Publicada originalmente en Revista Kunst
En Lila,
su segunda novela, el autor parte de un femicidio para describir el
funcionamiento de un hombre cegado por una misoginia que los
engranajes culturales ampararon a lo largo de la historia.
Ph: Zani Golzman |
Las cinco de la tarde en
Almagro. Comienzo tardío de semana. En los televisores de la calle
Corrientes, Francia resiste sobre su área los embates de la ofensiva
belga para asegurarse el pase a la final en Rusia. La gente se
frusta, hacen gestos con sus manos. Una madre asustada en la esquina
de Ángel Gallardo se apura, “seguí caminando”, le dice a su
nene de guardapolvo, cuando un grupo de adolescentes pasa por detrás
entonando un cántico de “cancha”; uno de ellos zamarrea un
plástico con forma de tubo. Gonzalo Unamuno tarda unos minutos en
bajar a abrir. Tiene una campera de cuero en colores y una impronta
un tanto grunge. “¿Les
molesta el cigarrillo?”, pregunta. Aclara que perdió su atado, se
apura para ir a comprar en un kiosko de la vuelta. Arriba de los
edificios, las nubes son una amalgama de un gris cansado, como si el
tono estuviera desteñido. Subimos. Una sala repleta de estantes con
libros. Detrás, una barra de licores. Entre los tomos, él señala
la colección completa de Gredos. En unas horas festejará su
cumpleaños número treinta y tres. A pesar de las alternativas,
eligió hacer la nota en la misma fecha. “Qué mejor que pasarlo
hablando de literatura”, había dicho algunos días atrás. Un
enorme cuadro de Gardel pintado por “Menchi” Sábat de un lado,
una pila de títulos de Sándor Márai del otro. Gonzalo vuelve tras
haberse cambiado, tararea: “Detrás de las paredes, que ayer se han
levantado”. Su segunda novela, Lila,
acaba de publicarse. La narración se centra en la retorcida mente de
Germán Baraja quien, tras haber asesinado a su novia embarazada,
emprende una reconstrucción de los episodios previos de misoginia,
ira y violencia que desencadenaron en el femicidio y que dan cuenta
de los mecanismos de los que hace uso un psicópata – para
mimetizarse, seducir e imperar -, y de cómo el orden social ha
blindado una cultura patriarcal que, por la acción colectiva de las
mujeres, empieza lentamente a resquebrajarse.
El nombre del odio
En 1976, la Doctora Diana
Russell utilizó el término femicide
ante el Tribunal Internacional de Crímenes contra la Mujer que
organizó en Bruselas, junto a más de dos mil invitadas de cuarenta
países. La expresión, recogida de la escritora norteamericana Carol
Orlock, buscaba visibilizar las formas de violencia patriarcal
instaladas en todos los estamentos sociales. Nacida en el seno de una
familia acomodada de la Sudáfrica “blanca”, Russell vivió desde
adentro la lucha de la resistencia africana contra el apartheid,
forjando un grado de consciencia que volcaría en sus estudios en
Londres y en el Mills College de
California donde introdujo un curso de perspectiva feminista. La
repercusión de su lucha abrió un frente global capitalizado por
miles de activistas, entre ellas la investigadora mexicana Marcela
Lagarde, quien supo resignificar el término como “feminicidio”
para remarcar que los crímenes contra la mujer responden a la mera
condición de su género. En la Argentina, la sanción en 2012 de la
ley contra feminicidios, aún sin resolver la cuestión, ha generado
que cientos de mujeres se organicen, colmen las principales calles
del país, señalen cómo la sociedad machista está arraigada a los
cimientos más profundos de la cultura y la sociedad; dejen en claro
que, a pesar de los escollos que les pongan delante, no están
dispuestas a volver a callar.
