jueves, 25 de julio de 2019

Patricia Nieto: “En Colombia hay un pos acuerdo con las FARC pero no un estado de paz”


Publicada originalmente en Ruda

La cronista colombiana estuvo en el país para presentar Los escogidos, la novela que hace foco en la devoción espiritual de los habitantes de Puerto Berrío por los NN que han ido apareciendo a la vera del río Magdalena, en un contexto regido durante años por la violencia armada.


Foto: Dante Fernández




Primo Levi solía repetir que lo peor no era la muerte sino el después de haber sobrevivido a ella. Quien haya leído Los escogidos (Marea editorial) sabrá apreciar la minucia y la empatía con que Patricia Nieto narra los sucesos acontecidos durante casi tres décadas en Puerto Berrío, en el departamento de Antioquía, donde los cuerpos, producto del enfrentamiento armado entre la guerrilla y los paramilitares, afloran a la orilla del mar devueltos como ofrendas de redención a un pueblo sediento de esperanza y estímulo espiritual. ¿Los cadáveres son sólo un mensaje de terror erigido desde las distintas organizaciones? ¿Reflejan las miserias de una aspiración por el poder que ha quebrado cualquier atisbo ético? En una segunda lectura, la crónica permite comprender que los cuerpos (no identificados) recogidos y sepultados durante años por Pacho (uno de los personajes centrales) son el flagelo del olvido, la memoria germinada que retorna como un haz de luz y que provoca un cambio de percepción en la cotidianidad en los ciudadanos de Puerto Berrío. En ellos, los adoradores, hay una vinculación metafísica: la muerte es vida por otras vías. En la protección y el guarecimiento de esas ánimas hay una necesidad por romper los límites de la realidad llana, plagada de violencia y desigualdad. En tiempos de dogmatismos, los animeros recuperan el ritual de la creencia popular, hacen del dolor una oportunidad. Son los santos del barrio, las almas, los que cubren las carencias de políticas públicas y el vacío de un sentimiento social expuesto a un estado de nihilismo: ayudan a conciliar un amorío, empujan a la suerte en un examen universitario, acompañan en etapas de enfermedad. En el diálogo platónico del Fedón, el protagonista discute con Ecquécrates sobre los últimos momentos de Sócrates antes de su muerte; lo interesante de la obra es cómo se traza un puente directo entre la vida y la muerte, en donde una y otra aparecen indivisibles, como un estado contínuo y necesario no solo para la supervivencia sino para lograr una noción más acabada de aquellas cosas que, aunque pasen los años, siguen siendo las esenciales.



Leyendo Los escogidos es difícil no hacer una analogía con lo que en nuestro país fueron los “vuelos de la muerte” y la aparición de los cuerpos en la costa atlántica. Lo que parece una diferencia es que en Puerto Berrío se advierte una situación normalizada. ¿Se sabía realmente lo que estaba suciendo a partir de la aparición de los NN?

Hace por lo menos sesenta años los campesinos de la zona, que es todo el valle que el río Magdalena cubre o baña, han presenciado y visto que los cuerpos van por el río hacia el mar. Nosotros tenemos una historia de guerras y de violencia sucesiva, que se monta una sobre la otra. Entonces, son distintos períodos de un conflicto armado muy largo. Los cadáveres que tienen su curso por el río se presentan en distintos momentos según la intensidad que tenga la guerra o la confrontación armada. Pienso que sí, se sabía, porque esos cuerpos pasan sobre el agua a la luz del día. Pero el mecanismo de la imposición del miedo y del terror en esa zona está apartado, y eso influyó en que a pesar de que se supiera no fuera un asunto de orden nacional, de interés y de conocimiento, en una opinión pública un poco más abierta que la de esos propios testigos.

Marcás dos particularidades en las apariciones de los NN, aquellos que eran hundidos para que no se los encuentre, y los que aparecían en la superficie como una especie de mensaje mafioso.

Sí, son las modalidades de las apariciones de cuerpos en el río. Los asesinos que tienen más dedicación al cuerpo lo descuartizan o lo abren, le quitan las vísceras y le ponen materiales pesados para que se hunda. Es el tiempo que el asesino destina para que ese cuerpo no sea encontrado jamás. El otro es el asesinato que termina rápidamente con el cuerpo sobre el río, que no cuenta con esa operación quirúrjica, y que es un cuerpo que por el orden de la naturaleza aparece unas horas después en la superficie. La intención de estos asesinatos – los que van por la superficie – es que el cuerpo vaya finalmente al mar y sea identificado, pero también, con intención o no, el cuerpo funciona como mensaje. Hay muchas fotos de compañeros reporteros gráficos que tomaron imágenes de cuerpos flotando en el río, algunos incluso con aves de carroña encima, como si fuera una bandera. Y por supuesto, ha habido épocas en las que se difumina que está prohibido, que quienes se atrevan a ir al agua para traerlos y recuperarlos se van a meter en serios problemas con los hombres armados. Entonces, es como verlos pasar en silencio, saber que van a desaparecer y que no va a haber manera de explicarlo nunca, y también es una señal de que el escuadrón armado está cerca y que hay un comportamiento y un patrón social que viene anunciado con esos cuerpos.

Estas personas asesinadas son víctimas de todos los sectores armados, no son solo guerrilleros asesinados por paramilitares o muertos en combate o civiles asesinados clandestinamente. Es un universo de muertes muy diversas y ejecutadas por distintos actores.

¿A qué responde la devoción de la gente de Puerto Berrío por los cuerpos aparecidos?

Uno tendría que entender que en este tipo de países donde hubo una presencia de la iglesia católica tan fuerte y un control social desde ella, ese discurso introdujo la figura del ánima o el alma como una presencia en la vida cotidiana de las personas. Es común la alusión en las pinturas, los dibujos, las puestas en escena; se retrata la conciencia de las ánimas de los que se han ido. También en los lechos funerarios, esto de despedir el cuerpo con al menos veinticuatro horas de duración, con la idea de que hay que darle un tiempo al alma para que salga del cuerpo o alguna de las costumbres de las comunidades; por ejemplo, la de dejar un gran vaso de agua los días posteriores a la muerte para que el alma sacie su sed. Costumbres como la de pedirle a las ánimas benditas del purgatorio que los despierten en la mañana, o en los meses de noviembre cuando se aproximaban los exámenes de final de curso, los estudiantes iban a los cementerios a pedirles ayuda a las ánimas para las pruebas. Entonces, digamos que es una figura de cierta imaginería católica que está presente en las costumbres de muchas personas de Colombia. Eso se suma a lo de la Iglesia, aunque los sacerdotes que yo consulté dicen que eso es una tradición pagana. Eso por un lado. Por el otro, creo que en una situación de guerra, donde hay violencia exacerbada, las personas pueden acudir al aparato de justicia, a las organizaciones de derechos humanos, a diversas iglesias, a grupos de ayuda social, y también la apelación a la religión está a la mano de los más necesitados.

