lunes, 6 de agosto de 2018

Gonzalo Unamuno: “Ningún partido político tiene hoy el poder de las mujeres organizadas”



Publicada originalmente en Revista Kunst


En Lila, su segunda novela, el autor parte de un femicidio para describir el funcionamiento de un hombre cegado por una misoginia que los engranajes culturales ampararon a lo largo de la historia.




Ph: Zani Golzman




Las cinco de la tarde en Almagro. Comienzo tardío de semana. En los televisores de la calle Corrientes, Francia resiste sobre su área los embates de la ofensiva belga para asegurarse el pase a la final en Rusia. La gente se frusta, hacen gestos con sus manos. Una madre asustada en la esquina de Ángel Gallardo se apura, “seguí caminando”, le dice a su nene de guardapolvo, cuando un grupo de adolescentes pasa por detrás entonando un cántico de “cancha”; uno de ellos zamarrea un plástico con forma de tubo. Gonzalo Unamuno tarda unos minutos en bajar a abrir. Tiene una campera de cuero en colores y una impronta un tanto grunge. “¿Les molesta el cigarrillo?”, pregunta. Aclara que perdió su atado, se apura para ir a comprar en un kiosko de la vuelta. Arriba de los edificios, las nubes son una amalgama de un gris cansado, como si el tono estuviera desteñido. Subimos. Una sala repleta de estantes con libros. Detrás, una barra de licores. Entre los tomos, él señala la colección completa de Gredos. En unas horas festejará su cumpleaños número treinta y tres. A pesar de las alternativas, eligió hacer la nota en la misma fecha. “Qué mejor que pasarlo hablando de literatura”, había dicho algunos días atrás. Un enorme cuadro de Gardel pintado por “Menchi” Sábat de un lado, una pila de títulos de Sándor Márai del otro. Gonzalo vuelve tras haberse cambiado, tararea: “Detrás de las paredes, que ayer se han levantado”. Su segunda novela, Lila, acaba de publicarse. La narración se centra en la retorcida mente de Germán Baraja quien, tras haber asesinado a su novia embarazada, emprende una reconstrucción de los episodios previos de misoginia, ira y violencia que desencadenaron en el femicidio y que dan cuenta de los mecanismos de los que hace uso un psicópata – para mimetizarse, seducir e imperar -, y de cómo el orden social ha blindado una cultura patriarcal que, por la acción colectiva de las mujeres, empieza lentamente a resquebrajarse.


El nombre del odio


En 1976, la Doctora Diana Russell utilizó el término femicide ante el Tribunal Internacional de Crímenes contra la Mujer que organizó en Bruselas, junto a más de dos mil invitadas de cuarenta países. La expresión, recogida de la escritora norteamericana Carol Orlock, buscaba visibilizar las formas de violencia patriarcal instaladas en todos los estamentos sociales. Nacida en el seno de una familia acomodada de la Sudáfrica “blanca”, Russell vivió desde adentro la lucha de la resistencia africana contra el apartheid, forjando un grado de consciencia que volcaría en sus estudios en Londres y en el Mills College de California donde introdujo un curso de perspectiva feminista. La repercusión de su lucha abrió un frente global capitalizado por miles de activistas, entre ellas la investigadora mexicana Marcela Lagarde, quien supo resignificar el término como “feminicidio” para remarcar que los crímenes contra la mujer responden a la mera condición de su género. En la Argentina, la sanción en 2012 de la ley contra feminicidios, aún sin resolver la cuestión, ha generado que cientos de mujeres se organicen, colmen las principales calles del país, señalen cómo la sociedad machista está arraigada a los cimientos más profundos de la cultura y la sociedad; dejen en claro que, a pesar de los escollos que les pongan delante, no están dispuestas a volver a callar.
En Lila (Factotum), Gonzalo Unamuno (Buenos Aires, 1985) despliega una poética de la perversión y el cinismo en la piel de su personaje fetiche, Germán Baraja: representante del “macho” desenmascarado; del negador impotente que, perseguido, desata su cólera no solo contra el empoderamiento de su pareja sino contra un discurso que lo expone a su estado más frágil: desposeído, obligado a ver una debilidad latente, siempre cobijada, bajo mamushkas, por los brazos patriarcales. Con una voz original y descarada, Unamuno confirma lo ya mostrado en Acordes menores para Marion Cotillard y Que todo se detenga, una prosa potente e incómoda, capaz de darle a un recorte pormenorizado de la realidad una belleza singular, una estética del fraseo.




