Publicada originalmente en Revista Kunst
En
Las aventuras de la China Iron, la impronta machista de la literatura
gauchesca, encarnada en el icónico Martín Fierro, se quiebra en
aras de la liberación femenina y el grito de lucha de los
desclasados.
Ph: Nazarena Talice |
Son
las cuatro de la tarde en el barrio de San Telmo y Gabriela Cabezón
Cámara abre la puerta de su departamento en la calle Cochabamba, a
pocos metros de la Autopista 25 de Mayo. Es martes y el aire corre
poco en las calles casi desiertas que se observan desde la ventana
frontal. Alrededor de las paredes azules se exhibe una gran cantidad
de libros: en bibliotecas, estantes e incluso apilados sobre un
pequeño escritorio. Un libro enorme y cuadrado de Sara Gallardo. Los
poemas reunidos de Osvaldo Lamborghini. Gabriela termina de mirar su
computadora y les habla a sus mascotas que caminan alrededor de la
sala. Yuyo – un perro negro y de patas largas - es el más
inquieto: agarra una bolsa de nailon y se esconde detrás del sillón
para morderla. Gabriela habla con familiaridad. Sin rodeos. Hace
menos de una semana presentó su última novela en el popular bar
Tano Cabrón, un evento colmado de colegas, amigos y música retro.
Pero eso no la relaja. Ya piensa en su próxima charla, en Córdoba.
Su celular no para de sonar. Ella está sentada en un sillón rojo,
acomodándose para las fotos. De la charla surge la anécdota de su
entrevista de hace seis años al mítico Alberto Laiseca. Gabriela la
tiene aún muy presente: recuerda las largas horas de conversación;
las particularidades de la casa; las interminables pilas de papeles
por todos lados; su colección de pornografía; el curioso miedo a
dormir en su dormitorio. “Es una de las notas más lindas que me
tocó hacer”, dice.
En
su paso como escritora residente en Berkeley, California, comenzaron
las relecturas de la literatura gauchesca; entre muchas de las obras
del canon, la más emblemática: El
gaucho
Martín
Fierro (1872)
de José Hernández. Allí comenzó a gestarse la figura de la
“China”, la esposa abandonada por la petulancia del gaucho
cantor. Pero, lo que en principio parecía una situación de
acercamiento entre una desposeída y las mieles de la cultura inglesa
(que venían a salvaguardar el ardor de sus años mozos), culminó en
un giro necesario: “Se iba a llamar ‘Una novela imperialista’,
porque iba a ser eso. Al principio hay una fascinación con
Inglaterra, por los productos manufacturados de allá. Después le di
una vuelta de tuerca más. Sentí la necesidad. Me parecía que me
quedaba en poco”. Cabezón Cámara parece tener algo muy en claro,
la literatura es una forma de construir una visión de la historia.
En ese sentido, la esfera gauchesca necesitaba ser interpelada: ¿Qué
lugar ocupaba la mujer? ¿Es Martín Fierro un héroe de la moralidad
o un mártir al servicio del relato nacionalista? ¿Es acaso la
gauchesca una expresión cabal de la época o un mero artificio como
creía Borges? De esa manera, la autora de La
virgen cabeza
y El
romance de la negra rubia
apuesta por subvertir esos principios tradicionales (tal vez aun
impregnados), aquellos que para el laureado poeta Leopoldo Lugones
representaban al indígena como un ser ocioso e incivilizado – en
esa extensa herencia sarmientina – y al gaucho como el mito del
alma blanca en lucha contra la barbarie. Los mismos donde la mujer
nacía y moría como sierva del capricho varonil, pululando entre el
gavilán más perspicaz que se aprestara con hacerla su esposa;
aquella a quien las máximas de la libertad le estaban restringidas,
inclusive la más humillante de todas: la deserción.