En Lila
(Factotum), Gonzalo Unamuno (Buenos Aires, 1985) despliega una
poética de la perversión y el cinismo en la piel de su personaje
fetiche, Germán Baraja: representante del “macho”
desenmascarado; del negador impotente que, perseguido, desata su
cólera no solo contra el empoderamiento de su pareja sino contra un
discurso que lo expone a su estado más frágil: desposeído,
obligado a ver una debilidad latente, siempre cobijada, bajo
mamushkas, por los brazos patriarcales. Con una voz original y
descarada, Unamuno confirma lo ya mostrado en Acordes
menores para Marion Cotillard y Que
todo se detenga, una prosa potente e
incómoda, capaz de darle a un recorte pormenorizado de la realidad
una belleza singular, una estética del fraseo.
…
¿Se puede pensar Lila
cómo una obra que trata de mostrar que la cultura patriarcal está
en todas las estructuras de poder y sobre todo en la política, que
es vital para generar las transformaciones?
Se
puede entender perfectamente así. En Lila
la tesis central es esa, que ella se vaya construyendo a través de
todos los personajes masculinos que la fueron vulnerando,
defraudando, agrediendo y mermando a lo largo de su vida. Lo de
“sobre todo en la política”, bueno, por supuesto que todo lo que
orbita alrededor del poder tiene una injerencia mayor de ella, pero
yo soy un convencido de que “el poder” lo tiene los pueblos, la
cuestión es que lo ejercen los políticos en eso que es la
inmediatez: un político no puede torcer, por más que quiera, el
destino de un pueblo, pero puede retrasarlo mediante maniobras más
acertadas o no. Ahora está el caso del aborto en el Senado, puede
salir como no. Aún así, el pueblo ya hizo que sea una victoria
moral, eso es indiscutible. Los setenta burgueses que están ahí
sentados, que representan a la parte que más atrasa de los estados
de las provincias, puede hacer que por uno o dos votos – ojalá no
– haga que no llegue a salir. Pero eso es un ejemplo de un pueblo
que ya hizo los cambios y que sus políticos, muchas veces, no tienen
la misma capacidad de razonamiento. La mujer en este momento no
necesita más de diez minutos para saber qué es todo lo que pasa. No
creo que sea un proceso de largo aliento. En el hombre puede ser,
porque es poco creíble el tipo “feministo”. La mujer ahora que
analiza y revé todas las violencias de las que fue víctima
recurrente a lo largo de su vida, en diez minutos ve la luz, como si
abriera una persiana y dijera “esto lo entiendo perfecto”. Y los
políticos o las burocracias, por los propios engranajes, no están
impedidos de actuar a esa velocidad, pero el cambio es irreversible.
En ese sentido, el
matrimonio igualitario fue una medida política que corrió con una
lógica similar.
Claro que sí. Es que todo
es un desprendimiento de eso. En este cambio tiene que ver todo, no
solo la figura de Cristina [Fernández] como mujer -
independientemente de que ella no haya apoyado lo del aborto - sino
con una serie de políticas que se vienen dando y que ahora confluyen
en algo mucho más profundo, tal vez mucho más que lo del matrimonio
igualitario, que es la señalización del falo o del patriarca como
una violencia programática, sistémica. El falo todo lo que ha
tocado lo ha hecho mierda. Prácticamente todo. Se ha metido hasta
uterinamente con la mujer, la ha desplazado de todos lados: la sangre
de la mujer en las propagandas es azul y no roja; la mujer tiene
pelos y, sin embargo, tiene que estar depilada para alguien. Estas
cosas son las que ese tipo de “machos” no logra entender, te
dicen “che, ya que no se depilen” y, en realidad, lo loco es cómo
durante cuarenta mil años tuvieron pelos y se tenían que afeitar
para vos. Eso es lo que hay que entender como raro, no el cambio. El
cambio se da porque cuando te diste cuenta de que chocaste durante
cuarenta mil años, son diez minutos. Es la verdad o no es la verdad,
y la verdad no es progresiva.
El protagonista de tu
novela es Germán Baraja, el mismo que en Que
todo se detenga. Hay una diferencia,
en la anterior novela él ponía como límite el asesinato, y en Lila
esa barrera se cruza, ¿por qué?