¿Se podría hacer una analogía de esa práctica con la que hay hacia los santos populares?

Es lo que dice el cura que entrevisté, que eso la Iglesia no lo debe promover porque tiene que ver con la religiosidad popular y sus prácticas, pero que hay que respetarlo. También creo que cuando el Estado es incapaz de solucionar ciertos problemas, las personas en una situación crítica, acuden a este tipo de historias o imaginarios de solución.
La figura de Pacho, el encargado de los registros y el entierro de los cuerpos, denota no solo la parte espiritual sino una situación de pobreza y precarización ante esa situación trágica.

Sí, la pobreza como un relato muy fuerte. Si bien el dolor de la guerra y de la violencia afecta a la humanidad de todos, cuando a eso se le suma que el entorno de las víctimas sea de una situación muy vulnerable tiene otros dinamismos. Pacho es un tipo que acude a los muertos por una situación personal, una historia propia en la que un amigo de él fue asesinado en la carretera. La sorpresa y el espanto que eso le produjo lo llevó a la ciudad, y a partir de ahí empezó a hacer esa tarea. Él no es alguien muy dado a la Iglesia, el que va frecuentemente al templo, pero es una persona con el sentido de la compasión bastante interiorizada. Entonces, durante mucho años, Pacho fue el único sepulturero, reparador de muertos y enterrador de Puerto Berrío, en épocas muy duras. Luego aparecieron otros servicios funerarios y el Estado haciéndose cargo de algunos pedidos, sobre todo de los gastos del procedimiento de estas personas nn, pero durante muchos años fue Pacho el que lo hacía.

¿Las organizaciones que surgieron para combatir la guerrilla (paramilitares/Convivir) terminaron siendo parte del problema de la violencia?

En los años setenta cuando la guerrilla de las FARC y otras organizaciones ocuparon esa vertiente e hicieron sus avanzadas en el territorio para ocupar esas tierras, pues, hubo una respuesta de los ganaderos y de los empresarios de la tierra para conformar grupos de defensa propia. Ellos decían: si hay bandidos o delincuentes, subversivos o no, que están llegando a nuestras tierras a robar el ganado, a extorsionar, y si el Estado no viene y no le interesa proteger nuestra propiedad, entonces nosotros nos organizamos. Y así fue, se organizaron y formaron eso que primero fue autodefensa campesina y despues llevó a las Convivir, las cooperativas para la vigilancia, y todo eso luego se fue estructurando. Esos pequeños grupos locales fueron armando estructuras más sólidas en todo el país hasta convertirse luego en las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Entonces, en el principio los grupos de defensa propia aparecían muy dispersos, pero el aliento que se les dio desde el Gobiero nacional para que ellos suplieran el trabajo de las fuerzas armadas hizo que se tornara incontrolable. Y con una relativa legitimidad y legalidad esos grupos se salieron de control y empezaron a ser un actor muy importante de la Nación. Y también en determinado momento empezaron a disputar el control del narcotráfico y ahí fue cuando la distinción entre unos y otros era muy difícil de hacerse, todos tenían intereses en ese negocio. Yo pienso que al final a ninguno le interesaba tomar el poder por la via de las armas sino mantener ese poder ya alcanzado.

Hace poco Timochenko, ex líder de las FARC, tenía la intención de presentarse como candidato en Colombia pero el rechazo popular hacia su inclusión democrática fue tan fuerte que terminó bajándose. ¿Más allá del acuerdo hay aún una dificultad de la sociedad en incluir a los ex guerrilleros?

Se logró hacer el Acuerdo de Paz. En los años 2004 y 2005 también se había hecho la desmovilización paramilitar con acuerdos de distinto tipo. Dos procesos para que los grandes grupos se desmovilizaran. Los paramilitares en la década pasada también tuvieron acceso al Congreso, a una representación política. Y ahora las FARC en medio del acuerdo llegaron a esos consensos. Todavía hay una dificultad para que los colombianos entendamos que un hombre como Timochenko o cualquiera de los lideres de las FARC que acaba de dejar las armas pueda ser elegido de manera democrática para esa representación. Lo mismo pasaba con los paramilitares, había un sector del país que no estaba preparado emocionalmente, y menos politicamente, con que un hombre que estuvo en armas y que también hizo daño tuviera una representación. Hay una diferencia, y es que Timochenko aspiraba a la presidencia, eso para un sector del país es imposible. No hay en este momento recursos culturales y políticos para que de manera inmediata, casi con dos años de diferencia, la misma persona que era el Comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia sea elegido presidente. Es muy poco tiempo para que nosotros como comunidad política hagamos el proceso cultural que eso requiere. Por eso, firmar el acuerdo no quiere decir que el país, de hecho, va a asumirlo y seguir esos puntos que se suscribieron en Cartagena. Creo que eso necesita tiempo, además, Timochenko está enfermo físicamente, bastante grave. Y yo creo que todo eso y la presión de los medios y los opinadores hicieron que él decidiera retirarse.
Se denota una necesidad muy importante en la gente de rezarles y darles una despedida espiritual a los cuerpos.

Uno podría decir “basta” y cumplir el mandato humano de darle sepultura a esos cuerpos y que quede constancia del documento en alguna parroquia cercana, por si algún día vienen a preguntar por él. Pero a eso se le agrega que a ese cuerpo se le adopta el alma y las personas hasta hace poco se incribían en una lista que el sepulturero tenía para que despues él los llamara cuando aparecia un nn. No era solo la prioridad de tomar el cuerpo y darle una sepultura – cristiana o la que fuere – sino de tratar de entablar un poder espiritual que el cuerpo contenía, una relación para buscar protección. Y esa es una de las características más especiales de esta historia, que se sepulta el cuerpo pero se retiene el alma. Se entierra, se cubre, se le ponen flores, pero el alma que está ahí me ayude. Es una transacción que el vivo hace con el muerto. En muchos otros lugares de Colombia, como el río San Juan o el Cauca, la gente hace lo mismo.