¿Se puede pensar Lila cómo una obra que trata de mostrar que la cultura patriarcal está en todas las estructuras de poder y sobre todo en la política, que es vital para generar las transformaciones?


Se puede entender perfectamente así. En Lila la tesis central es esa, que ella se vaya construyendo a través de todos los personajes masculinos que la fueron vulnerando, defraudando, agrediendo y mermando a lo largo de su vida. Lo de “sobre todo en la política”, bueno, por supuesto que todo lo que orbita alrededor del poder tiene una injerencia mayor de ella, pero yo soy un convencido de que “el poder” lo tiene los pueblos, la cuestión es que lo ejercen los políticos en eso que es la inmediatez: un político no puede torcer, por más que quiera, el destino de un pueblo, pero puede retrasarlo mediante maniobras más acertadas o no. Ahora está el caso del aborto en el Senado, puede salir como no. Aún así, el pueblo ya hizo que sea una victoria moral, eso es indiscutible. Los setenta burgueses que están ahí sentados, que representan a la parte que más atrasa de los estados de las provincias, puede hacer que por uno o dos votos – ojalá no – haga que no llegue a salir. Pero eso es un ejemplo de un pueblo que ya hizo los cambios y que sus políticos, muchas veces, no tienen la misma capacidad de razonamiento. La mujer en este momento no necesita más de diez minutos para saber qué es todo lo que pasa. No creo que sea un proceso de largo aliento. En el hombre puede ser, porque es poco creíble el tipo “feministo”. La mujer ahora que analiza y revé todas las violencias de las que fue víctima recurrente a lo largo de su vida, en diez minutos ve la luz, como si abriera una persiana y dijera “esto lo entiendo perfecto”. Y los políticos o las burocracias, por los propios engranajes, no están impedidos de actuar a esa velocidad, pero el cambio es irreversible.


En ese sentido, el matrimonio igualitario fue una medida política que corrió con una lógica similar.


Claro que sí. Es que todo es un desprendimiento de eso. En este cambio tiene que ver todo, no solo la figura de Cristina [Fernández] como mujer - independientemente de que ella no haya apoyado lo del aborto - sino con una serie de políticas que se vienen dando y que ahora confluyen en algo mucho más profundo, tal vez mucho más que lo del matrimonio igualitario, que es la señalización del falo o del patriarca como una violencia programática, sistémica. El falo todo lo que ha tocado lo ha hecho mierda. Prácticamente todo. Se ha metido hasta uterinamente con la mujer, la ha desplazado de todos lados: la sangre de la mujer en las propagandas es azul y no roja; la mujer tiene pelos y, sin embargo, tiene que estar depilada para alguien. Estas cosas son las que ese tipo de “machos” no logra entender, te dicen “che, ya que no se depilen” y, en realidad, lo loco es cómo durante cuarenta mil años tuvieron pelos y se tenían que afeitar para vos. Eso es lo que hay que entender como raro, no el cambio. El cambio se da porque cuando te diste cuenta de que chocaste durante cuarenta mil años, son diez minutos. Es la verdad o no es la verdad, y la verdad no es progresiva.


El protagonista de tu novela es Germán Baraja, el mismo que en Que todo se detenga. Hay una diferencia, en la anterior novela él ponía como límite el asesinato, y en Lila esa barrera se cruza, ¿por qué?


