sábado, 24 de noviembre de 2018

Agustina Bazterrica: “La barbarie hoy está mucho más refinada”


Publicada originalmente en Revista Kunst

En Cadáver Exquisito, el canibalismo se materializa bajo un mundo dominado por el consumo. Allí, donde los límites entre el ser y los entes se angostan, un acto de amor pondrá a prueba el último gramo de humanidad que aún sobrevive en la tierra.


Ph: Eloy Rodríguez Tale





Son casi las siete de la tarde en el pasaje Tres Sargentos, a unas pocas cuadras del mítico Luna Park. El calor sofoca, acorrala, invita a replegarse hacia las medias sombras de los escaparates. El cielo, límpido, rebota contra los tablones de las cervecerías que, desplegados a lo largo de la vereda, empiezan a ocuparse de turistas. Un señor maduro que titubea entre una mesa y otra, levanta la vista y decide ceder el lugar que linda con la calle empedrada. El espacio es reducido pero cada tanto los autos se filtran, se cuelan fuera de ese gran atolladero de avenidas porteñas que llamamos “capital”. Agustina Bazterrica llega de buen humor, se maneja con confianza. Viste elegante y lleva colgando de la cintura la tarjeta de su trabajo. Mientras revisa la escasa oferta vegetariana de la carta del bar, habla de las repercusiones de su novela, Cadáver Exquisito, y de la agenda cargada de notas que tiene por delante. Muestra en su celular un mensaje de la hermana pequeña de una amiga. Una lectora no habitual que devoró su obra en casi cuatro horas y que le pidió que escriba un nuevo libro. “Ya está, me doy por hecha”, dice. Lo cierto es que su nueva obra, galardonada con el premio Clarín Novela 2017, no para de generar repercusiones. Enhebrada en la vasta historia de la literatura distópica, Bazterrica narra los días de Marcos Tejo, el encargado de Krieg, uno de los frigoríficos más importantes de carne humana. En una sociedad azotada por un virus que ha contaminado el consumo de carne animal, los tiempos urgidos del capitalismo, amainados por el creciente proceso de despersonalización social, han puesto sus brazos en el propio espécimen humano; en esa misma sociedad donde el otro ya no construye identidad, adonde la autoexplotación guía a las masas bajo máscaras de libertad.



Todos somos caníbales

En 1580 el filósofo francés Michel de Montaigne dio a conocer, entre sus vastos ensayos, un apartado dedicado a una tribu caníbal que ocupaba buena parte del litoral brasileño entre lo que hoy se conoce como São Paulo y el cabo Santo Tome, en el estado de Río de Janeiro. La comunidad en cuestión eran los Tupinambás, una porción guerrera de los Tamoios que habían ofrecido una importante resistencia a la ocupación blanca y que practicaban un particular y macabro ritual: comerse los unos a los otros. El canibalismo había surgido como respuesta al kuru, una enfermedad degenerativa que se incrementaba a pasos agigantados entre las mujeres y niños de la tribu. El ritual se ofrecía como un acto de afecto y respeto hacia los demás. Montaigne, sorprendido por la sacralidad ceremonial, entendió que su realización permitía demostrar que cada sociedad respondía a un sistema de valores únicos, el cual tornaba difícil establecer una línea divisoria entre la barbarie y la civilización. Bajo ese interrogante germinal, la filosofía política del siglo XVII y XVIII construiría un compendio de principios rígido y dogmático de la mano de Hobbes, Locke y, en especial, de J.J. Rousseau y su Contrato Social. La moral, de esa manera, venía a salvaguardar un estado de salvajismo latente; una inminente guerra perpetua entre unos y otros. A pesar de ello, cuatro siglos han bastado para reafirmar cuán relativo era el concepto de “civilización” que había enunciado Montaigne. El vigente sistema capitalista crece estimulando la explotación y la preponderancia del más fuerte; creando monopolios que precarizan las condiciones de vida de los sectores más populares en pos del culto a la libre competencia. Así, el mercado – como un reconvertido Leviatán – no necesita límites, es amoral. Bajo esa órbita, comernos los unos a los otros se ha transformado en una práctica diaria, estresante, que nos disocia y homogeniza; que borra nuestros rostros para amansarnos, como ganado, listos para ser devorados por ellos: los dueños de la moral, los mismos de siempre.