Donde
me lleva el deseo allí mis pasos dirijo
Cuando
la China emprende un camino de carretera por medio del desierto
pampeano, deja atrás el recuerdo plebeyo de sus amos: los golpes de
la negra enviudada; la guapeza imperante de su marido (el llanero de
las Pampas) adquiriente de su ánima tras una jugada victoriosa de
truco; y la soledad atroz luego de su partida inusitada. En esa ida,
que más que escape es una liberación, la China comparte prácticas
y deseos con Elizabeth, una inglesa que busca reencontrar el abrazo
perdido de su amante. “Éramos un coro en lenguas distintas,
iguales y diferentes como lo que decíamos, lo mismo y sin embargo
incomprensible hasta el momento de decirlo juntas; un diálogo de
loros era el nuestro, repetíamos lo que decía la otra hasta que de
las palabras no quedaba más que el ruido”. Con el polvo flotando
en cada página, entre cuerpos indígenas y chimangos hambrientos, se
guarecerán en el “Fortín”, la estancia de Hernández: el
prematuro desarrollista con ansias de derrame, el filibustero del
canto de sangre ajeno. Pero, aunque el brillo de las vajillas y la
seda británica las pueda inocular, la China y Liz se afirmarán en
su amor, en el agite de un deseo despojado y sediento. Escapando de
aquel experimento del progreso, entre el olor de las flores, el ruido
de los animales y los latidos del desierto, llegarán a la
“toldería”. A ese collage de lenguas vivas, tribus y culturas,
que sin temores ni reparo alguno las comenzará a hermanar.
Las
palabras desenredan silencios. Se hilan. Construyen cultura e
identidad. Las palabras de Cabezón Cámara inquietan, emocionan,
quiebran; respiran la libertad de un espíritu sin tapujos,
dispuestas a no achicarse por las telarañas del canon sino a
engrandecerlo. La notable autora de Las aventuras de la china Iron
(Random House) despliega su estilizada prosa en las tres partes del
libro, reivindicando el oportuno adjetivo, explorando las
contradicciones de sus personajes y esbozando una impronta poética
cadenciosa, digna de sustentarse por fuera de cualquier marco
narrativo.
…
Leí
que empezaste con las lecturas de gauchesca desde tu residencia en
Berkeley, ¿por qué elegiste la mirada de la China del Martín
Fierro para desarrollar la obra?
Tuvo
que ver con notar esa falta. No había ninguna perspectiva ni voz de
mujer, y ningún recorrido que no fuera el de un varón más o menos
tradicional. En el caso de Fierro, es un varón algo feminizado, en
tanto vulnerado y humillado.
¿En
tu novela o en el Martín Fierro?
En
el Martín
Fierro,
claro. En la mía sale bastante bien parado: la pasa bien. Es feliz y
libre. Todas cosas que no le pasan en el propio Martín Fierro.
Se
nota en el texto una relación con el lenguaje muy estrecha, haciendo
hincapié en lo sonoro, algo muy en crudo.
No
es un lenguaje demasiado en crudo, es más bien elaborado. Si digo
“concha” cuando describo una puede llegar a dar algo de cosa,
pero después es bastante artificioso. Es un lenguaje que siempre
tiene consciencia de su materialidad, del sonido; y eso está muy
trabajado. Hay como una música que lo guía todo el tiempo, por eso
está alejado de cualquier tipo de crudeza; es una elaboración
bastante compleja, o quizás no compleja, pero sí hay mucho laburo
ahí. De hecho, todas las lenguas están agujereadas de otras, cada
idioma está agujerado por otros idiomas.
¿Incluso
la lengua inglesa?
Inclusive,
sí. La lengua inglesa es un tercio de francés y después de otras
lenguas que no conozco bien, pero sí también.
Cuando
la China piensa en lo que dejó atrás afirma que toda su vida “había
sido algo parecido a una ausencia”. ¿Más que un escape lo que
emprende es una búsqueda de su identidad?
Sí,
yo soy de la idea de que la identidad es más bien una construcción.
Es algo que se construye más que un descubrimiento. Se construye en
orden al deseo y no sé bien qué; pero no es que tenemos una
identidad, la vamos haciendo. Nos van pasando cosas y, ante cada cosa
de cierto peso que nos pasa, vamos eligiendo entre tal o cual. Así
vamos construyendo. Lo que le pasaba a la China – y le pasa a mucha
gente – es que no tenía la posibilidad de elegir para dónde ir.
