jueves, 25 de mayo de 2017

La Joven Pandilla del Oeste

La Joven Pandilla del Oeste: Historias de cruces, sonidos y hermandad


Por Marvel Aguilera
Fotos: Gentileza Luis Fontal




Corría el año 2013 y, tras un breve pero intenso paso por Europa, Manu Hattom volvía a pisar tierra criolla. Atrás habían quedado las canciones de su primigenio Benalmadena Despierta. El horizonte musical se presentaba más atractivo en una generación que continuaba creciendo bajo la guía de bandas como El Mató a un Policía Motorizado, Mi Amigo Invencible e incluso, desde el oeste, con Los Nuevos Monstruos y Mejor Actor de Reparto. La noche en las calles de Haedo y en los alrededores de Morón o Ramos Mejía, reflejaba una corriente cada vez más erigida y con aroma propio: grupos independientes, con talento y voluntarismo, constructores de su propia promoción. La Joven Pandilla es el reflejo de ese espíritu, de hermandad y respeto por el valor de la música como arte expresivo y, en cierta medida, transgresor de una cultura tendiente a la homogeneización de estilos. Un correo electrónico y una necesidad de salir de la quietud para tocar un ya elaborado nuevo disco llevó a Manu a pensar una banda que pudiera rodearlo y, con el paso del tiempo, lograr vida propia.

- Mi llegada fue al principio de la banda - aclara Santiago Tassara.

Hace un par de horas estamos rondando el interior de un bar de Castelar en donde el grupo arreciará algunas canciones en poco tiempo. "Chansi", como lo llaman, se muestra tranquilo; lleva unos auriculares puestos: está concentrado. Hace algo más de un año presentó La Trampa, el primer disco de su banda madre, Folie. Un cuarteto de indie rock con una energía contagiada de los Artic Monkeys y algunos guiños a la primera etapa de los Libertines. Aunque en su banda luce la voz, Santiago comenzó tomando los Teclados en las gateras de La Joven Pandilla, a pedido de un Manu que ya lo conocía desde hace algunos años. "Nos encontramos con Manu cerca del 2010, al mismo tiempo en que conocíamos a 'Coky' (Fernando Duarte) y a los demás chicos del circuito, En ese tocar es que fue apareciendo esta movida del oeste; allí los caminos se acercaron". Para la presentación del último disco ya cargaba su guitarra, sin embargo, ese posible contacto con el rol en su propia banda no le hace perder el eje de La Pandila, el cual parece activarse como chip interruptor al momento de subir al escenario.

El increible Autopistas fue presentado apenas el año pasado, un 8 de julio, antes en Rosario que en Buenos Aires. Una decisión que deja de ser extraña, inmediatamente, al conocer el vínculo afectivo que une a los músicos con la ciudad más popular de Santa Fe, la del Negro Olmedo y Fontanarrosa. Tras ese show en el Nómade, la banda estaba lista para desperdigar las canciones alrededor del territorio bonaerense, incluído el show central en el Xirgu. Y ese recorrido fue más constante que nunca.

- Aunque no toquemos nuestras propias canciones, somos una banda. Con otros integrantes y otros estilos no saldría lo mismo - comenta Patricio Tulio Viera, el bajista pandillero.

Desde al lado del escenario, Patricio está relajado. Es carismático. Tiene un criolla entre sus piernas donde practica el cover de Lio Dominguez que interpetará la banda en unas horas. Cuenta que conoció a Manu hace ya tiempo, en un recital de los (The) Racoons, una de las bandas impulsoras de la nueva camada del indie rock en Haedo, surgida de la suma de Hattom, Matias Jove y Fernando Fagiani a mediados de 2007. "No tenía banda cuando Manu me llamó", destaca "Pato". Arriba del escenario se lo ve envuelto en su mantra, no se mueve demasiado de su lugar, parece él y su bajo ser lo único existente en ese trance. "Nos comunicamos a través de la música", aclara, mientras reafirma la idea de que la química que rodea al grupo parte de una premisa tácita: la amistad. Patricio trabaja en el banco de drogas de un Hospital, alrededor de graves afecciones con las que lidia diariamente. Aún así, destaca que no vive afectado por la situación. "Me lo banco bastante", explica. Y está claro, de otra manera sería insostenible.