En Que
todo se detenga, Germán se enuncia a sí
mismo, y por ahí toda esa violencia está un poco recubierta por los
efectos de la droga, entonces, su psicología no alcanza a
desarrollarse porque esta todo el tiempo condicionada: cada diez
líneas hay un “saque” de merca. Muchos de los lectores –
incluso yo también como autor – tuve la sensación de que era un
personaje que “daba para más”. Me han dicho: “me gustaría que
pase a la acción, sacalo del departamento”. Él (Germán Baraja)
habla así de todos, pero ¿cómo sería él entre todos? ¿Cómo
sería él en un vínculo? Entonces, ahí decido llevarlo a una
acción completa, violenta. ¿Para dónde puede desencadenar un
psicópata de estas características? Tomo de toda su gama de
particularidades la misoginia, para extremarla en él. Lo que sucede
también es que la época te da un material único para razonar. Me
parecía muy atractivo saber cuál podía llegar a ser el rol de un
psicópata integrado en plena deconstrucción o en una era donde la
lucha del feminismo es la gran agenda social. Creo que ningún
partido político tiene hoy el poder que tienen las mujeres
organizadas, y las señalizo porque hay que especificar que están
las que luchan y están las mujeres patriarcales. Éstas últimas son
las que tiran para atrás. Por eso, lo que sucede es que la mujer que
lucha tiene que tirar abajo un edificio de cuarenta mil años –
como lo es el patriarcado -, al “machirulo”, y a la mujer
patriarcal. Entonces, me parecía que extremar la misoginia era, de
alguna manera, dar en el clavo del tiempo histórico.
Hay una frase que
parece clave en Que todo se detenga,
cuando él dice: “suelo planear crímenes y desear muertes
voluntaria o involuntariamente porque todo lo hago contra alguien que
quisiera deje de estar, aunque me sirva, me motive, me haga
consciente del peligro”. ¿Es un poco el huevo de la serpiente de
lo que vendría?
Que todo se detenga
es una gran incubadora de odio, donde uno tenia la opción de decir:
“qué pasa si lo saco a este tipo”. O lo reinserto y lo curo o lo
extremo. Yo preferí extremarlo, que llegue a ese límite, que lo
transgreda.
¿Cómo fue el trabajo
para meterte en la cabeza de un psicópata y femicida? ¿Te interpeló
como hombre?
A mí me interpela la
época. El trabajo de un personaje es siempre el mismo. Un personaje
puede pecar de todo, menos de no ser creíble. La primera imagen que
tuve es con la que arranca el libro: el cadáver de una mujer
embarazada asesinada por su propia pareja, con él orbitándole
alrededor de la cama. Y ahí me dije “este tipo tiene que ser
Germán”. Hace casi ocho años que escribo con la lógica de Germán
Baraja. Si bien la otra novela salió hace cuatro, yo ya venía
haciéndolo desde antes.
¿La forma tan
frenética de tu prosa se corresponde a un estilo de escritura o a la
mente alterada del protagonista?
Bueno, con ambas. Mi prosa
tiene algunos atisbos de grandilocuencia y encaja perfecto con un
megalómano: con un tipo con el ego distorsionado, tan perverso y
destructivo como él. Hay que tener una cuota de negatividad muy
grande y una pulsión de muerte muy elevada para poder ir razonando
de esa manera, y con todo, porque es un tipo que no lo frena ni la
madre muriéndose de cáncer ni la hermana. Todo lo que tiene,
secunda o rodea, lo denigra. A estos personajes lo que los hace
atractivos es mudarlos de acción, porque su reacción va a ser
siempre la misma. Uno ya sabe qué es lo que un Germán Baraja puede
hacer: cosificar a la gente y tratarla de usar en su provecho.
Trabajé mucho en ello. Hago terapia para mí, pero durante un año
trabajé mucho la cuestión del personaje, para que no tuviese
ninguna hendija por la que pueda permitir que se filtre una humedad y
que él sea vulnerable como personaje. Ahí si fui ayudado por un
terapeuta, incluso Baraja durante mucho tiempo de la novela entraba
en el rango psicótico y no psicopático, pero después eso lo tuve
que cambiar.