¿Es como una adopción?

Si, es una adopción. Entonces dicen: como es mío, lo voy a tener por un tiempo y le voy a poner un nombre. ¿Cómo me voy a relacionar espiritualmente con un ente? Le ponen un nombre que les guste mucho y junto a éste su propio apellido. Uno va al cementerio y ve las fotos y son nombre con apellidos. También resulta interesante que esa relación se mantiene por un tiempo, hasta que el que lo adopta lo deja ir. Eso pasa cuando ese espíritu, en la relación que tiene conmigo, ya me ha dado mucho: me sanó en necesidades, me ayudó en problemas, me acompañó en un periodo muy difícil de la vida; entonces lo dejan descansar. Hacen un último ritual religioso (como una misa) para que el alma pueda seguir su camino. Eso es lo que hace especial a esta historia.

¿Y los colores en el cementerio son para identificarlos?

Son como una marca territorial. Cada persona que va adoptando, va ocupando simbólicamente el espacio. Es especial ver cómo eso parece una escultura: ver a cada uno poner su color y su letra configura un altar, está haciendo una especie de escultura personal que imagino le da identidad a la relación que tiene con ese espíritu. Es un sentido de demarcación: “es mío”. Y le está diciendo a los demás que aquel que está pintado ya tiene pretendiente.

¿Quiénes son los animeros?

El animero es un personaje de muchos pueblos como éste que se encarga de hacer un ritual en noviembre, que se considera el mes de las ánimas, en el que durante todo ese mes se les reza. Y durante las fechas más importantes que son el primero y el segundo de noviembre, donde empieza el proceso, el animero es el encargado de ir al cementerio y sacar las ánimas (vaciarlo) vestido de negro o de blanco.

¿Es un sacerdote pagano?

Es una persona del pueblo que se atribuye esa autoridad. Él va por el cementerio ante cada tumba y las saca. Recorre las calles principales del pueblo y la gente se le suma. Llevan velas, rezan y van cantando durante el recorrido. Luego él vuelve al cementerio y devuelve las ánimas, las deja nuevamente. Ese animero generalmente es alguien que recibe esa responsabilidad y la cumple a lo largo de su vida, sólo se retiran por viejos o por enfermos, y algunos cuando cometen errores como ciudadanos, errores de orden moral. Pero su cargo no es un cargo que la Iglesia les pague. Es una decisión voluntaria la de convertirse en animero. Los que cuidan y adoptan las almas son personas como nosotros: trabajan en una escuela, en una tienda, en una finca, son choferes. Y ejercen esa práctica religiosa de manera voluntaria. Ellos no son un grupo ni un gremio, tampoco se reunen ni realizan eventos. Es una práctica libre.

En muchos pueblos del interior existe un sentido espiritual profundo que incluye leyendas y vínculos metafísicos con los muertos, ¿se puede entender lo que pasa en Puerto Berrío con esa lógica de pequeño pueblo?

Puerto Berrío no es pequeño, al menos no es un pueblito: un caserío con una Iglesia y cuatro cuadras. Es una ciudad o pueblo grande que hasta tiene semáforos. Tiene una universidad y un instituto de formación técnica. Es una zona donde confluyen hacendados, un centro de comercio y encuentro entre gente que tiene tierras. En Medellin, por ejemplo, hay muchos santuarios, está la Virgen de los sicarios, que congrega una gran cantidad de gente. Por eso, no se podría decir que tiene que ver con el campo o la ciudad, es una mentalidad que está en cualquier lugar del mundo, anclada a unos hombres para resolver los problemas y gestionar el destino, ligada a lo mítico o lo religioso.

¿En algún punto la violencia armada morigerada tras los acuerdos de paz se trasladó a otras formas, como el mercado y el sistema político?

Durante muchas décadas el conflicto protagonizado por las guerrillas, los paramilitares y las fuerzas del Estado ocupó un amplio espectro no solo de la información sino de la preocupación de la gente, pero ahora subyacen, sin cambios mayores, esas otras formas de violencia. Que los hijos no consigan trabajo tiene que ver con un sistema de precarización del empleo o la no generación del empleo para el sector rural o la falta de educación en una técnica para un muchacho que se queda sin opciones de estudio y de trabajo. Cuando la mujer pide que el dolor que tiene en la cabeza (su migraña) sea atendido pronto y se le quite está haciendo una denuncia sobre el sistema de salud. Y cuando una mujer pide (ruega) que el marido se vaya está tratando de solucionar un tema relacionado a la violencia o a un vínculo insatisfactorio para los que no encuentran otra manera de solucionarlo. Entonces, muchos de los problemas que buscan solución a través de las ánimas, son problemas que debería resolver el Estado. Ellos necesitan creer en algo, aunque sea espiritualmente. Buscan soluciones concretas: que mi hijo gane el curso, que consiga trabajo; que mi marido se vaya. Y muchos escogen ese nn porque ellos tienen un familiar desaparecido, es una sustitución. Se reza por lo que llegó, se lo cuida, porque hay una hermano perdido que no se sabe dónde está o se sabe que fue asesinado pero no dónde puede estar. Se adopta en sustitución del cuerpo que no se ha podido velar. Ahí encuentro la contundencia del acto simbólico que ellos hacen. Están haciendo una denuncia no solo de los asesinatos clandestinos sino de la incapacidad del Estado para encontrar a esas personas que están perdidas, y si es que están vivas.

¿Cuál ha sido el rol del Estado a lo largo de este escenario?