En Que todo se detenga, Germán se enuncia a sí mismo, y por ahí toda esa violencia está un poco recubierta por los efectos de la droga, entonces, su psicología no alcanza a desarrollarse porque esta todo el tiempo condicionada: cada diez líneas hay un “saque” de merca. Muchos de los lectores – incluso yo también como autor – tuve la sensación de que era un personaje que “daba para más”. Me han dicho: “me gustaría que pase a la acción, sacalo del departamento”. Él (Germán Baraja) habla así de todos, pero ¿cómo sería él entre todos? ¿Cómo sería él en un vínculo? Entonces, ahí decido llevarlo a una acción completa, violenta. ¿Para dónde puede desencadenar un psicópata de estas características? Tomo de toda su gama de particularidades la misoginia, para extremarla en él. Lo que sucede también es que la época te da un material único para razonar. Me parecía muy atractivo saber cuál podía llegar a ser el rol de un psicópata integrado en plena deconstrucción o en una era donde la lucha del feminismo es la gran agenda social. Creo que ningún partido político tiene hoy el poder que tienen las mujeres organizadas, y las señalizo porque hay que especificar que están las que luchan y están las mujeres patriarcales. Éstas últimas son las que tiran para atrás. Por eso, lo que sucede es que la mujer que lucha tiene que tirar abajo un edificio de cuarenta mil años – como lo es el patriarcado -, al “machirulo”, y a la mujer patriarcal. Entonces, me parecía que extremar la misoginia era, de alguna manera, dar en el clavo del tiempo histórico.

Hay una frase que parece clave en Que todo se detenga, cuando él dice: “suelo planear crímenes y desear muertes voluntaria o involuntariamente porque todo lo hago contra alguien que quisiera deje de estar, aunque me sirva, me motive, me haga consciente del peligro”. ¿Es un poco el huevo de la serpiente de lo que vendría?

Que todo se detenga es una gran incubadora de odio, donde uno tenia la opción de decir: “qué pasa si lo saco a este tipo”. O lo reinserto y lo curo o lo extremo. Yo preferí extremarlo, que llegue a ese límite, que lo transgreda.


¿Cómo fue el trabajo para meterte en la cabeza de un psicópata y femicida? ¿Te interpeló como hombre?


A mí me interpela la época. El trabajo de un personaje es siempre el mismo. Un personaje puede pecar de todo, menos de no ser creíble. La primera imagen que tuve es con la que arranca el libro: el cadáver de una mujer embarazada asesinada por su propia pareja, con él orbitándole alrededor de la cama. Y ahí me dije “este tipo tiene que ser Germán”. Hace casi ocho años que escribo con la lógica de Germán Baraja. Si bien la otra novela salió hace cuatro, yo ya venía haciéndolo desde antes.


¿La forma tan frenética de tu prosa se corresponde a un estilo de escritura o a la mente alterada del protagonista?


Bueno, con ambas. Mi prosa tiene algunos atisbos de grandilocuencia y encaja perfecto con un megalómano: con un tipo con el ego distorsionado, tan perverso y destructivo como él. Hay que tener una cuota de negatividad muy grande y una pulsión de muerte muy elevada para poder ir razonando de esa manera, y con todo, porque es un tipo que no lo frena ni la madre muriéndose de cáncer ni la hermana. Todo lo que tiene, secunda o rodea, lo denigra. A estos personajes lo que los hace atractivos es mudarlos de acción, porque su reacción va a ser siempre la misma. Uno ya sabe qué es lo que un Germán Baraja puede hacer: cosificar a la gente y tratarla de usar en su provecho. Trabajé mucho en ello. Hago terapia para mí, pero durante un año trabajé mucho la cuestión del personaje, para que no tuviese ninguna hendija por la que pueda permitir que se filtre una humedad y que él sea vulnerable como personaje. Ahí si fui ayudado por un terapeuta, incluso Baraja durante mucho tiempo de la novela entraba en el rango psicótico y no psicopático, pero después eso lo tuve que cambiar.