¿Cuál es la
diferencia entre rangos?
El psicótico establece
una relación con la realidad muy distinta que la del psicópata. En
el psicópata siempre se es consciente, en el psicótico no. La vida
útil e integrada del psicópata es mucho más larga que la del
psicótico, que es generalmente el híper medicado, el que
inevitablemente termina en terapia por algún brote o porque alucina.
Esta más vinculado a lo que puede ser la esquizofrenia. Igualmente,
del único psicópata que puedo hablar es de mi personaje, yo soy
solo escritor. Con este personaje tuve que correr las partes en donde
él tenía delirio, porque eso se contradecía con el grado de
consciencia total que tiene permanentemente. A un psicótico le
cuesta mucho más el camuflaje, Ahí está la principal diferencia.
Yo quería puntualmente que fuera un psicópata, por eso le di todas
las características, porque hay una tendencia a confundir: un
megalómano no es un psicópata; un egocéntrico tampoco lo es. Ahora
todo parece igual de peor, pero el rango del psicópata apenas
alcanza el uno o dos por ciento de la población; lo dice Robert Hare
que es un estudioso y creó una escala que determina el espectro. No
todo el perverso es psicópata. En el caso de Baraja, es una
psicópata integrado, definido y te diría que definitivo. Ya no
tendría cura en una eventual tercera parte, si es que me animara a
escribirla.
¿La resistencia del
hombre cosificador a quedarse vacío cuando la mujer adquiere
derechos se ilustra con el desprestigio a los colectivos de mujeres y
en expresiones del tipo “feminazis”?
Cuanto más cerca esté el
feminismo de tirar abajo el patriarcado más víctimas mujeres va a
haber. Es una estructura cultural tan enraizada que la deconstrucción
te obliga a ver que todo tu mundo anterior era un gran cúmulo de
irradiación de violencia, y esto lo empezás a ver ahora. Yo, al
menos, empiezo a ver eso. A mí el sistema me amparaba tanto para ser
violento que ahora entiendo que pude haber tenido una mejor infancia
que mi hermana por el simple hecho de haber sido varón. En un mundo
donde se premiaba ser varón. Recuerdo que mi hermana no quería las
vacaciones porque jugábamos entre los chicos o porque tenía que
hacer las ensaladas en los asados. Además, las mujeres eran las que
no hablaban de política. Nosotros empezamos a ver que el humor con
el que nos criamos ya es obsoleto, es patriarcal, es denigrante. Te
das cuenta de que tu figura paterna era una persona que avalaba ese
machismo, tal vez sin querer serlo. Me pasa algo curioso, mi viejo
era un tipo del año 32', hoy tendría casi noventa años y sin
embargo era muy avanzado para su época en esta materia. Aún así,
hoy no podés dejar de verlo como un “machirulo” establecido.
Entonces, tu referencia inmediata, en términos de masculinidad que
es tu padre, el que te orientaba en las salidas o en materia sexual,
pierde valor. Estas obligado a verte en un espejo totalmente nuevo,
como si vieras por un retrovisor que nada es lo mismo, Lo que pasa es
que, el que no se adapta al cambio, se violenta. Y ahí, el libro lo
abre una cita de un psiquiatra, Gustavo Dossal, que dice que esto
que está puesto en jaque – la amenaza a la estructura -, se cobra
cada vez más víctimas, porque se anula al hombre a una voluntad de
ser a la que no estaba acostumbrado. El hombre tiene que entender que
la mujer lo va a poner a su altura, y eso es contra lo que no puede
el hombre. No logra superar su instancia de animalidad. El “macho”
lo que no puede entender, en definitiva, es esa cosa primitiva: si
hay un plato de alimento y estás vos y yo, ¿lo tengo que comer
porque soy hombre? Cuando la mujer los enfrenta a su verdad, el tipo
mata, golpea, cela, cerca, territorializa. Eso es lo que pasa, está
en jaque todo su mecanismo de razonamiento. Tiene que entender que su
chiste no va más, y que si no lo hace se lo van a corregir: en su
familia, donde trabaja, en los medios; se empieza a chocar con un
paredón que no tenía en frente. Él era un niño mimado del
patriarcado y ahora todo eso se acaba. ¿Por qué el fútbol es de
once varones contra once varones? ¿Por qué era solo un tema de
charla de varones? ¿Por qué en un país donde el sesenta por ciento
son mujeres, todos los ministros y diputados son hombres?