En Puerto Berrío funcionaba una fiscalía, como en todos los pueblos. Con más o menos capacidad de operar en la búsqueda de los desaparecidos. Después de la firma del acuerdo, uno de los puntos del mismo era la creación de la unidad para la búsqueda de las personas dadas como desaparecidas. A esa unidad se le dio presupuesto y toda una estructura. Pero no es nuevo, en 2005 se creó otra cuando se desmovilizaron los paramilitares. No es que la fiscalía colombiana empezó hace dos años a buscar a los desaparecidos. Hay una estructura de gobierno muy clara y con mucha tecnología para esa búsqueda. Es una tarea enorme, porque se esta hablando de más de ochenta mil: en fosas comunes, en tierras, en ríos, seguramente en el mar, otros incinerados, otros quemados con ácido. Es un escenario que plantea un problema de unas dimensiones enormes y la función del Estado ha sido fortalecer esas instituciones para la búsqueda, sin embargo, el tamaño del fenómeno y las dificultades de llegar a ciertas zonas del país (materialmente), donde las condiciones de paz todavía no estan dadas, lo torna muy dificil.

¿El acuerdo de paz aun es insuficiente?

Estamos viviendo un momento de reacomodación de actores, de ocupación de los territorios que las FARC dejaron, de disputa por esos territorios. Estamos en un momento de pos acuerdo de mucha fragilidad, donde el acoso a muchos ex combatientes de las FARC es muy evidente, zonas en donde han asesinados a ex combatientes. En otro aspecto está la lucha de otros grupos por entrar a esa zona: terrenos muy importante para la mineria y la construcción de megaobras o lugares donde se sale muy fácilmente al Pacífico o al Atlántico. Todos esos territorios que se dejaron están siendo disputados, porque tampoco fue que el gobierno pudiera decir de manera inmediata: cubrimos todo el territorio y dimos seguridad social y un Estado de bienestar a las personas que viven en esas tierras. Habría que decir que hay un pos acuerdo con las FARC pero que no hay un estado de paz.





lunes, 10 de diciembre de 2018

Leonardo Oyola: “Chamamé nace de una traición, una canibalidad por salvar tu quinta”



En su última novela, el autor de Kryptonita, nos abre las puertas de un policial sanguíneo y vertiginoso, un western urbano que enfrentará el destino de dos viejos amigos marcados por la venganza y el desarraigo familiar.


Ph: Lucía Martínez



El acto de traición, a lo largo de nuestra vasta historia universal, encarnó los rasgos más viles de la naturaleza humana: El beso de Judas Iscariote a Jesús de Nazaret en el Huerto de Getsemaní durante el año 33; el magnicidio del emperador Julio César, elucubrado por Casio Longino y Marco Junio Bruto en el Senado romano; incluso, el asesinato por la espalda de Jesse James, el bandido más famoso de Norteamérica, a manos de Robert Ford, un insignificante miembro de su banda criminal. La traición siempre estuvo detrás. Pero, ¿es la traición un mero acto desleal? ¿Una posición basada en el más puro egoísmo? ¿Un pecado tan pérfido como para llevar a Dante Alighieri a ubicarlo en el último círculo del infierno? Por lo pronto, no es solo eso. El barro de la historia - en el que cada vez estamos más enlodados - nos ha hecho olvidar una de sus razones de ser: el carácter disruptivo de su concepción. En su ensayo ¿Qué es la filosofía?, Gilles Deleuze – junto a Félix Guattari – aborda la traición a través de la figura del amigo, partiendo de él como un sujeto que permitirá abrir las posibilidades del pensamiento. El traidor, para el estructuralista francés, será aquel que, por la violencia inusitada de su irrupción, arrojará luz sobre los conceptos: el traidor devendrá distinto de lo que es o, en otras palabras, de los hábitos. En esa línea, traición no es faltar; traición es trasgredir, romper los mandatos de la tradición que tienden hacia el mutismo, la paralización, inclusive la muerte. De esa manera, al menos liberadora, lo ilustró Roberto Arlt en El Juguete Rabioso, a través de las palabras de Silvio Astier, tras delatar a su amigo el Rengo: “Hace un momento me pareció que lo que había hecho estaba previsto hace diez mil años; después creí que el mundo se abría en dos partes, que todo se tornaba de un color más puro y los hombres no éramos tan desdichados”. La amistad es, a riesgo de interpelarnos, una traición en potencia. Aunque, para ser claros, no lo es desde la agresión, sino desde la distancia de romper con las ataduras de nuestra propia conformidad.

En su nueva novela, Chamamé (Random House), Leonardo Oyola propone llevar el ring a la carretera para batir en duelo a dos amigos que, hermanados en la complicidad del hampa, pondrán en conflicto tanto sus aspiraciones intimistas como a la memoria emotiva que el presente les arroja sobre sí, en pos de sublimar, al costo que fuere, una vida destinada al abismo.

Chamamé, revólveres y rosas


Sálvese quien pueda” fueron las últimas palabras que escuchó Manuel “El Perro” Ovejero de su padre, mientras arreciaba sobre él una lluvia de disparos, cuando apenas era un joven. Criado en la severidad y el orgullo, el Perro fue guiado por las leyes que primaban las calles: la de los puños y el oportuno desenfunde. Tras salir de prisión, enajenado por la “mejicaneada” de su amigo y ex compañero de detención, Noé “Pastor” Carabajal, un sádico criminal cuyo anhelo más preciado es construir una iglesia evangélica, emprenderá una búsqueda sin respiro por las rutas más peligrosas del país para vengar el honor que su apellido representa, pero, también, debido a que su naturaleza innata se lo exige cada vez un poco más. Atravesada por la música como destellos simbólicos y, a su vez, como estructura rítmica del texto (de Bruce Springsteen a Smashing Pumpkins, de Miguel Mateos a Fabulosos Cadillacs); el olor del humo de la Chevy coleando contra el pavimento; el arte de las armas aprontadas como danza milenaria del crimen; el desenlace de la novela de Oyola nos llevará a la triple frontera. Allí se dirimirá el peso de las promesas y los límites morales de cada personaje. “Yo te conozco a vos, Ovejero. Bastante. No sos un mal tipo. Sos lo que tuvimos que ser”, lo apurará Noé a su amigo desde una afronta existencial. La aparición del Pombero Vega – posible retrato del Angel Eyes de El Bueno, el malo y el feo de Sergio Leone -, quien exige venganza por la muerte de su esposa, convertirá al escenario en un spaghetti western, donde el triunfador será aquel que consiga mantenerse en pie, aunque, internamente, ya esté muerto desde hace tiempo.