Por una cabeza

Marco Tejo es un hombre gris, rodeado de números y responsabilidades. Encargado del frigorífico Krieg, ha visto, desde la crudeza del hombre que observa y decide, cómo las cabezas de los animales fueron reemplazadas por rostros humanos. Un supuesto virus que ha contaminado a los especímenes obligó a la sociedad a redefinir su forma de alimentarse: ha optado por devorarse a sí misma. A la luz del imperante mercado, la industria de carne humana se ha normalizado: se compra, se vende, se cazan “cabezas” como recreación, se clasifican según etnia y edad. Marcos vive a la expectativa de la muerte de su padre, el hombre que lo formó. Extrañado, en un mundo nuevo que le acontece, debe lidiar con las excentricidades del negocio, con las presiones de su ex esposa, las mezquindades de su hermana y la impertinencia de sus sobrinos. Allí, en el oscuro y remoto hospicio de sus pensamientos, encontrará una señal de vida en Jazmín, una “cabeza” regalada que pasa sus días temerosa en el garaje, esperando, a pesar de los dilates, su final anunciado.

Agustina Bazterrica - autora de Matar a la niña y de los cuentos de Antes del encuentro feroz - delinea en su nueva novela un lenguaje dúctil, universal; capaz de condensar el terror, el drama, la empatía y la desesperanza. Desde la base de una investigación minuciosa y concisa, el descarnado relato de Cadáver Exquisito nos invitará por medio de planos, voces, imágenes y sensaciones a ponernos de cara a una realidad solapada, durmiente; una realidad que decidimos evadir diariamente, imaginando que no existe, que no es cierta, que no está.


¿Se puede entender Cadáver Exquisito más que como un novela distópica desde un planteo moral respecto de los límites de la idea de humanidad?

Mi intención no fue la de una novela panfletaria. Soy vegetariana, pero no una vegetariana modelo. Tal vez lo sería si fuera vegana, y una vegana muy concreta. Pero, además, me parece que el fanatismo es otra forma de violencia. Por eso no me interesó escribir algo así. Lo que sí me interesó fue reflexionar sobre un montón de cosas que ya venía pensando y pude volcar en la novela, de manera intuitiva. Después de escribirla, la analizas y decís: acá está tal razonamiento o este otro. La mayor línea de reflexión sería la del canibalismo simbólico: cómo nos canibalizamos los unos a los otros. Esa es una de las bases del “capitalismo salvaje”.

En una nota reciente en La Nación, José Emilio Burucúa hablaba de la necesidad de las preguntas acerca de la ética y el bien común, que se han ido perdiendo dentro de una cultura narcisista. ¿La novela podría ser una respuesta a ello?

Me interesa la cuestión global. Esto del canibalismo simbólico lo veo en el subte todos los días: en la Línea A nos maltratamos, nos vamos fagocitando de a poco. Y también lo veo en cuestiones más graves - que son las que más me impactan – como es la trata de personas. Ese es un ejemplo claro de cómo una persona en cautiverio puede ser fagocitada por otra, se le consume su energía. Y si no hay un cambio, en principio individual, pero que necesariamente se traduzca a lo social, vamos rumbo a la distopía. Aunque ya estemos viviendo muchas de ellas, grandes y pequeñas. Además, a mí no me saldría una literatura del yo. Me aburro de mi misma. No la leería yo, y menos pienso escribirla. Por eso cuando se me ocurrió la novela y el tema, empecé a pensar una historia, porque no me interesaba sólo hablar del canibalismo. Puedo describir un frigorífico, pero ¿qué más? Ahí es donde surgió la historia del protagonista.