Manu observa a los demás, relajado, sostiene que la composición surge de un momento particular, para un proyecto de disco, "para grabar", y no a partir del ensayo como un acto natural de improvisación. La Joven Pandilla debió amoldarse a las canciones que él fue componiendo en los años previos, sin embargo, la nueva placa que ya fue grabada hace algunas semanas atrás, guarda un ingrediente nuevo y enriquecedor: la creación desde el intercambio con los integrantes de la banda. "Manu viene con una idea general, de cómo encarar cada canción; de la armonia. A medida que vamos armando las canciones, agregamos lo que sentimos que necesita cada una para que funcione.", destaca Patricio. La Joven Pandilla retiene la potencia de las canciones, de la melodía como motor de todos los detalles y arreglos que recubren el ambiente de cada corte.





-  Sabía que iba a tocar con ellos algún día - comenta, sincera, Laura Palmer, la baterista.

Entre algunos comentarios, Laura recuerda que ensayaba con otra banda en una sala contigua a la que estaba Manu con La Joven Pandilla. "Un día caí al ensayo", puntualiza, rememorando cuando el puesto de batero había quedado acéfalo tras la salida de Fabrizio Tursi. La historia de Laura es la historia de quien supo pasar del público al escenario: "Estar con la banda implicó, en principio, responsabilidad. Partiendo de que tenía que hacer lo que venía laburando otra persona, no algo propio, o al menos acercarme lo más posible a ello". Inquieta, en la vereda de la calle Pompeya, hace algunas bromas sobre la gente que pasa. Es graciosa y directa, no parece guardarse nada. Desde hace algunos meses trabaja en el kiosko de una escuela, un horario reducido que le permite abocarse de lleno a lo musical. A Laura le gusta viajar, lo repite más de una vez en la charla. Con Manu Hattom desde ya, pero ahora con La Joven Pandilla, hay un apunte por mostrar el arte más allá de la General Paz. Y eso es vital. Lá música debe servir también para abrir puertas, surcar caminos, intercambiar impresiones con lo ajeno, en otras palabras, "jugar de visitante". En ese proceder nómade, las idas y vueltas con la ciudad central de Santa Fe se transfomaron en un hábito placentero, y aquello que ya se podía apreciar desde la composición del celebrado Autopistas, parece haber sido trasladado a cada uno de los integrantes de La Pandilla. "En Rosario hay muchas amistades, gente con ganas de salir y ver un show. Allá hay más espíritu. Acá pareciera que las personas se cansan de salir o ir a ver una banda, allá da la impresión de que eso pasa mucho menos. Y se refleja en que son más copados con nosotros. Ya nos conocen, nos abren la puerta de su casa; nos ayudan con la fecha. Me han prestado la bata, a los pibes los equipos. Hay muchas casas de bandas de allá donde nos quedamos. Es un lindo público, y te dan ganas de ir todo el tiempo", destaca.


- Cada uno le da su propio toque personal, pero respetando la idea que trae Manu - resalta Wilson Rodriguez, mejor conocido como "Willi".