¿Cuál es la diferencia entre rangos?


El psicótico establece una relación con la realidad muy distinta que la del psicópata. En el psicópata siempre se es consciente, en el psicótico no. La vida útil e integrada del psicópata es mucho más larga que la del psicótico, que es generalmente el híper medicado, el que inevitablemente termina en terapia por algún brote o porque alucina. Esta más vinculado a lo que puede ser la esquizofrenia. Igualmente, del único psicópata que puedo hablar es de mi personaje, yo soy solo escritor. Con este personaje tuve que correr las partes en donde él tenía delirio, porque eso se contradecía con el grado de consciencia total que tiene permanentemente. A un psicótico le cuesta mucho más el camuflaje, Ahí está la principal diferencia. Yo quería puntualmente que fuera un psicópata, por eso le di todas las características, porque hay una tendencia a confundir: un megalómano no es un psicópata; un egocéntrico tampoco lo es. Ahora todo parece igual de peor, pero el rango del psicópata apenas alcanza el uno o dos por ciento de la población; lo dice Robert Hare que es un estudioso y creó una escala que determina el espectro. No todo el perverso es psicópata. En el caso de Baraja, es una psicópata integrado, definido y te diría que definitivo. Ya no tendría cura en una eventual tercera parte, si es que me animara a escribirla.


¿La resistencia del hombre cosificador a quedarse vacío cuando la mujer adquiere derechos se ilustra con el desprestigio a los colectivos de mujeres y en expresiones del tipo “feminazis”?


Cuanto más cerca esté el feminismo de tirar abajo el patriarcado más víctimas mujeres va a haber. Es una estructura cultural tan enraizada que la deconstrucción te obliga a ver que todo tu mundo anterior era un gran cúmulo de irradiación de violencia, y esto lo empezás a ver ahora. Yo, al menos, empiezo a ver eso. A mí el sistema me amparaba tanto para ser violento que ahora entiendo que pude haber tenido una mejor infancia que mi hermana por el simple hecho de haber sido varón. En un mundo donde se premiaba ser varón. Recuerdo que mi hermana no quería las vacaciones porque jugábamos entre los chicos o porque tenía que hacer las ensaladas en los asados. Además, las mujeres eran las que no hablaban de política. Nosotros empezamos a ver que el humor con el que nos criamos ya es obsoleto, es patriarcal, es denigrante. Te das cuenta de que tu figura paterna era una persona que avalaba ese machismo, tal vez sin querer serlo. Me pasa algo curioso, mi viejo era un tipo del año 32', hoy tendría casi noventa años y sin embargo era muy avanzado para su época en esta materia. Aún así, hoy no podés dejar de verlo como un “machirulo” establecido. Entonces, tu referencia inmediata, en términos de masculinidad que es tu padre, el que te orientaba en las salidas o en materia sexual, pierde valor. Estas obligado a verte en un espejo totalmente nuevo, como si vieras por un retrovisor que nada es lo mismo, Lo que pasa es que, el que no se adapta al cambio, se violenta. Y ahí, el libro lo abre una cita de un psiquiatra, Gustavo Dossal, que dice que esto que está puesto en jaque – la amenaza a la estructura -, se cobra cada vez más víctimas, porque se anula al hombre a una voluntad de ser a la que no estaba acostumbrado. El hombre tiene que entender que la mujer lo va a poner a su altura, y eso es contra lo que no puede el hombre. No logra superar su instancia de animalidad. El “macho” lo que no puede entender, en definitiva, es esa cosa primitiva: si hay un plato de alimento y estás vos y yo, ¿lo tengo que comer porque soy hombre? Cuando la mujer los enfrenta a su verdad, el tipo mata, golpea, cela, cerca, territorializa. Eso es lo que pasa, está en jaque todo su mecanismo de razonamiento. Tiene que entender que su chiste no va más, y que si no lo hace se lo van a corregir: en su familia, donde trabaja, en los medios; se empieza a chocar con un paredón que no tenía en frente. Él era un niño mimado del patriarcado y ahora todo eso se acaba. ¿Por qué el fútbol es de once varones contra once varones? ¿Por qué era solo un tema de charla de varones? ¿Por qué en un país donde el sesenta por ciento son mujeres, todos los ministros y diputados son hombres?