No es una novela panfletaria pero la obra se inserta en contexto de mucho debate respecto del veganismo y la industria de la alimentación. Tal vez no hay cambio radical pero sí mucha más atención al respecto.

Hay una enorme resistencia en nuestro país, en especial cuando el asado es considerado sagrado. Es verdad que se habla más del tema, pero lo que suele pasar es que hay más reacciones negativas al respecto. De hecho, lo he vivido siendo vegetariana. En ese sentido, la novela también surgió de un cambio de paradigma a partir de dejar de comer carne. Cuando veo una milanesa o un pancho ya no se me conecta con mis días de niñez, veo un cadáver. Ahí surge la novela.

En una de las escenas de la novela, Marcos se enoja con sus sobrinos porque ellos están practicando un juego en el que se imaginan qué sabor puede llegar a tener él. Marcos se niega a comer carne y recibe la burla de su hermana, preguntándole sobre un supuesto veganismo. Allí parece quedar en claro que el virus que afectó al consumo de carne vacuna no impulsó al veganismo, solo implicó su reemplazo por la carne humana.

Totalmente. Lo que pasa es que, si bien hay casos aislados, no nos comemos de forma literal por una cuestión de tabú. Porque de hecho somos carne, tenemos proteínas. Es más, hubo tribus que lo han hecho y lo tienen aceptado.

¿Crees que la adicción por el consumo en sí nos ha hecho obviar cada vez más el producto y las situaciones que emergen a partir de él?

Sí, el tema es consumir, lo que venga y sin ver más allá. Por eso la novela se la dedique a mi hermano, Gonzalo Bazterrica. Él es chef y estudia todo lo relacionado con la alimentación consciente. Con esa alimentación entendés que no es lo mismo comer que alimentarte. Empezás a ver las etiquetas: ves cómo surgen y de qué están hechas las cosas. Ahí te das cuenta de qué es lo mejor para vos. Te informás sobre lo natural, lo orgánico, el impacto de tu cuerpo. Eso mismo lo trasladé a la carne, por eso dejé de comerla. Me di cuenta no solo del impacto negativo de la carne a nivel biológico; estás también comiendo un cadáver; ingiriendo toxinas y antibióticos. Y cuando te pones a investigar desde dónde viene la carne, te decís: yo no quiero formar parte de la matanza de tantos seres, de toda esa violencia. De la misma manera, en Cadáver Exquisito está cuestionado el virus que afecta a los animales. El protagonista lo cuestiona. Lo que hago es trabajar con esta idea, tan actual, de no cuestionar lo que pasa, incluso desde la política nos comemos cualquier verso. El consumo no tiene que ver solo con lo que introducís en tu cuerpo por la alimentación; cuando ves Tinelli estás consumiendo un producto complicado.

En uno de los capítulos centrales de la novela Marcos recibe el reproche de su hermana por no usar paraguas en la calle y exponerse a un posible contagio de parte de las aves infectadas. Ella, ante el descreimiento de su hermano, argumenta su realidad a partir de la difusión en la tele, en el discurso político y en el decir de los vecinos. Eso hace pensar que una “posverdad” que hoy puede perjudicar a un candidato político, en el mañana puede llevarnos a sumir en una realidad ficticia.

Construimos todo un sistema de creencias que sostienen nuestra propia realidad; las diversas realidades que hay. Así lo vamos justificando. Una de las reflexiones de la novela - al menos la mía - es que el consumo de carne está ligado al capitalismo salvaje. Cuando te comes un sanguche de jamón y queso estas comiéndote un pedazo del animal que sufrió. Si vos podés hacer esa escisión y no tener en cuenta de que ese jamón viene de un animal, podes también hacer esa escisión con tus pares. Los podés objetivar, despersonalizar; y de esa manera los poder violentar, violar y hasta ignorar. No lo vas a considerar un ser capaz de sufrir.

