Publicada originalmente en Revista Kunst
En Siempre empuja todo,
un balneario semi desierto será el escenario donde confluyan la
longevidad de la memoria, las fantasías desesperadas y las
dificultades para rearmar una vida tras la viudez.
Ph: Eloy Rodríguez Tale |
Es miércoles por la tarde
y los últimos resabios del sol declinan en la esquina de Mendoza y
Amenábar. Las bufandas se abroquelan a los labios morados que,
marchitos, exudan escasas palabras en los alrededores de la Plaza
Noruega. Los pocos jacarandás que bordean el camino se desvencijan,
dejan entrever el clima de época. A media cuadra, frente a una
panadería, está sentado Salvador Biedma, detrás de la vidriera de
la librería Colastiné. Tiene puestos unos lentes pequeños. Un aro
aflora de la oreja izquierda
y se pierde por momentos entre su barba. Se levanta para abrir la
puerta. Trae una banqueta, va a buscar agua para preparar el mate.
Recuerda sus años de laburo periodístico: menciona el paso por la
revista Playboy y la dirección de Mil Mamuts, el
proyecto que tuvo junto a Alejandro Larre. Un fondo amarillo recubre
una larga fila de libros, buena parte de ellos parece escapar a la
lógica del mercado actual: allí se vislumbra el diario de filmación
de Fitzcarraldo, la obra insignia de Werner Herzog, y los
Modos de ver de John Berger. A Biedma le entusisma el ida y
vuelta. Menciona a Jean-Luc Nancy; piensa en cómo ciertos libros
pueden marcar el rumbo de los emprendimientos. “Hay lecturas que
redirigen tu pensamiento”, dice. Eterna Cadencia acaba de publicar
su segunda novela, Siempre empuja todo. Un cuadro solipsista
alrededor de la memoria fragmentada y el paso del tiempo, donde su
protagonista, Rubén, atraviesa sus días en un balneario casi
inhabitado: esbozando entre sus recuerdos, buscando hallar los
elementos que le han dado sentido a su existencia, mientras lidia con
la culpa y los sentimientos de congoja que han teñido de decepción
sus últimos años de vida y que lo han puesto de cara a
sí mismo, ante el frío de la soledad y la expectativa de una
muerte venidera.
Música para camaleones
Corría 1750 y la salud de
Johann Sebastian Bach, el profesor de la Thomasschule de
Lepzig, se resquebrajaba. Afectado por una creciente ceguera y por
las tensiones generadas con la clase mercantil debido a su apoyo al
monarca sajón Augusto II de Polonia, el compositor de las “Cantatas”
se había acuartelado en su habitación para dar final a la que sería
su obra cúlmine, aquella capaz de elevar su nombre a la estela
máxima de la música, “El arte de la fuga” (Die kunst der
fuge). Una fallida operación ocular y las posteriores
complicaciones que implicaron una abrupta apoplejía, dieron por
tierra el cierre anhelado. Aún así, el único manuscrito existente,
conservado por su hijo Carl Philipp Emanuel, daba cuenta de una
prestigiosa habilidad para la técnica del contrapunto
(contrapunctus), en donde el proceder primaba respecto de la
estructura de la obra musical. Allí, la fuga funcionaba como base
para la elaboración de nuevas composiciones contrapuntísticas,
simultáneas y a modo de respuesta, convirtiendo a la monotonía en
un acto de belleza estética invaluable.
En Siempre empuja todo,
Salvador Biedma (Buenos Aires, 1979) hace uso de la rutina de un
hombre de la tercera edad, para mostrar cómo la soledad, los
recuerdos y la fantasía pueden conducir a recorrer los caminos ya
desglosados con la misma incertidumbre de la primera vez - desde un
ángulo divergente y por momentos provocador - y hacer posible un
derrotero inesperado contra la irreversibilidad del tiempo, el peso
del remordimiento y la decadencia física.
...
Hay una idea latente en
toda la novela que es acerca de la incapacidad del protagonista para
escribir, ¿qué buscabas reflejar con esa situación?
Hay veces en que me olvido
de partes de lo que escribí, y en parte me venía olvidando del
vínculo de la escritura con Rubén, que es uno de los puntos de
contacto con la novela anterior (Además, el tiempo). A mi
entender hay, más bien, algo entre lo que él logra escribir pero
que no entiende, que le resulta ilegible. Y también está la
necesidad de quitar cierta idea del escritor - o algunos de lo
estereotipos formados del escritor - mostrándo al tipo que intenta
escribir y nunca logra llegar a nada o al que escribe y nunca puede
publicar. Además, en general, de la dificultad de la escritura: no
desde la tortuosidad – puede ser disfrutable – pero dando cuenta
de que no siempre es algo lineal. Rubén pone la escritura casi como
una excusa del porqué de su viaje, parece más eso en realidad, una
excusa.