En la segunda parte de
Lila hay
una forma de narrar bastante distinta, incluso el tema a primera
vista parece cohesionarse con la primera, pero luego uno da cuenta de
que hay una necesidad tuya de mostrar al patriarcado en su expresión
más amplia, también en el plano histórico, y que la violencia no
responde a “loquitos” como Germán Baraja.
Absolutamente, Hace veinte
años pegarle a una mujer estaba permitido en los matrimonios,
incluso hasta violarlas. Hace veinticinco años no había ley de
divorcio. Cuando nací no la había. Terminé siendo un hijo extra
matrimonial porque mi padre seguía casado y no se podía separar.
Incluso, cuando ves la lista en la que él entró en el año 83', la
primera mujer estaba en el puesto once. Y hoy, treinta años después,
ya es uno a uno. Es impresionante el avance. Ese capítulo tiene que
ver con eso, también con alejar al lector de esa voz opresiva,
enlodazada que es la de Baraja. Quise que operase como un gran
fresco, un abanico de personajes, que sea el oxígeno de la novela.
Si bien muestra todas las formas en las que se puede destratar,
maltratar y anular a las mujeres – la madre, la hermana, Lila –
también tiene un gran componente variopinto. Quería que no pararan
de pasar cosas. Por eso pensé: que no se conozcan en un bar acá en
Medrano, que lo hagan varados en un aeropuerto cuando estalla una
guerra entre Israel y Egipto, para que tenga otro vértigo la novela.
Uno de mis grandes miedos era que el tema que trato se llevase puesto
el cómo esta dicho. Yo creo que la novela es una puesta estética,
un trabajo con la palabra, el lenguaje y el léxico. No se trata
solamente de un psicópata de mierda que mata a su mujer. En ese
fraseo, en esa forma que tiene – como narrador que también es el
protagonista -quise extremar cosas ligadas a la poesía. Asimismo,
con una herencia de lo que fue el boom
latinoamericano en lo que es el segundo capítulo. Era una tensión
constante pensar que el tema, por ser tan actual y tener tanta
pregnancia en la realidad, se llevase a la forma de contarlo. Se
puede contar lo mismo de mala manera y que termine siendo un golpe
bajo, una novela casi sin sentido. En la puesta estética radica - si
es que tiene uno - el valor.
Es una pregunta
contrafáctica pero, ¿hubiera sido más difícil narrar la novela
antes del estallido del “Ni una menos”?
Sí, y ya hubiese
envejecido. Ninguno de nosotros – si seguimos en lo contrafáctico
– tendría las herramientas para ser concientes de hasta qué punto
éramos todos violentos con las mujeres. Lo empezás a ver a partir
de ahi. El otro día me decía mi mamá: “yo no me siento
destratada por el patriarcado porque pude viajar en los setenta”.
Lo que pasa es que a un hombre no se le plantea si pudo viajar a ver
una pelea de boxeo. Ahí empezás a entender todo de otra manera. La
violencia de Germán esta muy enraizada con esta lucha que ahora esta
puesta sobre el escritorio del poder y de la historia, y sobretodo de
este país, porque lo que hace la mujer argentina es extraordinario.
Ésto hay que decirlo. Si uno ve los mapas de los países donde el
aborto es legal o donde no esta castigado, nosotros estamos por abajo
de la línea de África. Ya es legal casi en todos lados. Pero, ¿en
cuántos países se recuerda una militancia y una lucha de cientos de
miles de mujeres con los pañuelos verdes saltando y gritando? Esto
es una lucha tan grande porque la sociedad argentina es mucho más
patriarcal y machirula que otras. Hay una ponderación constante en
toda nuestra cultura general: el asado, la política, el futbol, la
música, la cultura; en lo que se te ocurra.