En relación a eso, ¿el virus que somete a la sociedad termina siendo un tema de fondo alrededor de una cuestión clave como es el comportamiento humano en situaciones límite?

Sí, porque lo que me llama la atención es el hecho de que aceptemos vivir sin cuestionarnos nada. Si realmente la gente supiera cómo es el proceso de faenado, probablemente dejarían de comer carne o al menos lo dudarían. Eso se puede trasladar a lo que sea. Las violencias y los maltratos se van acumulando, y así los vamos naturalizando. Este sistema nos atraviesa, tenemos que hacernos cargo de que somos hijos del capitalismo.

¿La crisis termina poniendo sobre la mesa muchas actitudes viles y miserables que parecen haber estado desde siempre en las personas pero reprimidas en pos de un comportamiento moral o una cultura?

Eso desde ya, otra de las líneas análisis de Cadáver Exquisito es acerca de eso que entendemos por moral o, si se quiere, la civilización. La barbarie hoy está mucho más refinada, no sé si la superamos en algún momento. Los actos de crueldad o barbarie están velados. Un bife en el plato está velando un acto de barbarie. Es verdad, no nos matamos de manera literal, pero en cierta forma nos matamos de manera simbólica. Nos violentamos permanentemente.

Además de la cosificación que implica convertir a una buena parte de las personas en “cabezas de ganado”, se advierte una transformación social más amplia viendo a ese grupo de personas marginales denominado “Los carroñeros”, que parecen perros de la calle esperando que alguien les tire un hueso.

Es que estamos programados para meter al otro en pequeños cuadraditos. Al no considerarte un otro con tus complejidades, yo te puedo discriminar. Y al discriminarte te ubico en ese cuadrado pequeño catalogándote como un “carroñero” o - como puse en la novela - un “negro de mierda”. Un término que en Buenos Aires gran parte de la gente usa muy alegremente. Se usa sin ningún problema. Esa fue una de mis reflexiones: con qué liviandad metemos al otro en un estereotipo vacío o lleno de negatividades.

¿Cuánto hay de causalidad entre Cadáver Exquisito y la creciente ola de neoliberalismo que tiñe buena parte del mundo avasallando los derechos de las personas más vulnerables?

Lo pensé de manera global. Con que haya ganado [Donald] Trump tenemos para temer, y mucho. El capitalismo nos afecta a todos.

Hay un elemento que parece central en la trama, que es el miedo, una especie de combustible necesario para que toda esa maquinaria funcione. Lo mismo sucede en el terreno político, cuando se implementan medidas de ajuste alegando evitar situaciones caóticas.

Es una de las grandes herramientas de todas las políticas, que se traducen en manejar a las masas. No es menor que se traduzca también en la alimentación, lo recalco; lo que comes es también lo que sos. No digo que todo el mundo pueda acceder a la comida orgánica, pero si pudiéramos hacerlo es posible que fuéramos algo más lúcidos. Si comes todo el tiempo comida de mala calidad pueda que pierdas la lucidez para ver algunas cuestiones. Uno de los problemas que existe es la información, porque hay maneras muy baratas de comer sano: por ejemplo, los germinados, a partir de semillas, que son lo más barato que hay en el mundo. Entonces, es parte del qué comemos, cómo nos alimentamos, qué consumimos y qué oímos. Hay que tratar de no dejarnos manejar tanto, aunque no sé si sea posible.

En los tantos comentarios que genera tu novela en las redes, muchos de ellos describen reacciones de sorpresa, angustia e incluso de morbo. ¿Crees que ese tipo de respuesta tiene que ver con que el texto desnuda muchas de nuestras intenciones internas o con la cercana realidad que proyecta la historia?