Esa imposibilidad
creativa puede funcionar como metáfora de Rubén, al ser alguien con
una vida que no puede seguir construyendo tras haber quedado viudo y
sufrir la distancia de su hijo.
Lo que hay claramente es
un enojo con estar viudo, con estar viejo, y con el hijo que no fue
al viaje. Y él decide hacer ese viaje igual.
En ese caso, ¿es un
enojo con el tiempo?
No
hay nada que no exista sin tiempo, pero no se si es un enojo con él.
Sí, el protagonista se va a un lugar donde justamente no tiene
ninguna red de contención, donde es un extranjero, o doblemente
extranjero, porque se va a un hotel (“hotelito” en la novela) que
no es lo que corresponde a su clase social.
Pero es el mismo lugar
al que iba siempre con su familia.
La playa sí. Había una
vuelta planeada con el hijo que no la logra porque el hijo no está,
y eso le hace ver que su mujer tampoco. Y el tiempo está porque
volvés a un lugar al que no fuiste desde hace treinta años. Y es el
mismo lugar pero no a la vez.
Aún si fuera el mismo
lugar, la perspectiva que uno puede llegar a tener con el paso de los
años es distinta.
Si,
claro. Pero hay cosas que cambian. Y para los que estan en ese lugar
él es un extraño.
¿Es Rubén un tipo
acorralado entre cierta necesidad de recordar los años que le dieron
sentido a su vida y dejar atrás aquellos últimos que lo sumieron en
el desamparo?
Sí,
en algún punto hay cosas que no están claras en la novela y no es
que yo las tenga claras y las esconda o no las diga; mi mirada es la
misma que puede tener cualquier lector, y hay bastantes cosas no
dichas. En cierta forma tiene que ver, también, con la confusión
del personaje, de Rubén. Lo que hay es un plan para estar con su
hijo, y el hijo no está. Entonces él se ve solo en ese lugar al que
iba con el hijo y la mujer. Hay una idea de la vejez y del deterioro
cognitivo, donde se le da otro espacio al recuerdo, y donde noto que
a partir de cierta edad la gente empieza a atribuir cualquier olvido
a la vejez cuando, en realidad, si alguno de nosotros se olvida de
algo, dice: “uy, me olvidé” y listo.
En la novela hay un
contexto que conecta la soledad de una playa, el sentimiento de
vejez, la repentina atracción hacia una figura más joven, la música
de fondo. ¿Reconocés un acercamiento de la historia a Muerte en
Venecia de Thomas Mann?
No se
si tanto como pensarlo. Es otra época la de esa novela, donde la
homosexualidad del protagonista se ve como algo tremendo. No digo que
hoy no haya tapujos al respecto – sigue habiendo varios
lamentablemente – pero en esa época eran muchos más. Hubo varias
cosas que tuve presente para la novela, una es efectivamente Muerte
en Venecia; otra es Luna caliente de Mempo Giardinelli –
una novela que me gusta mucho - donde hay una situación entre un
adulto y una preadolescente, en otro contexto como fue durante la
dictadura. Creo que puede haber una evocación de Muerte en
Venecia pero a la vez no tiene nada que ver; es decir, no lo
planteo como una reescritura de esa novela ni nada por el estilo –
aparte no podría hacerlo -. Tal vez haya algo de El extranjero
también. Lo relacionaba el otro día Federico Gori en un posteo que
funcionó como una reseña. Son lecturas que uno tiene en la cabeza.
También Las tierras blancas de [Juan Jose] Manauta que no
tiene nada que ver con ésta, pero que tiene un final que parece el
de un cuento. Y está bueno poder escribir algo así.
Hay una frase muy
interesante que dejás traslucir respecto de esta falta de
creatividad del protagonista, cuando decís: “No era que faltasen
historias sino que no tenía la frescura a nivel oficio para
transformar esas historias en cuento o novela, en algo con forma”.
¿Qué entendés vos como autor por transformar en algo con forma?
Hay
veces en que uno escribe cosas a las que no logra encontrarles una
forma, que no sabe cómo contarlas. Incluso puede haber cosas que son
como mucho más “reales”, experiencias que uno tuvo, que trata de
escribir y no logra cómo pasarlo a un texto; y hay cosas que no
tienen nada que ver con lo que uno vive y sí encuentra una forma.
Tiene que ver más con el principio de lo que uno escribe: una vez
que ya escribiste las primeras tres o cuatro páginas, o está la
forma o estás escribiendo de gusto, pero ahí es donde se juega eso
de encontrar el modo de escribir algo.
¿Y te pasó
particularmente con Siempre empuja todo?