Estaba destinada desde un principio a ser eso: una china; una cosa
que sirve para la reproducción y el servicio doméstico. Era eso,
ella no podía construir una identidad, no tenía la libertad de
hacerlo, ya estaba construida de movida. Estaba metida dentro de un
molde, como tanta otra gente.
En
relación a las elecciones, a la vista de los acontecimientos del
texto, ¿la postura machista de Fierro termina siendo resultado de
una represión más que de una elección natural?
Siempre
es una represión y no algo natural, no es de Fierro en especial.
Cuando Rita Segato dice que los varones son víctimas del patriarcado
está diciendo eso también; son esos mandatos que obligan al varón
a ser guapo. En el caso de Fierro es quizás muy exagerado: tener que
salir de facón si siente que alguien hiere su orgullo porque si no
lo hace no es lo demasiado hombre.
En
esta novela se observa una mayor acentuación en la poesía que en
tus trabajos anteriores, ¿responde a algún tipo de contrapunto que
quisiste tener con la obra de José Hernández o una necesidad
personal del momento?
Fue
como una mezcla. Traté de hacer eso, totalmente, de que en una parte
fueran como poemas. No sé si salió. Tenía que ver un poco con lo
que yo creía – a mi humilde juicio - que me había salido bien en
La virgen cabeza y El romance de la negra rubia. Eso que había
consolidado como forma de escribir, como un estilo, si se quiere.
Pretendía hacer otra cosa, otra cosa dentro de un barroco o una
idiosincrasia que tiene que ver más con el don que con la
austeridad; más que ver con cierto nivel de exceso y de derroche. A
mí la idea de la austeridad y que una escritura tenga que ser
económica me parece una pelotudez. Es como si literatura la
estuviera pensando Federico Sturzenegger. ¿Por qué escribir así?
¿A quién se le ocurrió? A Borges nada más, y le salió muy bien,
pero no tenemos que seguir insistiendo todos en eso. Por otra parte,
estaba atravesando un momento donde no la estaba pasando nada bien.
Estaba agonizando mi papá que tuvo Mal de Parkinson, que era una
persona muy saludable en cuanto a sus hábitos: no fumaba, nunca se
drogó, tomaba alcohol solo los días de fiesta, comía acelga todos
los días. Cuando te toca una enfermedad degenerativa y vos tenés
ese estado de buena salud, no vale la pena. Realmente no sirve. La
gente común se infarta antes de pasar por todo eso, mi papá no.
Todo es dolor: se van contrayendo todos los músculos hasta que se
contraen los pulmones y la persona se ahoga. Incluso no puede hablar
porque se contraen las cuerdas vocales. Es todo un horror. Además,
me estaba separando. Y yo, entre que viajaba mucho y cuando estaba
acá me la pasaba en el hospital, no era la mejor pareja del mundo.
¿Durante
cuánto tiempo pasó eso?
Todo
esto duró dos años. Una lenta descomposición de todo. Mientras
tanto, yo iba escribiendo a la China. Y así seguí también al año
siguiente.
Leopoldo
Lugones en su obra El
payador,
el texto que buscó configurar una idea del ser nacional, aborda la
figura del indio como un ser incivilizado, carente de progreso y
hasta de risa; y al gaucho como un híbrido necesario para afrontar
la lucha por la conquista y el desarrollo. ¿Crees que esa concepción
coincide con la del personaje de Hernández en tu novela?
Siempre
que hay un vencedor, alguien que extermina a otro, tiene que
justificar eso que hace. Tiene que explicarlo en términos de
necesidad de la historia. Hoy mismo a los indios que quedan les sacan
tierras. La clase dirigente crea terrorista con cuestiones
inverosímiles. Te muestran sus armas: una soga, una hoz para la
tierra, un machete, dos masas y un martillo; te dicen que ahí hay
terroristas y encima financiados por capitales ingleses. Será por un
inglés que pide en la boca del subte, porque hasta yo consigo
mejores armas que esas. Se necesita justificar la masacre mostrándolo
como una necesidad, porque nadie puede decir “tenemos que
reventarlos”. Entonces se dice que era necesario para el progreso
de la Nación, incluso mejor para ellos también porque ahora viven
en un lugar mejor. Ahora pasa en menor escala porque hay menos gente
para matar y hay otras formas de arrinconarlos. Aparte, son gente que
de por sí está pauperizada, no tienen capitales ni nada. Y mucho de
lo que dice Hernández en la novela está tomado del Manual
de Instrucción para el Estanciero,
de su autoría. Él explica todo esto de La Pampa como fábrica, la
necesidad de un país moderno y una estancia como la propia, que era
distinta de las anteriores.