Ganadora del premio Dashiell Hammett a mejor novela policial en la Semana Negra de Gijón (2008), y reeditada por primera vez en el país, Chamamé ofrece vértigo, efervescencia y comedia, con una mirada particular sobre la amistad, que pondrá en duda, al menos, hasta qué punto estamos dispuestos a defenderla, aun, en contra de nuestros propios intereses.



En una vieja entrevista, allá por 2008, con motivo de la edición de Chamamé en España, contabas la dificultad en poder mantener el argot con el paso del tiempo, ¿crees que hoy la novela sigue teniendo la misma actualidad que en ese momento?

Para cuando la escribí corría la época final del 2000 y había cambiado mucho la tecnología: los vehículos; la forma de escuchar música; los celulares – algo que complica bastante la trama de los policiales -; entre otras cosas. Respecto del argot, hay ciertas referencias que sí han cambiado: hoy empiezan a tener preponderancia en la calle canciones y ritmos distintos. En la novela, por ejemplo, hay cero reggaeton. En ese tiempo recién estaba apareciendo, pero, si la historia ocurriera hoy en día, en el “Mogambo” tendrían que sonar un par de temas. No obstante, es un problema que afecta a casi todos los libros. Lo cierto, es que no soy el primero ni el único que va a escribir sobre la venganza, sobre todo de la traición de un amigo, con el dolor que aquello significa.

Hay un lenguaje tácito que se mantiene en la novela y se expone, por ejemplo, en las situaciones donde ellos se presentan apoyándole el revolver en la nuca a otro criminal o, incluso, cuando el padre del Perro le exige pelear para defender el buen nombre de la familia. ¿Es un idioma que responde a la ley de la calle?

De lo que se está hablando cuando se hace referencia a criarse en una zona como esa, es que hay que aprender a cuidarse solo. Ese capítulo, el de ‘tate quieto, es muy autobiográfico. Mi viejo cuando lo leyó me dijo: “¿Vos te das cuenta de que yo no hice eso feliz de la vida, sino porque no iba a estar ahí para cuidarte cada vez que te tocaran el culo?” Todo lo que pasó fue para que yo no permitiera que me pusieran un dedo encima. Entonces, ese tipo de realidades, lamentablemente, siguen existiendo. Es decir, soy feliz de no criar a mi hijo como un “machito”; pero, así como me dolió en el alma que se haya ido bien lejos de donde estaba, estoy contento de que no crezca en aquella otra realidad. Era triste que pasara, pero no había manera de poder controlar todo el día a los niños, encerrarlos en cuatro paredes; tenían que salir y enfrentarse a la realidad que les había tocado vivir.

¿La necesidad de venganza del Perro con Noé responde al temor de ver en él su posible destino como persona?

Lo que me parecía interesante del Pastor era que, a medida que fuera pasando la novela y en ella la persecución, estuviera cada vez más humanizado y, por contrario, El Perro se volviera más monstruoso al elegir la venganza; es más, la novela lo dice explícito: El Pastor tiene la idea de abandonar la vida delictiva, pero El Perro, aunque quisiera, no podría “ni a palos”, porque no sabe hacer otra cosa. Él tiene mucho miedo de llevar una vida común, la vida en pareja. Esos miedos corporizados son, por ejemplo, la muerte de su suegro. Al Perro le es más fácil aceptar el día a día: la consciencia de que puede morir a la mañana, a la siesta o a la noche; a pensar en sostener una familia hasta el final.

¿Hay un componente existencialista en el Perro en no poder parar de tomar elecciones, a sabiendas de que le vuelven todas en contra?

El Perro sabe que, de punto muerto a quinta, en menos de un kilómetro, ya saldrá disparado a toda velocidad, y que después habrá tiempo para frenar o lo que fuere.

Se observa en el Pastor a alguien que ha adaptado los mandatos religiosos a su propio estilo de vida, ¿hay algo en Noé del personaje de Samuel L. Jackson (Jules Winnfield) de Pulp Fiction?

Soy muy fan de toda la iconografía de (Quentin) Tarantino y, en ese aspecto, también lo veo desde mi lugar: he tenido idas y vueltas con la idea de Dios, a veces creo y a veces no; de lo que estoy convencido es de ser cristiano y no católico. No reconozco al autoproclamado representante de Dios en la tierra, y no me resulta una alegría tener de Papa a Jorge Bergoglio, y verlo como si fuera (Lionel) Messi o alguna figura por el estilo. Todo lo contrario, veo en él al que llamó a una guerra santa cuando surgió el matrimonio igualitario. Mi idea de Dios es amor, por eso no comulgamos con los mismos valores. Tengo, por otro lado, a una madre híper católica, que sigue yendo a misa. Aunque ella misma, por la realidad de su barrio, apoya el aborto; no se pone orejeras para acatar un dogma que transmite una religión. Por tal motivo, lo que más me interesa alrededor de la fe es lo personal; en el caso de Chamamé, está encarnado en el Pastor Noé o El Perro cuando hacen los diez “mandamientos del buen chorro”, obviamente, llevado a su modo de vida, que es el necesario para que sigan adelante desde su lugar. Me pareció correcto no adentrarme tanto en lo religioso como sí lo hice en la saga de “La Víbora Blanca”: Santería y Sacrificio. En Chamamé solo quedó en los titulares, incluso el encuentro de Noé con las supuestas brujas pone en juego qué tipo de practica puede ser tan fuerte para hacer revivir a un muerto. Para Noé y El Perro, su ritual son los autos y las armas.

Más allá de tantos guiños y símbolos a la cultura popular de los ochenta y noventa, hay una referencia ineludible a la película Calles de Fuego de Walter Hill, una especie de Rápido y Furioso de 1984.