En ese sentido, hay una
escena que se viralizó en los último días de Alberto Olmedo
abusando de un personaje femenino en una de sus películas. En ese
entonces parecía causar humor aquello.
Bueno, los ídolos
intocables ahora están tocados. [Alberto] Olmedo era el tipo más
visto de la televisión argentina, es más, “el manosanta” era un
acosador básicamente. Un poco más adelante, lo que hacía [Marcelo]
Tinelli, y seguramente más atrás había otras cosas. Es una
constante de la cultura argentina. Por eso, es muy importante cuando
la mujer que lucha dice “yo quiero los derechos, no los
privilegios”, porque en los privilegios sobrevive el micromachismo
y es la forma que tiene el patriarcado de sobrevivir. Si yo le dejo
pasar a Olmedo la suya porque era un ídolo y era “con humor”,
estoy dejando una puerta abierta. Con el humor pasa algo muy
perverso, se permiten trasgredir ciertos límites que no deberían,
porque mediante la propagación de eso, instalás en los estamentos
de la cultura general a los prototipos. Hacés chistes de “putos”,
de “judíos”; y el único que no está amenazado y burlado es el
hombre blanco, patriarcal y heterosexual, que es el señor que se
caga de risa de todos los demás. Cuando vos querés tener los mismos
derechos no podes contemplar los privilegios que te daba el opresor,
tenés que borrar todo. Si la mujer quiere ganar lo mismo que el
hombre no tiene que aceptar que éste la invite, porque no es más
una mascota, ahí empieza la igualdad. Toda la terminología de la
caballerosidad, en realidad habla de cómo el hombre le pasaba por la
cara a la mujer todos los privilegios de los cuales disponía y ella
no. Ésto es en definitiva lo que se esta poniendo en jaque.
En 2015 habías dicho
que en la Argentina la “memoria” había alcanzado una madurez
superior al carácter adolescente del país. Me pregunto, ¿cómo
lees la elección social de un gobierno que parece muy similar a los
que hace algunas décadas hemos tenido?
Puede ser un gran síntoma
de estupidez. En ese momento no podía conocer el curso de los
acontecimientos. De igual forma, creo que la sociedades sólo van
para atrás si es para tomar envión. Esta sociedad necesitaba eso.
Por supuesto que era algo “a priori”, pero había una necesidad
impuesta por los medios y una parte reaccionaria de la sociedad (la
derecha, el conservadurismo, el liberalismo) de matar a una forma de
hacer política, a una figura, a un movimiento. Y esa parte suicida
de la sociedad prefirió condenar este presente sólo para matar eso.
El macrismo cumplió con la sociedad. Ahora se le exigen cosas a
[Mauricio] Macri para las cuales no se lo votó. A Macri se lo votó
por el odio a Cristina. Él tenía que venir a desmantelar todo esto.
Y ese odio es el que nos llevó a esta circunstancia, en eso cumplió.
Ahora se dieron cuenta que votaron a un tarado, un niño rico, un
psicópata. Hay que hablar de cómo en esta sociedad, donde los lazos
son tas lábiles y laxos, se permite la proliferación de
personalidades psicopáticas; maestros del camuflaje; de un abanico
de máscaras para perderse en estas circunstancias. Porque no es
casual que se haya premiado con la presidencia a Donald Trump, un
psicópata que se jacta de ser un hijo de puta; que es capaz de
discriminar en vivo en televisión. Y estos tipos, ahora, se dan
cuenta. Era una sociedad cegada por el odio. Entonces, tenemos que
estrellar la nave para resurgir. Otra vez la del ave fénix, por más
desgastada que esté. Yo estoy convencido de algo - porque leo
historia; porque muchas veces la estudio aunque sea con fines
literarios –, de que nunca se va para atrás. De todo se progresa.