La
idea de progreso en Hernández parece muy cercana a la teoría del
derrame que hoy tanto se menciona.
Esa
idea ya era de la época. El liberalismo ya tenía su concepción. De
hecho, es una idea que en algún punto la contempla el marxismo en
los primeros apuntes de El Capital. Lo que pasa es que lo único que
se derrama para los de abajo es sangre. No llega nada. Menos acá que
cuando se juntan dos mangos lo fugan. Hoy mismo entra guita, la ponen
en la bicicleta financiera y después la sacan ante el más mínimo
riesgo, como el que hay ahora por la suba de tasas de interés en
Estados Unidos. Entre tener la guita acá o en Estados Unidos, te vas
allá si hay más seguridad.
¿Por
qué la predilección por la primera persona en tus obras?
La
uso para los textos más largos. En algunos cuentos usé la tercera o
la segunda. No sé por qué será. Me gusta. La próxima novela la
voy a hacer en tercera, pero por joder nomás. La primera tiene algo
que pareciera espontaneidad, frescura; genera esas ilusiones. También
la transformación del modo de hablar del personaje queda más en
evidencia. En esta novela me pasó que me atraía ese grado de
arbitrariedad, de contradicción incluso. Uno hablándole a sí mismo
es mucho más contradictorio. Me genera esa ilusión de frescura que
me es grata, y me lo creo.
Cada
vez que sacás un nuevo material, abundan las calificaciones tanto a
vos como a tu obra alrededor de la temática queer. ¿Te sentís un
poco reducida con eso o es una caracterización que te identifica?
No.
Cuando empecé me decían que hacía literatura negra, ahora me dicen
que hago literatura queer. Yo hago literatura. Si vos sos tan
cuadrado que en una novela ves dos tortas y te parece que es queer, o
hay dos muertes y te parece que es negra, y bueno, será queer y
negra. Y será también de ensayo en algún punto, porque estás
pensando otro modelo de Nación distinto del que hubo. Hasta
metaliteraria, porque discutís con otro texto importantísimo y
todos los que le siguieron alrededor. Qué se yo. Si a la gente la
deja contenta, está bien, pero es puro reduccionismo.
Si
eso es lo que sigue llamando la atención de un texto es porque se
mantiene algo de esa línea patriarcal que marcaba la gauchesca.
Es
una manera de sacarse lo que por algún motivo te resulta perturbador
para el medio. En la época de Néstor Perlongher, si a él lo
dejaban como literatura homosexual o a Osvaldo Lamborghini como
literatura queer, se sacaban un problema de encima con alguien que
era muy groso. Ponerle etiqueta es correrlo del medio. Esto puede ser
hecho con esta intención o con ninguna, o solo por decir algo
llamativo, entonces ponés “queer”. En el caso de los medios
masivos, ellos tienen una ficción de lector. Si sos un medio masivo
– yo fui editora de uno muchos años – suponés que para tu
público lo “gay” es raro. Entonces lo advertís: “ojo”. Eso
ya tiene que ver más con la política del medio que con la mirada
del periodista: lo tenés que hacer porque la línea editorial
necesita de esa advertencia. Hay un millón de motivos. Me parece,
además, que en otros países como España toda literatura necesita
una etiqueta para ser puesta en alguna parte de la librería. No hay
literatura que no tenga una. Tal vez nuestra evolución como mercado
sea igual a la de ellos, a la de los mercados más globales.
Dijiste
hace poco que al leer el Martín Fierro más que una obra literaria
lo que te encontraste fue un modelo de país. ¿Cómo sería en
términos generales el modelo de país de la China?