Con la saga Rápido y Furioso no pude empatizar al ver tanta computadora y tan poco amor por el coche. Sin embargo, las últimas películas de los ochenta y principalmente las de los setenta como La Fuga del Loco y la Sucia, Los Locos del Cannonball, y demás sagas, muestran lo impresionante de los autos. Hay un film con Burt Reynolds que se llama Hopper, el Increíble en donde hay una escena de salto con un coche que es sumamente real: el auto termina hecho pelota. Quería recuperar ese juego, lo no perfecto; esa cuestión más sanguínea. Me pasó de pibe, al igual que cuenta El Perro en la unidad penitenciaria, de ver Calles de Fuego en el “Mundo del Espectáculo” en Canal 13 y quedar con la sensación de haber visto algo diferente, pero sin saber exactamente qué. Era como algo actual, pero con anhelos futuristas; estaba el rock’n roll de los cincuenta, pero estando en los ochenta; el western, pero sin caballos. Eso era alucinante. Luego, trabajando con (Alberto) Laiseca, volví a revivir aquello que en mi infancia más me marcó, y Calles de Fuego fue una de las películas que más miré. Cuando apareció el VHS y pude escuchar la voz original de los actores, me sentí maravillado.



Una de las particularidades de la novela es que la música marca el paso del tiempo de los personajes. ¿Por qué decidiste optar por las canciones y no por el detalle político para contextualizar?

Siempre todas las decisiones políticas se toman en una esfera que, de entrada, impacta a la clase media y baja. Sin embargo, la clase baja no tiene siempre las herramientas para analizar qué es lo que le está pasando, porque su prioridad es otra: sobrevivir. Así como El Perro piensa en el día a día, el trabajador también. Ellos pueden ser el brazo armado del político y, del mismo modo, cortarse solos. En este caso, lo político no tenía lugar porque lo que quería contar era la traición más dolorosa, la de un hermano o un amigo. La traición política es como la del encantador de serpientes: confiar sabiendo que estás metiendo la mano en un nido.

¿Cómo se explica la relación con Julia, a quien conoce siendo niña y con la que va construyendo una relación en los espacios de tiempo en que no está detenido?

Mientras Julia fue niña, él no la vió más que como tal. Su historia me sirvió para hacer la elipsis y poder contar el tiempo que ellos cumplieron condena, asimismo, lo importante que es para alguien privado de su libertad una posible recepción afuera. Muchas veces se cae en prisión por una equivocación, pero en otras se da por la falta de los medios económicos para zafar de ello. Muchos de los privados de su libertad, además de cortar vínculos, se alejan de la familia. Por eso, la esperanza de verla a ella fue la única redención que encontró El Perro, que coincidió con una Julia que se estaba convirtiendo en mujer y tenía sus primeras experiencias de vida. Desde una forma epistolar, El Perro se fue enamorando de ella, alentándola a que siga con su vida. Él de verdad le deseaba felicidad, con gestos mínimos que en realidad eran enormes.




Diferente fue el caso de Mariela, quién dejó de prestarle atención al Perro luego del incidente con el padre en la Vuelta al mundo.

Julia, si bien era una piba avivada, nunca lo vio en acción al Perro. Y él siendo chico, en la “vuelta al mundo”, expone ante Mariela todo lo oscuro que tenía para dar, muy lejos de ese niño con el que ella se tiraba besos.

¿Es la traición el sentimiento que corre siempre detrás de toda la novela?

Lo es, sin duda. Hay un escritor que admiro mucho, Irvine Welsh, al que llegué luego del furor por Trainspotting. Hace poco me negaba a ver la segunda parte del film, tenía miedo; además, había leído Porno, que sucede diez años después y no veinte como en la película, y pensaba en la diferencia entre lo que había sido y es hoy la industria del porno. Igualmente, la miré como si fuera un largo poema, y hay una parte que es el leitmotiv de todo que se dice en ella: Todo empieza con una oportunidad, y esa oportunidad lleva a una traición. Claro, es verdad, porque esa oportunidad tienta a realizar algo nuevo, es la insatisfacción. Desde algo que puede parecer chico y aun así cambiarte la vida. Chamamé también nace de una traición: estaba en un laburo que terminamos perdiendo unos cuantos, sin embargo, otros obtuvieron cargos jerárquicos. Nuestros jefes nuevos eran los villanos invitados y ni siquiera eso. Lo cierto es que eran compañeros con los que había sido muy amigo, hasta incluso con vínculos de padrinazgo. Pero reinó el sálvese quien pueda. Esa canibalidad por salvar tu quinta, eso fue lo que quise contar, y de una manera extrema.

La novela tiene un vértigo muy particular que parece identificarla con una road movie, aunque, un buen tramo de ella, no ocurra arriba de un vehículo. ¿Ese ritmo es por la música que marca el tono o por la vida al límite que viven los protagonistas?

La música está presente en todo lo que escribo y eso marcó el pulso en cualquiera de mis novelas. Siempre sentí que Chamamé tenía que ser híper frenético en el comienzo y también en el final, pero en el medio debía estar esa pausa necesaria, tanto para conocerlos a ellos como para que se pudiesen reencontrar. Me gusta el western, y siempre lo pienso, es más, la mayoría de mis novelas terminan en duelo. La diferencia con Chamamé es que fue más pensada como spaghetti western y, además, con la inclusión del duelo mexicano que suele ser de a tres. En el duelo, El Perro, debe aliarse porque sabe que es la única manera que tiene para salir vivo de allí. La alianza no solo es una estrategia como parte del arte de la guerra, El Perro sabe que en algún momento fueron como hermanos, entonces, hay ahí una memoria emotiva. Y eso es lo que más me atraía de ese capítulo. La manera en que se buscan para quedar espalda con espalda es armónica: se protegen, se cubren, avanza uno, el otro toma la posta; ni hablar cuando logran llegar al auto y comienzan el trance de la ruta. Lo mejor fue que para cuando estaba escribiendo esa parte ya los conocía bastante a los dos.


En buena cantidad de notas respecto de tu escritura se te ubica dentro de una categoría denominada “marginal” o del “conurbano”. ¿Cómo te llevas con ese tipo de etiquetas?

Soy el primero al que le choca el término conurbano, porque parece una generalización de alguien que lo mira desde la capital. Puede que haya una sensación de deja vu con el que es de zona sur, del oeste o el barrio que sea, sin embargo, el conurbano es híper territorial, no se puede comparar Bernal con Isidro Casanova. La denominación “primer, segundo o tercer cordón” resulta más una necesidad sociológica que otra cosa. Por eso, cuando te mencionan a la “literatura del conurbano” te choca, es verdad, pero sí entiendo que funciona como marco teórico para poder analizarla. La mayoría de los temas que se tocan hoy en las obras son desde finales de los noventa hasta todo el recorrido actual del siglo XXI. Lo que me solían decir los editores era que no me presentara como un escritor de policiales, porque era una manera de encasillarme. Y yo no hacía policiales, hacía literatura. ¿Qué es literatura y qué no? Los que escriben novelas románticas, y tienen la suerte de que les vaya muy bien, también son literatura. El lector es el que elige qué leer y que no, lo demás son etiquetas para ubicarte en el mapa actual de la literatura.