En eso soy optimista. Nunca se conquistaron tantos derechos como
ahora en la historia del mundo. Se que aun hoy hay violencia contra
la mujer, pero veo el mundo que heredó mi abuela y el que heredó mi
hermana y es rotundamente mejor este último. Este cambio es
irreversible. Si bien permite suponer que estamos retrocediendo, la
lógica y las singularidades de las masas hacen que cada vez que se
retroceda sea para ir para adelante. Lo único nítido y
preponderante que tenemos es el instinto de supervivencia.
¿Toda literatura es
política?
Yo creo que toda lectura
es política. Nadie hace una lectura despojada de toda ubicación. No
se si toda literatura es política pero evidentemente todo lo que se
completa tiene que ver con una postura política. Tanto quien la crea
como quien la lee está supeditado a una subjetividad política,
cultural y económica de la cual no puede desprenderse. No lo lee ni
lo escribe una “ameba”. Lo señalo porque es un gran triunfo de
la propaganda política decir que “todo hecho es político”.
También uno podría decir que todo hecho es una construcción
literaria, porque la humanidad viene de una construcción literaria.
Nosotros sabemos que las construcciones políticas son mitológicas,
son culturales; sobreviven en su arte, en su literatura, en su cine,
en su fotografía; entonces, también un hecho político es una
construcción oral, literaria. En cuanto al ejercicio o la práxis
política cruda, la política desde lo discursivo lleva mucha agua
para su molino.
David Viñas decía que
la literatura que le es cómoda al mercado es la literatura burguesa,
y que la literatura que se considera política tiene adscribirse en
una idea concreta, incomodar.
Si claro. Hay un mercado
que satisfacer. Yo no hago una literatura condescendiente con el
mercado y creo que la literatura que sobrevive, en casi ninguna
época, es amiga del mercado, salvo contadas excepciones. No estoy
queriendo decir que si tiene una repercusión o un éxito mediano o
mayor en el mercado sea menos. No por vender mucho hacés mala
literatura, pero no creo en la literatura escrita para atender las
necesidades de un mercado. Ni siquiera creo en la literatura escrita
para satisfacer las necesidades de un lector. Me parece que desde mi
lugar de escritor trato de incomodar. El otro día un amigo me hizo
un chiste, me dijo que todo el mercado lo ocupan los libros de
autoayuda y que yo hago libros de autodestrucción. La literatura es
muy útil si nos enfrenta a lo peor de nosotros mismos, porque solo
un ser disconforme con la realidad puede querer aspirar a vivir de la
creación de realidades paralelas, verbales, alternativas. Entonces,
me parece que atender o poner a la literatura a ser un “perro”
tolerado por la gerencia de un mercado, es algo que le hace muy mal.
Gracias a Dios, de esa literatura es poco lo que sobrevive. Yo veo
que a Corin Tellado o a los grandes best
seller de la literatura española no se los
estudia en ningún lado, y a Lorca, Cernuda o Fernando Aramburu sí.
La buena literatura esta destinada a la supervivencia. No porque sea
algo de la cotidianeidad del tiempo en que transcurre sino porque lo
que está bien hecho tiende a ello. Ahora, si te encontrás con algo
que vende mucho y encima está bien escrito, bienvenido sea, como el
caso de Claudia Piñeiro, Gabriela Cabezón Cámara o Selva Almada;
gente que vende muy bien y atiende un mercado. Tampoco hacer la de
“equipo chico”. A nosotros nos mataron con lo de los “escritores
del reviente”. Cuando vos venías del under, te pagabas el libro e
ibas a El Pacha a leer; te bancaban. Y cuando ocupás el lugar que
por ahí era para una nota de [Carlos] Tevez, te dicen que sos un
careta, un vendido o que si es la revista VIVA ya es mucho. Para mí
eso no tiene ningún sentido.
Hace algunos años
escribiste una nota contando cómo llegaste a los libros gracias a tu
viejo (Miguel Unamuno). ¿Escribir es una forma de conectarte con él?
Sí, es una forma de que
mi viejo sobreviva también. Escribir es un poco una venganza, una
reivindicación que uno tiene.
¿Venganza en qué
sentido?