Tiene que ver con las dos cosas. Primero, los temas tabúes siempre generan rechazo y atracción. Por algo las películas de zombis – las buenas - tienen tanto éxito. Eso se mezcló con una narración acerca de un faenado en un frigorífico, que de por sí es impresionante, y lo es doblemente si se trata de un par tuyo. El tema de la impresión tiene que ver con el lenguaje narrativo que usé adrede. Cuando pensé en la novela, me pregunté qué tipo de lenguaje narrativo iba a usar, porque no siempre uso el mismo. Mi primera novela es completamente barroca. Acá, al ser un tema tan denso, quise plasmar una estructura de best seller con un lenguaje fácil de leer, muy narrativo y visual. La hermana de una amiga me decía que ella “veía toda la novela”. Eso es fundamental, porque la gente cuando la lee, la ve. Y eso genera aún más impresión, y hasta reacciones corporales, como una periodista que me dijo que le dio nauseas.

Curiosamente Cadáver Exquisito presenta muchas similitudes con una novela muy en boga actualmente como es El cuento de la criada. ¿Hay algún tipo de conexión entre ellas?

Cuando estaba por terminar la novela, mi novio, que es el encargado de buscar series, se encontró con la del “Cuento de la Criada” (The Handmaid’s Tale). Ahí nos fanatizamos y leí el libro. Y aunque haya escrito Cadáver Exquisito antes de conocer a [Margaret] Atwood, la novela tiene un montón de puntos en común. Ella decía en una de sus entrevistas que había escrito la novela basándose en cosas que actualmente ocurrían, no sobre algo fantasioso. En mi caso es igual, me baso en cosas que ocurren hoy.


Cuando en tiempo pasado aparecía la literatura futurista, daba la impresión de que esas problemáticas que introducían al debate estaban muy lejos de ocurrir en ese presente. La literatura distópica actual parece centrarse en cuestiones que guardan mucho de actualidad, que están latentes.

Las buenas distopías, al menos las que yo leí, están hablando de cuestiones que pasan en el momento. Así está 1984, que habla sobre los abusos del comunismo; Nosotros de [Yevgueni] Zamiatin, un autor ruso que fuera parte del partido y que tuvo que irse debido a esos abusos. El Cuento de la Criada habla de cuestiones que Margaret Atwood ya en 1985 estaba viendo y que hoy son súper vigentes. Lo mismo Un Mundo Feliz, que retrata las problemáticas de la industria en Inglaterra. En mi caso, trató de hablar de las cosas que me parecen problemáticas hoy: el consumo, los derechos de los animales, el canibalismo simbólico. Hay otro tema que quizás no toco tanto para no exponer la trama de la novela, que plantea hasta qué punto uno es capaz de llegar por el deseo, por ejemplo de tener un hijo. ¿Cómo querés tener un hijo? ¿Comprándolo? ¿Cómo? Hoy es un tema que está en boga debido a la cantidad de tratamientos que hay, de los cuales estoy de acuerdo. Pero son temas a pensar.

El protagonista, Marcos Tejo, vive por un lado atado a una inevitable partida de su padre y, a su vez, se relaciona con una cabeza, Jazmín, cuya muerte es inminente. ¿El lugar de él es un poco el del cruce entre la vida y la muerte?

Es casi intrínseco, nos estamos muriendo segundo a segundo. El tema es cómo queres vivir esa muerte inminente, que valor le das y como la ubicas. Para mí la muerte es una transición a otra cosa, quizás para otra gente sea un fin absoluto. En la novela, Marcos está atrapado por un montón de circunstancias. Por un lado el padre, que si bien no es una prisión, porque él lo quiere, lo lleva a trabajar donde trabaja. Después, la muerte impacta o no depende del valor que se le dé. Las cabezas no lo tienen, Jazmín no lo tiene. Mi planteo es que vivimos en un planeta repleto de seres, humanos y animales, donde ninguno quiere morir. Entonces, ¿porque tu muerte va a tener más valor que la muerte de una vaca? Pero así es como nos programa el sistema, para darle menos valor a una vaca o para darle más valor a la muerte de un Golden Retriever que a la muerte de un cerdo.