En la segunda parte de Lila hay una forma de narrar bastante distinta, incluso el tema a primera vista parece cohesionarse con la primera, pero luego uno da cuenta de que hay una necesidad tuya de mostrar al patriarcado en su expresión más amplia, también en el plano histórico, y que la violencia no responde a “loquitos” como Germán Baraja.


Absolutamente, Hace veinte años pegarle a una mujer estaba permitido en los matrimonios, incluso hasta violarlas. Hace veinticinco años no había ley de divorcio. Cuando nací no la había. Terminé siendo un hijo extra matrimonial porque mi padre seguía casado y no se podía separar. Incluso, cuando ves la lista en la que él entró en el año 83', la primera mujer estaba en el puesto once. Y hoy, treinta años después, ya es uno a uno. Es impresionante el avance. Ese capítulo tiene que ver con eso, también con alejar al lector de esa voz opresiva, enlodazada que es la de Baraja. Quise que operase como un gran fresco, un abanico de personajes, que sea el oxígeno de la novela. Si bien muestra todas las formas en las que se puede destratar, maltratar y anular a las mujeres – la madre, la hermana, Lila – también tiene un gran componente variopinto. Quería que no pararan de pasar cosas. Por eso pensé: que no se conozcan en un bar acá en Medrano, que lo hagan varados en un aeropuerto cuando estalla una guerra entre Israel y Egipto, para que tenga otro vértigo la novela. Uno de mis grandes miedos era que el tema que trato se llevase puesto el cómo esta dicho. Yo creo que la novela es una puesta estética, un trabajo con la palabra, el lenguaje y el léxico. No se trata solamente de un psicópata de mierda que mata a su mujer. En ese fraseo, en esa forma que tiene – como narrador que también es el protagonista -quise extremar cosas ligadas a la poesía. Asimismo, con una herencia de lo que fue el boom latinoamericano en lo que es el segundo capítulo. Era una tensión constante pensar que el tema, por ser tan actual y tener tanta pregnancia en la realidad, se llevase a la forma de contarlo. Se puede contar lo mismo de mala manera y que termine siendo un golpe bajo, una novela casi sin sentido. En la puesta estética radica - si es que tiene uno - el valor.

Es una pregunta contrafáctica pero, ¿hubiera sido más difícil narrar la novela antes del estallido del “Ni una menos”?


Sí, y ya hubiese envejecido. Ninguno de nosotros – si seguimos en lo contrafáctico – tendría las herramientas para ser concientes de hasta qué punto éramos todos violentos con las mujeres. Lo empezás a ver a partir de ahi. El otro día me decía mi mamá: “yo no me siento destratada por el patriarcado porque pude viajar en los setenta”. Lo que pasa es que a un hombre no se le plantea si pudo viajar a ver una pelea de boxeo. Ahí empezás a entender todo de otra manera. La violencia de Germán esta muy enraizada con esta lucha que ahora esta puesta sobre el escritorio del poder y de la historia, y sobretodo de este país, porque lo que hace la mujer argentina es extraordinario. Ésto hay que decirlo. Si uno ve los mapas de los países donde el aborto es legal o donde no esta castigado, nosotros estamos por abajo de la línea de África. Ya es legal casi en todos lados. Pero, ¿en cuántos países se recuerda una militancia y una lucha de cientos de miles de mujeres con los pañuelos verdes saltando y gritando? Esto es una lucha tan grande porque la sociedad argentina es mucho más patriarcal y machirula que otras. Hay una ponderación constante en toda nuestra cultura general: el asado, la política, el futbol, la música, la cultura; en lo que se te ocurra.