Todo lo que uno no puede
hacer que cuaje en este mundo, a veces tan egoísta y alienado, la
literatura lo hace como una forma de venganza. Hoy el lenguaje que
sobrevive es el televisivo, el publicitario. Todo se lee como a la
pasada, hay una sobre-exacerbación de la información. Uno ya no
puede ser conciente de las cantidades de cosas que lee por día: lee
unos cuatro renglones, pasa y lee otros cuatro. Entonces, la venganza
del escritor es eso: la soledad, el silencio; trabajar con la palabra
y que ella sea la verdadera protagonista. Uno va a la literatura a
vengarse un poco de ese mundo, pero no es que lo hace con
resentimiento sino que naturalmente ese mundo que uno crea termina
operando como venganza del que existe. Escribir es un ejercicio de
una enorme tiranía. No hay casi otro oficio que tenga tan a flor de
piel la libertad. La política, por poner otro caso, necesita
permanentemente del otro, del dato, de la circunstancia, de la
inmediatez; la literatura, es la hoja en blanco, la posibilidad de la
pausa o del desenfreno; es el lugar donde uno puede construir un
universo distinto al que heredó, en el que uno está inmerso por el
mero hecho de haber nacido.
¿Y en ese universo de
escritura qué tan importante es la poesía?
La poesía es mi
formación, por ende, es el andamio que me sostiene. La poesía es mi
columna vertebral. Yo vengo de una formación casi excluyentemente
poética, porque es lo que mas leí – si bien leí novelas de
aventura antes -, cuando entré en la lectura adulta. La poesía
ejerció una fascinación sobre mí. Tiene su capacidad de metáforas,
su forma de articular las palabras; tiene una posibilidad única de
crear atmósferas, climas. Y creo que la prosa, cuando dialoga con la
poesía, puede sacar cosas muy potables que son las que al menos a mí
me interesa trabajar. No digo que la prosa parca y acotada – hay
una gran tendencia y escuela de eso – no sea válida, pero no es la
literatura que yo intento hacer. Lo que intento hacer está
emparentado a la poesía o a una cadencia poética, una reminiscencia
o un dejo en su trasfondo.
Gabriela Cabezón
Cámara declaró que la austeridad en la escritura le parecía una
pelotudez.
No se si una pelotudez
pero me aburre. Me gusta lo que me genera placer y eso tiene que ver
con la poesía. Si vos te ponés a pensar: narrar es algo que hacemos
todos. La materia prima del escritor es la palabra. Por ende, es el
vaso comunicante de toda la humanidad. Si a una entrevista la
desgrabás y la ponés en una nota, ya tenés cincuenta páginas de
una novela en diálogo. Entonces, el trabajo del escritor es bordar
sobre el papel, podar lo innecesario; que haya una orfebrería. Ahí
está la cuestión, ahí está el riesgo donde elevar ese lenguaje,
esa sensación. Uno puede narrar la misma historia de Lila
en diez páginas: Acción, acción, acción, acción, dos vueltas de
tuerca y listo. Pero no es lo mismo que lo suspenda una poética, que
las oraciones terminen de una manera, que ese razonamiento que vos ya
conocés esté dotado de una belleza que vos ignorás. Entonces, creo
que ahí está - al menos para mí - el verdadero placer. Estoy
leyendo literatura, no viendo un policial sobre un crimen. La ficción
raramente supera a la realidad. Las sociedades no se espantan con
nada. [Ricardo] Barreda salió de la cárcel y se volvió a casar.
[Mike] Tyson o [Héctor] “Bambino” Veira salieron de la cárcel y
los fueron a abrazar. Los aplauden de pie. Lo que quiero decir es que
la realidad no es distinta de la ficción. A una mujer la matan cada
treinta horas. Aún así, Lila
no deja de ser una novela que horroriza y escandaliza: por la forma
en que está narrada, el trasfondo, y esa violencia que a su vez
tiene algo de belleza. Es eso lo que te incomoda, lo que te mueve del
eje; sino pone un noticiero o un blog para que te enumere las
atrocidades que se hacen a diario. Yo no necesito contar nada, ya
está contado. Ahora, yo quiero hacer literatura de eso. Esa es la
apuesta.