Allí lo simbólico termina decidiendo el valor de unos u otros aún siendo todos iguales.

Sí, creo que es el planteo de base en la novela, independientemente del capitalismo, Todos tenemos un valor y no lo estamos viendo, y educamos a nuestros hijos así. Cuando le das a tu hijo un plato de “Patitas”, le estas dando muerte. Ni hablar de McDonald’s.


¿Te cambió como escritora ganar un premio de la magnitud del Clarín Novela?

Sí, claro. No me cambió a nivel creativo y en producción: no soy mejor escritora por haber ganado un premio. Además, no es el primero que gano, tengo más de treinta ganados. Sí éste es el de mayor visibilidad. Pero, por ejemplo, el premio municipal es muy prestigioso y te da hasta una renta de por vida. Sinceramente, no me creo más por haber ganado el premio, pero lo bueno es que ahora puedo llegar a todo el país. El hecho de que te lea gente en Bariloche – como me ha pasado - para mí es maravilloso. Se trata de eso en realidad. Como escritora quiero que me lean, ya pasé la etapa donde quería que me leyera solo mi abuela. Ya está, sino no publicaría ni me presentaría a concursos. No haría nada más que escribir en mi casa y punto. Lo que te cambia, sobre todo, es publicar en una editorial como Alfaguara. Antes había trabajado en editoriales muy chicas. Y de repente ahora trabajo con un corrector. Lo que sí, publicar en las anteriores editoriales me dio un montón de experiencia, me posibilitó prensa, de otra manera ésto lo hubiera vivido con mucho más estrés, porque hay que aprender a dar entrevistas: a salir en la tele o en la radio. Te da una exposición con todo lo positivo y negativo que tiene eso. Y así, también, se abre un abanico de grandezas y miserias humanas.

Además, te pone en la expectativa tanto del mercado como de los lectores para que escribas algo de igual o mayor éxito al de Cadáver Exquisito.

Seguro. No sé qué surgirá. Por ahí este vaya a ser mi único libro bueno, y yo igualmente voy a estar feliz. Pero uno siempre busca escribir mejor, lo hice desde que empecé, no a partir de ganar el Clarín. Fueron muchos años: soy lenta, trabajo mucho las ideas, investigo. Por ejemplo, para la escena de sexo de Marcos con la carnicera, que serán dos o tres páginas, leí Lolita de [Vladimir] Nabokov, El traductor de Benesdra; releí La Sierva de Andrés Rivera y El Limonero Real de [Juan José] Saer. Todo eso para no caer en una escena porno o cursi.

Se nota en la novela que hay un conocimiento muy acabado de toda la industria de la carne, en especial del trabajo en los frigoríficos.


Para eso investigué mucho: videos, manuales de maquinarias, muchos institucionales. Había, entre ellos, un video tremendo donde mostraban cómo se tenía que trabajar a las tripas, las blancas y las rojas. Sí, hay un video de tripas. Esos videos los vi millones de veces. Leí montones de libros, hasta una tesis de un autor colombiano que se llama Pensar Caníbal. Todo relacionado con la temática. Me empape de ese mundo casi en un año y medio. Todo lo que caía en mis manos sobre canibalismo y derechos de los animales lo iba leyendo. Y muchos amigos escritores me mandaban textos por WhatsApp en ese entonces.

¿Y se logra salir rápido de un universo de tal magnitud como el de la carne?

Salí más o menos. Me siguen cayendo textos. Una lectora que trabaja en el mismo edificio que yo me vino a ver a partir de leer la novela, y me pasó varias entrevistas a veganos. Yo sigo leyendo. Me empapo. Me pasó con el libro de Fernanda García Lao, Nación Vacuna. Al que llegué cuando ya me sabía finalista del premio Clarín. Mi novio lo vio en una librería y lo leí antes de ganarlo. Y así, como ese, siguen apareciendo hasta hoy cosas al respecto.





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