual, me baso en
cosas que ocurren hoy.
Cuando
en tiempo pasado aparecía la literatura futurista, daba la impresión
de que esas problemáticas que introducían al debate estaban muy
lejos de ocurrir en ese presente. La literatura distópica actual
parece centrarse en cuestiones que guardan mucho de actualidad, que
están latentes.
Las
buenas distopías, al menos las que yo leí, están hablando de
cuestiones que pasan en el momento. Así está 1984,
que
habla sobre los abusos del comunismo; Nosotros
de [Yevgueni] Zamiatin, un autor ruso que fuera parte del partido y
que tuvo que irse debido a esos abusos. El
Cuento de la Criada
habla de cuestiones que Margaret Atwood ya en 1985 estaba viendo y
que hoy son súper vigentes. Lo mismo Un
Mundo Feliz,
que retrata las problemáticas de la industria en Inglaterra. En mi
caso, trató de hablar de las cosas que me parecen problemáticas
hoy: el consumo, los derechos de los animales, el canibalismo
simbólico. Hay otro tema que quizás no toco tanto para no exponer
la trama de la novela, que plantea hasta qué punto uno es capaz de
llegar por el deseo, por ejemplo de tener un hijo. ¿Cómo querés
tener un hijo? ¿Comprándolo? ¿Cómo? Hoy es un tema que está en
boga debido a la cantidad de tratamientos que hay, de los cuales
estoy de acuerdo. Pero son temas a pensar.
El
protagonista, Marcos Tejo, vive por un lado atado a una inevitable
partida de su padre y, a su vez, se relaciona con una cabeza, Jazmín,
cuya muerte es inminente. ¿El lugar de él es un poco el del cruce
entre la vida y la muerte?
Es
casi intrínseco, nos estamos muriendo segundo a segundo. El tema es
cómo queres vivir esa muerte inminente, que valor le das y como la
ubicas. Para mí la muerte es una transición a otra cosa, quizás
para otra gente sea un fin absoluto. En la novela, Marcos está
atrapado por un montón de circunstancias. Por un lado el padre, que
si bien no es una prisión, porque él lo quiere, lo lleva a trabajar
donde trabaja. Después, la muerte impacta o no depende del valor que
se le dé. Las cabezas no lo tienen, Jazmín no lo tiene. Mi planteo
es que vivimos en un planeta repleto de seres, humanos y animales,
donde ninguno quiere morir. Entonces, ¿porque tu muerte va a tener
más valor que la muerte de una vaca? Pero así es como nos programa
el sistema, para darle menos valor a una vaca o para darle más valor
a la muerte de un Golden Retriever que a la muerte de un cerdo.
Allí
lo simbólico termina decidiendo el valor de unos u otros aún siendo
todos iguales.
Sí,
creo que es el planteo de base en la novela, independientemente del
capitalismo, Todos tenemos un valor y no lo estamos viendo, y
educamos a nuestros hijos así. Cuando le das a tu hijo un plato de
“Patitas”, le estas dando muerte. Ni hablar de McDonald’s.
¿Te
cambió como escritora ganar un premio de la magnitud del Clarín
Novela?
Sí,
claro. No me cambió a nivel creativo y en producción: no soy mejor
escritora por haber ganado un premio. Además, no es el primero que
gano, tengo más de treinta ganados. Sí éste es el de mayor
visibilidad. Pero, por ejemplo, el premio municipal es muy
prestigioso y te da hasta una renta de por vida. Sinceramente, no me
creo más por haber ganado el premio, pero lo bueno es que ahora
puedo llegar a todo el país. El hecho de que te lea gente en
Bariloche – como me ha pasado - para mí es maravilloso. Se trata
de eso en realidad. Como escritora quiero que me lean, ya pasé la
etapa donde quería que me leyera solo mi abuela. Ya está, sino no
publicaría ni me presentaría a concursos. No haría nada más que
escribir en mi casa y punto. Lo que te cambia, sobre todo, es
publicar en una editorial como Alfaguara. Antes había trabajado en
editoriales muy chicas. Y de repente ahora trabajo con un corrector.
Lo que sí, publicar en las anteriores editoriales me dio un montón
de experiencia, me posibilitó prensa, de otra manera ésto lo
hubiera vivido con mucho más estrés, porque hay que aprender a dar
entrevistas: a salir en la tele o en la radio. Te da una exposición
con todo lo positivo y negativo que tiene eso. Y así, también, se
abre un abanico de grandezas y miserias humanas.
Además,
te pone en la expectativa tanto del mercado como de los lectores para
que escribas algo de igual o mayor éxito al de Cadáver Exquisito.
Seguro.
No sé qué surgirá. Por ahí este vaya a ser mi único libro bueno,
y yo igualmente voy a estar feliz. Pero uno siempre busca escribir
mejor, lo hice desde que empecé, no a partir de ganar el Clarín.
Fueron muchos años: soy lenta, trabajo mucho las ideas, investigo.
Por ejemplo, para la escena de sexo de Marcos con la carnicera, que
serán dos o tres páginas, leí Lolita
de [Vladimir] Nabokov, El
traductor
de Benesdra; releí La
Sierva
de Andrés Rivera y El
Limonero Real
de [Juan José] Saer. Todo eso para no caer en una escena porno o
cursi.
Se
nota en la novela que hay un conocimiento muy acabado de toda la
industria de la carne, en especial del trabajo en los frigoríficos.
Para
eso investigué mucho: videos, manuales de maquinarias, muchos
institucionales. Había, entre ellos, un video tremendo donde
mostraban cómo se tenía que trabajar a las tripas, las blancas y
las rojas. Sí, hay un video de tripas. Esos videos los vi millones
de veces. Leí montones de libros, hasta una tesis de un autor
colombiano que se llama Pensar
Caníbal.
Todo relacionado con la temática. Me empape de ese mundo casi en un
año y medio. Todo lo que caía en mis manos sobre canibalismo y
derechos de los animales lo iba leyendo. Y muchos amigos escritores
me mandaban textos por WhatsApp en ese entonces.
¿Y
se logra salir rápido de un universo de tal magnitud como el de la
carne?
Salí
más o menos. Me siguen cayendo textos. Una lectora que trabaja en el
mismo edificio que yo me vino a ver a partir de leer la novela, y me
pasó varias entrevistas a veganos. Yo sigo leyendo. Me empapo. Me
pasó con el libro de Fernanda García Lao, Nación
Vacuna.
Al que llegué cuando ya me sabía finalista del premio Clarín. Mi
novio lo vio en una librería y lo leí antes de ganarlo. Y así,
como ese, siguen apareciendo hasta hoy cosas al respecto.