Otrora tecladista y desde el año pasado con la viola a cuestas, Willi se integró en 2015, a mediados de junio, cuando también formaba parte de Salvia, Campeoncito y los Coya Boyz, entre otras agrupaciones. "Soldado de Magdalena" como dice su nick en facebook, Wilson es el más expresivo, parece translucir mucha experiencia desde sus movimientos. Es conciso. Desde el costado de la mesa, se lo ve alto. Lleva una camisa colorida y una gorra: parece californiano. Ni bien paso a formar parte de la alineación oficial en La Pandilla, se sintió sumamente cómodo, como si hubiera estado desde siempre, aunque, en cierto punto, Willy parece haber estado siempre cerca, colaborando, compartiendo, desde lo que pudiese sumar. Camarógrafo en campeonatos de fútbol amateur y músico todo terreno, Wilson a priori refleja una actitud de perseverancia, talento y voluntarismo que identifica a buena parte de las agrupaciones que han germinado en la última década entre los cruces del municipio de Morón y La Matanza. El interrogante que surge alrededor de esa multiplicidad musical es lógico: ¿Hay una nueva escena en el oeste? ¿Puede Ramos Mejía o Haedo convertirse en una plaza de tal magnitud como la de La Plata o Adrogué para la escena independiente? Willi es claro: "El circuito no existe (...) Falta mucho para que surja una escena". Lejos del anhelo que aflora alrededor de las calles en que uno ha venido pisando desde niño, hay una realidad tangible e irremediable sin un cambio de paradigma cultural: sin boliches no hay música. "Lamentablemente las bandas tienen que ir a Capital a tocar. Si bien no es lo mismo que vivir en el interior, es algo parecido", dice Wilson. La relación asimétrica de "los dueños" de los espacios artísticos y los músicos - estallada tras los efectos que dejó la tragedia en el boliche República de Cromañon - conlleva a la cosificación: los artistas necesitados de difusión son vistos por los dueños de boliches como un medio para el fin único e irremplazable que los constituye: el lucro. "Desde los últimos quince años se viene arrastrando una explosión impresionante de bandas y de cultura, esa es la gente que compondría la escena, pero no se pueden desarrollar sin lugares", agrega.




Tras una ronda de pizzas, Willi recuerda uno de los últimos viajes que hicieron el pasado año a Mendoza, cuando se les rompió el auto en pleno recorrido por San Luis. Asustados por la cercanía del show, debieron hacer dedo a los autos para que los acercaran a la provincia del vino. Un camión frenó frente a ellos, era un camión grua. "Fue una locura, llegamos a la noche", comenta acentuando el vértigo con el que convive diariamente una banda con recursos limitados. Si salir a tocar a otros lugares parece una constante, la otra cara de la moneda también los acerca a un punto geográfico en común: la Posada Alcorta. Así es como llaman a la casa que comparten distintos músicos de la zona, y donde algunos se van turnando bajo palabra por su estadia. "Nos fuimos a vivir ahí entre cuatro, generalmente somos cuatro aunque vayamos rotando. Ha estado Manu y hoy estamos con Chansi, Lio Dominguez y Agustín (Funes). Es el lugar donde caen todos, para tocar o tomar algo; en un momento con la Pandilla ensayabamos ahí", dice Wilson. Es verdad: ¿Quien no pasó por la Posada Alcorta? Más allá del inmueble en sí - podría ser cualquier otra casa - lo que deja traslucir la relación entre los músicos es una sensación de cercania, de familia; toda una ruptura con el viejo estereotipo extravagante del rockero aún alimentado por ciertos comunicadores rancios. "Ya fue lo del rockero reventado. No pasa más que de tomar una cerveza a la noche. Somos gente normal y lo que prevalece ante el público es eso, más dentro de tanta plasticidad alrededor del arte; tanta truchada que intenta mostrar lo que no es", explica, en ese sentido, Willi.