Un
modelo de país distinto, donde no se piense que todos nacemos para
asegurarle las ganancias a nadie. Todos nacemos para vivir y para
tener tanto un tiempo para el trabajo como para el juego, disfrutar
de los niños o hasta ir a pescar. No se vive para trabajar. Un
modelo de país donde la tierra no es de nadie, es de todos. Por
ejemplo, en Singapur la tierra es una propiedad comunitaria y es un
país mega capitalista. ¿Por qué nos parece tan natural todo lo que
está pasando? Estaba leyendo ayer que Entre Ríos tiene la mayor
tasa de contaminación con glifosato del mundo. Cerca de cuatro mil
niños con cáncer. De esos cuatro mil, muchos se van a morir. Están
matando nenes para ganar un poco más de plata a raíz de la soja. En
la mirada de la China eso no tendría que estar pasando. Tenemos que
tener un país donde eso no pueda suceder.
Así
como en Norteamérica hay un revival del western en literatura, cine
y televisión, ¿se podría reavivar la gauchesca como una forma
retro del policial?
Como
policial no sé, como novela negra tal vez. Tiene similitudes con el
western. La diferencia es que el western narra el avance blanco sobre
el territorio norteamericano. El cowboy no es una persona rota y
humillada hasta el hartazgo como termina pasándole a Martín Fierro.
No es eso y mucho menos en manos del Estado. No son víctimas
constantes de las políticas de Estado. Esa es una diferencia enorme.
El cowboy hoy sigue existiendo, y es dueño de una cantidad de
tierras bárbaras. Él es siempre un sujeto de derecho: no se lo
secuestra para llevárselo a un ejército, no se lo hace trabajar
gratis como un esclavo, no se lo humilla hasta que pida auxilio, no
se lo despoja de sus pertenencias, no se lo aleja de su familia. En
ese sentido es otra narrativa. Por algo Estados Unidos y Argentina
son países distintos. Hubo diferencias en la historia y hay
diferencias en los géneros, aunque traten de algún modo de lo
mismo. En los dos casos se trata de expansiones del blanco sobre un
territorio, pero la forma de expandirse (si bien fue genocida en
ambos casos) fue más exitosa en Estados Unidos. Además, ellos
tuvieron esa manera de construirse como pequeños propietarios, no
fueron diez estancieros. Si lo hubieran sido, todos los cowboys
habrían sido humillados para transformarlos de hombres libres en
peones sin derechos.
En
el tramo final de la novela aparece la noción de comunidad autónoma,
como habías tratado en El romance de la negra rubia. En ese momento
comentaste que su elección había sido una performance, sin embargo,
ahora volvés a tomar esa idea. ¿Por qué?
Es
verdad. No se puede construir libertad a solas. La libertad es con
otros y pese a otros. Es un juego medio dialógico. Si querés
construir una forma de vida que permita la libertad y a la vez
contenga, hay que hacerlo con otros. Sino terminás siendo un loco,
libre pero al alto precio de no tener con quien hablar o compartir lo
que tenés. La libertad es un fenómeno social, no individual.
¿Quién
es María Moreno?
Es
una persona super brillante. Muy divertida, medio irreverente. Se
caga absolutamente en muchas cosas. No tiene próceres, sí amados.
Eso me encanta. Además, tiene una manera de ver la literatura
argentina muy interesante. Eso se puede leer en el texto que escribió
para la apertura del Filba hace un año, que se llama “Cuerpo
Argentino”. Es muy novedosa y enriquecedora. Y es una persona capaz
de meter un ensayo dentro de una narración y hacer de eso una
lectura de placer. Puede hacer una lectura crítica de la obra de un
colega adentro de una novela, como en Black Out, y que vos al leerlo
tengas la impresión de que son peripecias de la novela. Eso exige un
talento enorme, y María lo tiene. Es desarropada, desordenada, loca.
No sé cuántos libros perdió, cuantos otros empezó y dejó, de
cuantos se olvidó. No es alguien que va guardando papelitos sobre
papelitos. No debe tener ni curriculum o para hacérselo tiene que
llamar a tres personas que trabajen en él. Tiene una manera de hacer
las cosas bastante punk. Y se da el curioso fenómeno – y es muy
raro – que está produciendo lo mejor de su obra a los casi setenta
años, que es cuando en general todo el resto comienza a repetirse.