Venías desde una línea de escritura más identificada con la novela negra, sin embargo, con Kryptonita hubo un cambio de paradigma en tu obra, ¿cómo lo ves hoy a la distancia?

Fue lindo, porque los lectores de la editorial le hicieron informes muy fuleros a Kryptonita. De hecho, estoy contento con todo lo que banco a la novela la editora. Por un lado, la crítica la trató muy bien, pero además el público también. Me alegró que se quedaran con la visión de ellos como héroes y no con la del médico que, debido a los cocteles que venía consumiendo desde hacía cuatro días, podía haberlo alucinado. Creí que la interpretación iba a estar dividida, pero la mayoría eligió la opción de los súper héroes. Y eso es ideal en una obra: que logre esa vida que va más allá de las intenciones de uno como autor.

¿Cómo se hace para escribir después de haber vivido un furor tal como el que significó Kryptonita?

Te afecta y puede que te paralice también. Desde hacía rato venía escribiendo Ultratumba, pero llegó un momento en que me di cuenta que tenía que parar, celebrar el proceso de Kryptonita, y cuando terminara todo eso, sí, volver a Ultratumba. Ahora, además, la editorial me lleva a todos lados. En el caso de Chamamé, era un libro esperado por el recibimiento que había tenido en Europa y por el hecho de no poder conseguirse acá. Quizás Ultratumba, o lo que venga después, no tenga la misma repercusión, y me parece que es responsabilidad propia hacer todo lo posible para no estar pendiente de ello. Pero, en verdad, es difícil. Hay periodistas culturales que me han dicho “ahora podés escribir la obra de tu vida y, por deporte, te van a venir a pegar igual”. La nota pasará a ser que escribas algo malo o que no estés a la altura. Son las reglas del juego. Desde mi lugar, trato de no perder la libertad y las ganas que tengo con lo que hago. Es obvio, quisiera que a todos mis libros les fuera como Kryptonita, es importante para poder dedicarte a esto. Pero mis búsquedas no son siempre las mismas; sé que en algún momento voy a querer contar otras cosas, tal vez difíciles de digerir, y eso no necesariamente puede tener una aceptación masiva como la tuvo Kryptonita.

Desde hace algunos meses surgió el debate en distintos espacios sobre las condiciones que ofrecen las editoriales más independientes y la posibilidad de establecer algún tipo de marco regulatorio al respecto. Vos que, si bien hoy laburas con Random, has publicado en editoriales más pequeñas, ¿cómo tomaste la discusión?

Es un tema complejo y, a la vez, muy personal. Si pude vivir en un momento determinado de mi literatura fue porque cuando me dije “me voy a dedicar a escribir” estaba en unas condiciones paupérrimas, acostumbrado a vivir con muy poco. Entonces, sí, una editorial grande te hace un contrato, te paga un anticipo; pero las editoriales chicas no van a poder conseguirte eso y tampoco se lo podés pedir. Una editorial pequeña no puede hacer un contrato calcado de una multinacional. Aun así, lo remarco: es una cuestión personal. Lo que me parece ya de mala fe es agarrar una opinión pública y utilizarla para eclipsar, por ejemplo, lo que pasó con la Feria de Editores Independientes, que fue un boom, y es muy necesaria en estos momentos de recesión. Como autor soy consciente de quién me acostó y con quien me acosté (…) No todas las editoriales son lo mismo, y hay que apostar por las editoriales independientes.

Pasaron muchos años de tu laburo en los talleres de Alberto Laiseca y, en el medio, has escrito varios libros. ¿Seguís reconociendo en tu prosa todo aquello que trabajabas con él?

Sí, todo. Incluso él mismo cuando laburábamos las consignas, en algún momento de charla, me decía: “Lo importante es que usted siga escribiendo” o “piense si de verdad quiere seguir el texto por acá”. Por eso, siempre está presente. Y si estamos acá hablando es porque yo fui al taller con él.


sábado, 24 de noviembre de 2018

Agustina Bazterrica: “La barbarie hoy está mucho más refinada”


Publicada originalmente en Revista Kunst

En Cadáver Exquisito, el canibalismo se materializa bajo un mundo dominado por el consumo. Allí, donde los límites entre el ser y los entes se angostan, un acto de amor pondrá a prueba el último gramo de humanidad que aún sobrevive en la tierra.


Ph: Eloy Rodríguez Tale





Son casi las siete de la tarde en el pasaje Tres Sargentos, a unas pocas cuadras del mítico Luna Park. El calor sofoca, acorrala, invita a replegarse hacia las medias sombras de los escaparates. El cielo, límpido, rebota contra los tablones de las cervecerías que, desplegados a lo largo de la vereda, empiezan a ocuparse de turistas. Un señor maduro que titubea entre una mesa y otra, levanta la vista y decide ceder el lugar que linda con la calle empedrada. El espacio es reducido pero cada tanto los autos se filtran, se cuelan fuera de ese gran atolladero de avenidas porteñas que llamamos “capital”. Agustina Bazterrica llega de buen humor, se maneja con confianza. Viste elegante y lleva colgando de la cintura la tarjeta de su trabajo. Mientras revisa la escasa oferta vegetariana de la carta del bar, habla de las repercusiones de su novela, Cadáver Exquisito, y de la agenda cargada de notas que tiene por delante. Muestra en su celular un mensaje de la hermana pequeña de una amiga. Una lectora no habitual que devoró su obra en casi cuatro horas y que le pidió que escriba un nuevo libro. “Ya está, me doy por hecha”, dice. Lo cierto es que su nueva obra, galardonada con el premio Clarín Novela 2017, no para de generar repercusiones. Enhebrada en la vasta historia de la literatura distópica, Bazterrica narra los días de Marcos Tejo, el encargado de Krieg, uno de los frigoríficos más importantes de carne humana. En una sociedad azotada por un virus que ha contaminado el consumo de carne animal, los tiempos urgidos del capitalismo, amainados por el creciente proceso de despersonalización social, han puesto sus brazos en el propio espécimen humano; en esa misma sociedad donde el otro ya no construye identidad, adonde la autoexplotación guía a las masas bajo máscaras de libertad.