En ese sentido, hay una escena que se viralizó en los último días de Alberto Olmedo abusando de un personaje femenino en una de sus películas. En ese entonces parecía causar humor aquello.


Bueno, los ídolos intocables ahora están tocados. [Alberto] Olmedo era el tipo más visto de la televisión argentina, es más, “el manosanta” era un acosador básicamente. Un poco más adelante, lo que hacía [Marcelo] Tinelli, y seguramente más atrás había otras cosas. Es una constante de la cultura argentina. Por eso, es muy importante cuando la mujer que lucha dice “yo quiero los derechos, no los privilegios”, porque en los privilegios sobrevive el micromachismo y es la forma que tiene el patriarcado de sobrevivir. Si yo le dejo pasar a Olmedo la suya porque era un ídolo y era “con humor”, estoy dejando una puerta abierta. Con el humor pasa algo muy perverso, se permiten trasgredir ciertos límites que no deberían, porque mediante la propagación de eso, instalás en los estamentos de la cultura general a los prototipos. Hacés chistes de “putos”, de “judíos”; y el único que no está amenazado y burlado es el hombre blanco, patriarcal y heterosexual, que es el señor que se caga de risa de todos los demás. Cuando vos querés tener los mismos derechos no podes contemplar los privilegios que te daba el opresor, tenés que borrar todo. Si la mujer quiere ganar lo mismo que el hombre no tiene que aceptar que éste la invite, porque no es más una mascota, ahí empieza la igualdad. Toda la terminología de la caballerosidad, en realidad habla de cómo el hombre le pasaba por la cara a la mujer todos los privilegios de los cuales disponía y ella no. Ésto es en definitiva lo que se esta poniendo en jaque.


En 2015 habías dicho que en la Argentina la “memoria” había alcanzado una madurez superior al carácter adolescente del país. Me pregunto, ¿cómo lees la elección social de un gobierno que parece muy similar a los que hace algunas décadas hemos tenido?


Puede ser un gran síntoma de estupidez. En ese momento no podía conocer el curso de los acontecimientos. De igual forma, creo que la sociedades sólo van para atrás si es para tomar envión. Esta sociedad necesitaba eso. Por supuesto que era algo “a priori”, pero había una necesidad impuesta por los medios y una parte reaccionaria de la sociedad (la derecha, el conservadurismo, el liberalismo) de matar a una forma de hacer política, a una figura, a un movimiento. Y esa parte suicida de la sociedad prefirió condenar este presente sólo para matar eso. El macrismo cumplió con la sociedad. Ahora se le exigen cosas a [Mauricio] Macri para las cuales no se lo votó. A Macri se lo votó por el odio a Cristina. Él tenía que venir a desmantelar todo esto. Y ese odio es el que nos llevó a esta circunstancia, en eso cumplió. Ahora se dieron cuenta que votaron a un tarado, un niño rico, un psicópata. Hay que hablar de cómo en esta sociedad, donde los lazos son tas lábiles y laxos, se permite la proliferación de personalidades psicopáticas; maestros del camuflaje; de un abanico de máscaras para perderse en estas circunstancias. Porque no es casual que se haya premiado con la presidencia a Donald Trump, un psicópata que se jacta de ser un hijo de puta; que es capaz de discriminar en vivo en televisión. Y estos tipos, ahora, se dan cuenta. Era una sociedad cegada por el odio. Entonces, tenemos que estrellar la nave para resurgir. Otra vez la del ave fénix, por más desgastada que esté. Yo estoy convencido de algo - porque leo historia; porque muchas veces la estudio aunque sea con fines literarios –, de que nunca se va para atrás. De todo se progresa. En eso soy optimista. Nunca se conquistaron tantos derechos como ahora en la historia del mundo. Se que aun hoy hay violencia contra la mujer, pero veo el mundo que heredó mi abuela y el que heredó mi hermana y es rotundamente mejor este último. Este cambio es irreversible. Si bien permite suponer que estamos retrocediendo, la lógica y las singularidades de las masas hacen que cada vez que se retroceda sea para ir para adelante. Lo único nítido y preponderante que tenemos es el instinto de supervivencia.