Creo que ahora no hay nadie que esté escribiendo y pensando como
ella, con esa intensidad y ese genio. Es todo junto. Y muy lejos de
los lugares comunes. No transó con nadie, ni con la academia ni, a
esta altura, con ningún medio. Se construyó libre, en relación a
todo lo demás, pero libre.
¿Es
posible llegar a un público popular a partir de un texto que tiene
tantas alusiones y respuestas a otras obras del canon?
Me
encantaría que el de la China sea un libro masivo. En ese sentido,
lo único que pude hacer es haber laburado todo lo que es
metaliterario, de modo tal que si no lo conocés no te pierdas la
novela. Para que se pueda leer como la novela de aventuras de una
chica a la que le pasan ciertas cosas, aun sin saber quién es Martín
Fierro, Hilario Ascasubi o Bartolomé Hidalgo. Sin nada de eso, puede
leerse como una novela de peripecias. ¿Qué voy a escribir sino?
¿Novelas de fútbol? Que se encargue Sacheri de eso.
Pero
tus novelas abordan conflictos actuales.
Pero
es porque me interpelan a mí. Me preocupan, estoy pensando en ellos.
No me da igual que pasen determinadas cosas. Me pone como loca ver
tantos pibitos en la calle. Todo contaminado. Dentro de dos
generaciones para tomar agua vas a tener que ser millonario. Yo voy a
estar muerta, pero me da mucha pena igual.
En
ese sentido, ¿hay algo del intelectual comprometido sartreano que te
atraviesa?
En
algún punto sí. Al menos yo no lo puedo evitar, y en cierto grado
nadie. Obviamente, después tenés a Cesar Aira que hace otra cosa,
pero no lo dice. Es más, después te saca un libro como La
guerra de los gimnasios,
que es una lectura sobre lo que está pasando en la actualidad.
Cuando lo lees, por más delirantes que te parezcan sus novelas,
notás que tienen que ver con cosas que pasan; porque sos un sujeto
histórico y no podés escribir fuera de tu tiempo y de la realidad
del mundo. No obstante, el intelectual a modo de Sartre no puedo ser.
Y tampoco me interesa. No entiendo el mundo como lo entendía él
(que parece que entendía todo). Seguramente él hoy entendiera cómo
funciona el capital financiero. Yo no, apenas comprendo el
funcionamiento de las lebacs y la fuga de guita. Hay una diferencia
importante: soy una escritora, no una intelectual. A lo mejor un
intelectual era Ricardo Piglia. Los escritores no somos ya figuras de
importancia social como para hacer lo que hacía Sartre. Una
intelectual que hace eso – con mayor o menor fortuna – es Beatriz
Sarlo. Ella está en el ámbito de lo público, en los medios
masivos, y tiene opiniones contundentes sobre casi todo. Yo no quiero
hacer eso.
Pero
es inevitable que a través de tus textos ese compromiso reluzca.
No
veo cómo evitar escribir fuera de mis preocupaciones, de los temas
que me importan, de mi posición en el mundo. Ser un pibe de clase
media en Buenos Aires no es lo mismo que serlo en Manhattan. Las
proyecciones y posibilidades van a ser diferentes. Si fueras un coya
en Jujuy tendrías otra perspectiva del mundo. Tenemos distintas
perspectivas por el lugar que ocupamos y esa perspectiva es resultado
de cómo nos atraviesa la historia. Desde ahí escribís, incluso lo
que pudiste haber leído lo hiciste desde una perspectiva
determinada. Cuando escribo ficción no pretendo hacer La
madre de
Gorki. Lo que no significa que no esté en nuestra consciencia eso
que está pasando. Es más, si te salís de la historia – en caso
que se pudiera hacerlo – vas a estar usando la lengua. Y la lengua
la organizás de un modo u otro. La hacés significar de un modo u
otro. Y esa organización y significación no va a poder estar fuera
del uso de la lengua contemporánea. Hay una historia que te
atraviesa: hablás con gente, de vez en cuando lees un diario,
escuchás una radio, navegás por internet. Estás manejando una
materia que es eminentemente política como la lengua; una materia
que es la cristalización de un montón de relaciones de poder. Y
toda esa configuración será la que tengas en este momento. Y
probablemente en veinte años sea otra.
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