Antes
de que se publicara Además, el tiempo tenía entre cinco y
siete páginas escritas del principio de Siempre empuja todo.
Sabía que en algún momento iba a continuarlo y lo dejé ahí, para
bastante tiempo después volver a agarrarla. Pero sí sabía que
había algo allí para continuar.
Uno de los temas más
fuertes del texto gira alrededor de la fantasía del protagonista por
asesinar a la “chica Magnasco”. Lo curioso es que Rubén no
parece espantado ante ese posible evento sino más bien preocupado
por lo que vendrá después. ¿Por qué?
No es
el caso de un psicótico, de alguien que no siente culpa por haber
hecho algo brutal. Sí hay algo de culpa y un fantaseo que insiste, y
que a veces no está claro si se cumple o no, o si se cumplió en
otra época con la misma fantasía. Creo que es más algo de un
neurótico que puede anular o no ciertos recuerdos vinculados a una
fantasía. Lo que siento es que en algún momento él marca que no
quisiera haberlo hecho o no quisiera hacerlo. Y tal vez logra llegar
al final sin haberlo cometido. Alguien que leyó la novela dijo que
el personaje jamás podría cometer semejante crimen.
¿Por qué no?
Por
la personalidad de Rubén. Es una lectura válida que se puede hacer
o no.
Hay un libro de un
forense norteamericano que se llama Los hombres malos hacen lo que
los hombres buenos sueñan donde se refuta esta típica
asociación entre la violencia y la gente con algún desorden
psicológico o perfíl criminal. Todos en potencia estamos dispuestos
a matar.
Muchas
veces han usado la palabra inquietante para hablar de la novela –
incluso en la contratapa – y creo que lo tremendo de Rubén es
pensarlo como cualquier persona que, sin que te enteres, puede
fantasear con violar a una chica o cometer un asesinato. Y que vos
nunca te enteres de esa fantasia, habiendo realmente un deseo
importante de cumplirlo. Ese deseo a la vez puede ser metáfora de
cualquier otro deseo oscuro que de algún modo todos tenemos o, al
menos, que nosotros consideramos oscuro. En cierta forma está la
idea de Hannah Arendt de la “banalidad del mal”, de que un tipo
como tu tío puede ser también un jerarca nazi o que [Rafael] Videla
puede comer un asado con sus nietos como cualquier abuelo, y que no
dejar de ser tremendo al pensarlo.
Si uno piensa en la
incapacidad de las sociedades por imaginarse a través de la cultura
con su verdadera edad, a sabiendas de la longevidad que tiene la
población promedio, termina siendo desafiante que hayas elegido a
una persona madura como protagonista.
Sí,
más que maduro. Es alguien cercano a los setenta años que se mira
las manchas en la piel. Ahí hay algo que tuve en cuenta de un modo
más o menos consciente en la escritura, que fue el libro Unos
dias en el Brasil de [Adolfo] Bioy Casares, que es un diario de
viaje que él hace al Brasil en 1960: él no solía ir a congresos,
pero va a uno del Pen Club en Brasilia cuando acababa de ser nombrada
capital del país, pero todavía estaba en construcción. Y él ahí
ya se ve las manchas en la piel; la sensación de ya no ser atractivo
para las mujeres e incluso, en el medio, comenta cómo una chica de
catorce años se desmaya de amor por él durante el viaje.
¿Y qué te aporta de
diferente que el personaje sea tan mayor?
Tanto
en esta novela como en la anterior lo primero fue el lugar, y eso fue
lo que me dio la trama y la historia. En un principio tenía la idea
de una pareja en un hotel pegado al mar, pero no encontraba una
historia dentro de eso. No se cómo surgió que sea Rubén, hay cosas
que no son del todo racionales, con decisiones de escritura del tipo
“voy a poner a alguien de tal edad”. Sí creo que está bueno y
que termina habiendo algo casi ideológico en el hecho de haya una
escena de sexo de alguien que no es joven y que puede gozar de eso, y
no tener mayores problemas al respecto (no necesita tomar viagra).
Termina habiendo cosas que están buenas que pasen. Son personas que
para la sociedad muchas veces son un problema, porque es verdad que
la expectativa de vida cada vez es más alta. Y eso termina siendo un
dilema para una familia. No es el caso de Rubén, pero sí está el
hijo que quiere hacer su vida y se encuentra lejos de él.
Con
respecto a la imposibilidad de la escritura, siento que hay varias
imposibilidades en Rubén. Sobre todo la de no poder decirle al hijo
que está enojado con él por no haberlo podido acompañar. Las
imposibilidades que trae de su edad. Y de algún modo hay algo entre
esa imposibilidad de él por no sentarse a escribir y la chica
Magnasco sentándose en el piano. Si bien no toca piezas propias,
interpreta. Hay algo ahí, en esa relación que se genera entre los
dos.