¿Toda literatura es política?


Yo creo que toda lectura es política. Nadie hace una lectura despojada de toda ubicación. No se si toda literatura es política pero evidentemente todo lo que se completa tiene que ver con una postura política. Tanto quien la crea como quien la lee está supeditado a una subjetividad política, cultural y económica de la cual no puede desprenderse. No lo lee ni lo escribe una “ameba”. Lo señalo porque es un gran triunfo de la propaganda política decir que “todo hecho es político”. También uno podría decir que todo hecho es una construcción literaria, porque la humanidad viene de una construcción literaria. Nosotros sabemos que las construcciones políticas son mitológicas, son culturales; sobreviven en su arte, en su literatura, en su cine, en su fotografía; entonces, también un hecho político es una construcción oral, literaria. En cuanto al ejercicio o la práxis política cruda, la política desde lo discursivo lleva mucha agua para su molino.


David Viñas decía que la literatura que le es cómoda al mercado es la literatura burguesa, y que la literatura que se considera política tiene adscribirse en una idea concreta, incomodar.


Si claro. Hay un mercado que satisfacer. Yo no hago una literatura condescendiente con el mercado y creo que la literatura que sobrevive, en casi ninguna época, es amiga del mercado, salvo contadas excepciones. No estoy queriendo decir que si tiene una repercusión o un éxito mediano o mayor en el mercado sea menos. No por vender mucho hacés mala literatura, pero no creo en la literatura escrita para atender las necesidades de un mercado. Ni siquiera creo en la literatura escrita para satisfacer las necesidades de un lector. Me parece que desde mi lugar de escritor trato de incomodar. El otro día un amigo me hizo un chiste, me dijo que todo el mercado lo ocupan los libros de autoayuda y que yo hago libros de autodestrucción. La literatura es muy útil si nos enfrenta a lo peor de nosotros mismos, porque solo un ser disconforme con la realidad puede querer aspirar a vivir de la creación de realidades paralelas, verbales, alternativas. Entonces, me parece que atender o poner a la literatura a ser un “perro” tolerado por la gerencia de un mercado, es algo que le hace muy mal. Gracias a Dios, de esa literatura es poco lo que sobrevive. Yo veo que a Corin Tellado o a los grandes best seller de la literatura española no se los estudia en ningún lado, y a Lorca, Cernuda o Fernando Aramburu sí. La buena literatura esta destinada a la supervivencia. No porque sea algo de la cotidianeidad del tiempo en que transcurre sino porque lo que está bien hecho tiende a ello. Ahora, si te encontrás con algo que vende mucho y encima está bien escrito, bienvenido sea, como el caso de Claudia Piñeiro, Gabriela Cabezón Cámara o Selva Almada; gente que vende muy bien y atiende un mercado. Tampoco hacer la de “equipo chico”. A nosotros nos mataron con lo de los “escritores del reviente”. Cuando vos venías del under, te pagabas el libro e ibas a El Pacha a leer; te bancaban. Y cuando ocupás el lugar que por ahí era para una nota de [Carlos] Tevez, te dicen que sos un careta, un vendido o que si es la revista VIVA ya es mucho. Para mí eso no tiene ningún sentido.


Hace algunos años escribiste una nota contando cómo llegaste a los libros gracias a tu viejo (Miguel Unamuno). ¿Escribir es una forma de conectarte con él?

Sí, es una forma de que mi viejo sobreviva también. Escribir es un poco una venganza, una reivindicación que uno tiene.


¿Venganza en qué sentido?