A fuerza de moverse para tocar y buscar el más mínimo espacio para difundirse, las canciones del último disco han adquirido más vitalidad, cuerpo y peso propio. El impulso de "Carretera" y su aroma a pavimento, las vicisitudes del barrio encarnadas en el rostro de "Izamaroff, el rey del oeste" o el ritual de nostalgia del huayno "Cumbia nena". El disco es sólido y auspicioso. Pero ningún crecimiento se conserva desde la contemplación. Manu y la Joven Pandilla vienen cocinando las nuevas canciones, casi con candado, aguardando el momento oportuno para lanzarlas a la calle. Un momento cuyo termómetro conserva Manu, al borde de una nueva etapa en la historia de la banda: "Será un disco que navegue por lugares más nostálgicos que Autopistas, hacia el anhelo de algo; que responde al estado de ánimo de ese momento. Tiene mucha más letra y una forma compositiva más libre, donde no se respetan los mismos versos o estructuras constantemente: hay más acordes donde no tendría que haberlos, y partes ínfimas que pueden durar incluso cinco segundos." En ese trabajo sobre un proyecto que resulta inminente aparece el nombre de Alejandro Fernández Alves, quien ya había formado parte de Autopistas en la mezcla del disco. Muy atento ante cada mínimo detalle detrás del recital que apronta a la realizarse, Alejandro parece multiplicar sus ojos, sugiere, piensa la mejor manera de ofrecer el show ante el contexto del público ante el cual se encuentran. Reconocido productor de las bandas del circuito, Alejandro trabajó con agrupaciones como Los Nuevos Monstruos, Lunesmares, Folie, Mejor Actor de Reparto y Los Rusos Hijos de Puta, entre otras. "Me gusta trabajar en los shows, dar una impronta. La Joven Pandilla es una banda que cambió algunas veces de integrantes. No solo el sonido sino en el planeamiento del show. Un cambio de integrantes lleva tiempo en adaptarse y hay que tener mucha cancha como banda para que eso no se note; hay que trabajarlo y traccionar. De la misma manera que se hace preproducción para los discos, se hace también para los shows", explica.

Hablar de la genealogía de Manu Hattom y La Joven Pandilla es hablar también de los cimientos de Magdalena, el sello que vio crecer a las bandas que emergían alrededor de la zona de Haedo. Amigos en la infancia, algunos compañeros de colegio, otros relacionados en los primeras juntadas de bandas en los pocos espacios de la ciudad; pero todos músicos con aspiraciones de trascender esa etiqueta simplista del artista emergente. Un slogan arraigado en los medios relacionados al rock. Las bandas son bandas, más allá de la puesta que haya detrás de ellas. En ese contexto, las discográficas, como grandes monstruos ávidos por la inmediatez de la ganancia, priorizan lo probado antes que la apuesta. Ahí es donde aparece Magdalena, algo más que una estructura para producir discos y ofrecerse como galeria, casi un colectivo artístico. "En Magdalena hay algo que nos hermana", señala Willi, al mismo tiempo que acepta la existencia de un estilo musical que cruza buena parte de las agrupaciones, aunque aclara: "el otro día tocamos con una banda funk, y salió muy bien". ¿Cuál es ese sonido que cruza a La Joven Pandilla con el resto del sello? Es difícil catalogarlo y, en algún punto, innecesario; pero algo es claro: las influencias son recíprocas, más en un terreno donde las agrupaciones han ido creciendo juntas, sacando discos, compartiendo fechas, colaborando entre sí. "Hay influencia de nosotros mismos. En mi casa, por ejemplo, escucho la banda de Santiago (Folie) y de Mauro (Mejor Actor de Reparto). A la hora de hacer una canción, si escuche todo el día esas bandas, algo de eso va a haber (...) Y no los escucho porque me caen bien sino porque me gusta lo que hacen. Y eso se te pega", dice, confirmando la idea, Laura. Faltan algunas horas para tocar, adentro del bar la gente aún come, charla, escucha algunos temas de rock alternativo que pasan por los parlantes. Manu tiene algunos discos físicos de Autopistas, seguramente para ofrecer luego de la presentación. Le pregunto si se puede imaginar el camino que pretende hacer junto a la banda, si hay una idea de éxito contemplada más allá del cambio de paradigma que hoy rodea a las bandas de rock. Él reflexiona unos segundos, me habla de la música como lenguaje universal, de la necesidad de llevar el sonido a otros extremos del país, de generar lazos.

- ¿Éxito musical? El éxito es estar en este bar tomando birra, riéndonos entre nosotros - comenta.

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