Justamente, la música
siempre está detrás de cada escena: desde Bach y Chopin a Debussy y
Gershwin. ¿Por qué elegiste en especial este tipo de música para
representar el texto?
Tiene
que ver con haber leído Moderato cantabile (Marguerite Duras)
donde hay un niño que aprende a tocar el piano y su madre lo
acompaña. Me parecía lógico que si alguien tocaba el piano fuera
música clásica.
¿Por qué?
No sé
(risas). Me parecía lógico, no sé si lo es. No me la imaginaría
tocando una rumba y que Rubén se pare a escucharlo. Y la elección
de los músicos es bastante clásica. También había un riesgo de
parecer alguien que quiere demostrar todo lo que sabe de música. Lo
único más moderno que aparece, entre los discos del protagonista,
es [György] Ligeti. Y Debussy es casi un chiste por todas las
alusiones que él tiene para con el mar y las escalas que él hace al
respecto. También hay una cuestión entre la música, el mar de
fondo y el sol que está presente siempre.
Es interesante que
hayas puntualizado en El arte de la fuga de Bach, sabiendo que
la composición de la fuga responde un poco a la rutina de Rubén: el
hombre que se despierta cada día, que lidia con Teresa, va a la
playa, charla con la adolescente; y eso se va repitiendo pero sumando
cada vez más particularidades. Se complejiza la monotonía.
Es
una muy buena lectura, no lo pensé así. El que volvió a usar la
fuga fue [Astor] Piazzolla en Tocata y Fuga. Hay como una
melodía que se mantiene y a eso se le van sumando capas de otras
melodías. De eso me doy cuenta a partir de lecturas de otros. Hay un
plano donde todo es muy rutinario, que se narra con mucho detalle. Y
eso se va enrareciendo a medida que vas conociendo más a Rubén y
que él va conociendo a la chica Magnasco. Y con Teresa hay una
incomodidad pero también una tensión, una tensión sexual de hecho.
Y existe una complicidad. Ella tiene cosas muy “masculinas”. En
algún momento se narra que cuando él llega, Teresa está con un
cortafierros en la mano, cuestiones de una potencia que no suelen
estar asociadas a lo femenino, y de violencia incluso, aunque ella no
lo sea.
Te leí en varias
oportunidades hacer alusión a los pueblos del interior respecto a
tus historias. ¿Se puede pensar Siempre empuja todo –
también Además, el tiempo – como una obra surgida a partir
de las anécdotas que surgen de las entrañas de estos pueblos?
Mis
viejos tienen un campo en Castelli, provincia de Buenos Aires. No es
que me crié allí pero iba todos los fines de semana, en los
veranos. Me gustaba mucho más que estar en la escuela o encerrado en
un departamento. Terminaba el fin de semana y no quería volver a
Buenos Aires de ningún modo. La idea de la trilogía – que sería
como una trilogía bonaerense – tiene que ver con tres lugares
distintos, a los cuales alguien llega. Es probable que tenga que ver
con la infancia, pero seguro tiene que ver con cómo usar estas cosas
de las que de algún modo te enterás. Me acuerdo de la historia de
un linyera que iba cruzando un puente y siempre iba con un montón de
perros y de repente dijo “este perro no sirve más” y tiro uno
para abajo del puente. Había un dicho en Castelli que decía “vamos
todos dijo chaparro”, y el tal chaparro tenía un perro que se
llamaba “todos”, entonces cuando decía eso era por él y su
perro. Ese tipo de historias – si bien no están en las novelas –
merecen un lugar, merecen estar. Y el “loco del pueblo” es un
mito pero a veces existe. Hay algo llamativo en esas sociedades un
poco cerradas: si aparece alguien fascina y a la vez es rechazado, se
da ese doble juego. El que trabaja eso – yo lo leí cuando ya
estaba en imprenta Siempre empuja todo – es [Mariano] Quirós
en Una casa junto al tragadero, que es un tipo que va al
interior del Chaco, y se trata con la gente de una comunidad perdida
siendo él de la gran ciudad, Resistencia. Me parece que hay
historias para contar en esos lugares, no digo que en las ciudades
no, pero en la ciudad se cuentan más. Desde hace tiempo hay más
libros en zonas rurales, balnearios y en la provincia de Buenos
Aires. Hay todo un rescate, por ejemplo, de las obra de [Francisco]
Salamone, como arquitecto, en todo el recorrido por la provincia de
Buenos Aires: ¡un matadero que se le ocurrió a un artista en medio
de la pampa! ¡En un pueblo perdido! Es quitar un poco la idea que se
tiene de que cruzás la General Paz y están los gauchos. Hay cosas
muy lisérgicas que pasan en los pueblos.
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