Todo lo que uno no puede hacer que cuaje en este mundo, a veces tan egoísta y alienado, la literatura lo hace como una forma de venganza. Hoy el lenguaje que sobrevive es el televisivo, el publicitario. Todo se lee como a la pasada, hay una sobre-exacerbación de la información. Uno ya no puede ser conciente de las cantidades de cosas que lee por día: lee unos cuatro renglones, pasa y lee otros cuatro. Entonces, la venganza del escritor es eso: la soledad, el silencio; trabajar con la palabra y que ella sea la verdadera protagonista. Uno va a la literatura a vengarse un poco de ese mundo, pero no es que lo hace con resentimiento sino que naturalmente ese mundo que uno crea termina operando como venganza del que existe. Escribir es un ejercicio de una enorme tiranía. No hay casi otro oficio que tenga tan a flor de piel la libertad. La política, por poner otro caso, necesita permanentemente del otro, del dato, de la circunstancia, de la inmediatez; la literatura, es la hoja en blanco, la posibilidad de la pausa o del desenfreno; es el lugar donde uno puede construir un universo distinto al que heredó, en el que uno está inmerso por el mero hecho de haber nacido.


¿Y en ese universo de escritura qué tan importante es la poesía?


La poesía es mi formación, por ende, es el andamio que me sostiene. La poesía es mi columna vertebral. Yo vengo de una formación casi excluyentemente poética, porque es lo que mas leí – si bien leí novelas de aventura antes -, cuando entré en la lectura adulta. La poesía ejerció una fascinación sobre mí. Tiene su capacidad de metáforas, su forma de articular las palabras; tiene una posibilidad única de crear atmósferas, climas. Y creo que la prosa, cuando dialoga con la poesía, puede sacar cosas muy potables que son las que al menos a mí me interesa trabajar. No digo que la prosa parca y acotada – hay una gran tendencia y escuela de eso – no sea válida, pero no es la literatura que yo intento hacer. Lo que intento hacer está emparentado a la poesía o a una cadencia poética, una reminiscencia o un dejo en su trasfondo.


Gabriela Cabezón Cámara declaró que la austeridad en la escritura le parecía una pelotudez.


No se si una pelotudez pero me aburre. Me gusta lo que me genera placer y eso tiene que ver con la poesía. Si vos te ponés a pensar: narrar es algo que hacemos todos. La materia prima del escritor es la palabra. Por ende, es el vaso comunicante de toda la humanidad. Si a una entrevista la desgrabás y la ponés en una nota, ya tenés cincuenta páginas de una novela en diálogo. Entonces, el trabajo del escritor es bordar sobre el papel, podar lo innecesario; que haya una orfebrería. Ahí está la cuestión, ahí está el riesgo donde elevar ese lenguaje, esa sensación. Uno puede narrar la misma historia de Lila en diez páginas: Acción, acción, acción, acción, dos vueltas de tuerca y listo. Pero no es lo mismo que lo suspenda una poética, que las oraciones terminen de una manera, que ese razonamiento que vos ya conocés esté dotado de una belleza que vos ignorás. Entonces, creo que ahí está - al menos para mí - el verdadero placer. Estoy leyendo literatura, no viendo un policial sobre un crimen. La ficción raramente supera a la realidad. Las sociedades no se espantan con nada. [Ricardo] Barreda salió de la cárcel y se volvió a casar. [Mike] Tyson o [Héctor] “Bambino” Veira salieron de la cárcel y los fueron a abrazar. Los aplauden de pie. Lo que quiero decir es que la realidad no es distinta de la ficción. A una mujer la matan cada treinta horas. Aún así, Lila no deja de ser una novela que horroriza y escandaliza: por la forma en que está narrada, el trasfondo, y esa violencia que a su vez tiene algo de belleza. Es eso lo que te incomoda, lo que te mueve del eje; sino pone un noticiero o un blog para que te enumere las atrocidades que se hacen a diario. Yo no necesito contar nada, ya está contado. Ahora, yo quiero hacer literatura de eso. Esa es la apuesta.


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