Todos somos caníbales

En 1580 el filósofo francés Michel de Montaigne dio a conocer, entre sus vastos ensayos, un apartado dedicado a una tribu caníbal que ocupaba buena parte del litoral brasileño entre lo que hoy se conoce como São Paulo y el cabo Santo Tome, en el estado de Río de Janeiro. La comunidad en cuestión eran los Tupinambás, una porción guerrera de los Tamoios que habían ofrecido una importante resistencia a la ocupación blanca y que practicaban un particular y macabro ritual: comerse los unos a los otros. El canibalismo había surgido como respuesta al kuru, una enfermedad degenerativa que se incrementaba a pasos agigantados entre las mujeres y niños de la tribu. El ritual se ofrecía como un acto de afecto y respeto hacia los demás. Montaigne, sorprendido por la sacralidad ceremonial, entendió que su realización permitía demostrar que cada sociedad respondía a un sistema de valores únicos, el cual tornaba difícil establecer una línea divisoria entre la barbarie y la civilización. Bajo ese interrogante germinal, la filosofía política del siglo XVII y XVIII construiría un compendio de principios rígido y dogmático de la mano de Hobbes, Locke y, en especial, de J.J. Rousseau y su Contrato Social. La moral, de esa manera, venía a salvaguardar un estado de salvajismo latente; una inminente guerra perpetua entre unos y otros. A pesar de ello, cuatro siglos han bastado para reafirmar cuán relativo era el concepto de “civilización” que había enunciado Montaigne. El vigente sistema capitalista crece estimulando la explotación y la preponderancia del más fuerte; creando monopolios que precarizan las condiciones de vida de los sectores más populares en pos del culto a la libre competencia. Así, el mercado – como un reconvertido Leviatán – no necesita límites, es amoral. Bajo esa órbita, comernos los unos a los otros se ha transformado en una práctica diaria, estresante, que nos disocia y homogeniza; que borra nuestros rostros para amansarnos, como ganado, listos para ser devorados por ellos: los dueños de la moral, los mismos de siempre.

Por una cabeza

Marco Tejo es un hombre gris, rodeado de números y responsabilidades. Encargado del frigorífico Krieg, ha visto, desde la crudeza del hombre que observa y decide, cómo las cabezas de los animales fueron reemplazadas por rostros humanos. Un supuesto virus que ha contaminado a los especímenes obligó a la sociedad a redefinir su forma de alimentarse: ha optado por devorarse a sí misma. A la luz del imperante mercado, la industria de carne humana se ha normalizado: se compra, se vende, se cazan “cabezas” como recreación, se clasifican según etnia y edad. Marcos vive a la expectativa de la muerte de su padre, el hombre que lo formó. Extrañado, en un mundo nuevo que le acontece, debe lidiar con las excentricidades del negocio, con las presiones de su ex esposa, las mezquindades de su hermana y la impertinencia de sus sobrinos. Allí, en el oscuro y remoto hospicio de sus pensamientos, encontrará una señal de vida en Jazmín, una “cabeza” regalada que pasa sus días temerosa en el garaje, esperando, a pesar de los dilates, su final anunciado.

Agustina Bazterrica - autora de Matar a la niña y de los cuentos de Antes del encuentro feroz - delinea en su nueva novela un lenguaje dúctil, universal; capaz de condensar el terror, el drama, la empatía y la desesperanza. Desde la base de una investigación minuciosa y concisa, el descarnado relato de Cadáver Exquisito nos invitará por medio de planos, voces, imágenes y sensaciones a ponernos de cara a una realidad solapada, durmiente; una realidad que decidimos evadir diariamente, imaginando que no existe, que no es cierta, que no está.


¿Se puede entender Cadáver Exquisito más que como un novela distópica desde un planteo moral respecto de los límites de la idea de humanidad?

Mi intención no fue la de una novela panfletaria. Soy vegetariana, pero no una vegetariana modelo. Tal vez lo sería si fuera vegana, y una vegana muy concreta. Pero, además, me parece que el fanatismo es otra forma de violencia. Por eso no me interesó escribir algo así. Lo que sí me interesó fue reflexionar sobre un montón de cosas que ya venía pensando y pude volcar en la novela, de manera intuitiva. Después de escribirla, la analizas y decís: acá está tal razonamiento o este otro. La mayor línea de reflexión sería la del canibalismo simbólico: cómo nos canibalizamos los unos a los otros. Esa es una de las bases del “capitalismo salvaje”.

En una nota reciente en La Nación, José Emilio Burucúa hablaba de la necesidad de las preguntas acerca de la ética y el bien común, que se han ido perdiendo dentro de una cultura narcisista. ¿La novela podría ser una respuesta a ello?

Me interesa la cuestión global. Esto del canibalismo simbólico lo veo en el subte todos los días: en la Línea A nos maltratamos, nos vamos fagocitando de a poco. Y también lo veo en cuestiones más graves - que son las que más me impactan – como es la trata de personas. Ese es un ejemplo claro de cómo una persona en cautiverio puede ser fagocitada por otra, se le consume su energía. Y si no hay un cambio, en principio individual, pero que necesariamente se traduzca a lo social, vamos rumbo a la distopía. Aunque ya estemos viviendo muchas de ellas, grandes y pequeñas. Además, a mí no me saldría una literatura del yo. Me aburro de mi misma. No la leería yo, y menos pienso escribirla. Por eso cuando se me ocurrió la novela y el tema, empecé a pensar una historia, porque no me interesaba sólo hablar del canibalismo. Puedo describir un frigorífico, pero ¿qué más? Ahí es donde surgió la historia del protagonista.

No es una novela panfletaria pero la obra se inserta en contexto de mucho debate respecto del veganismo y la industria de la alimentación. Tal vez no hay cambio radical pero sí mucha más atención al respecto.

Hay una enorme resistencia en nuestro país, en especial cuando el asado es considerado sagrado. Es verdad que se habla más del tema, pero lo que suele pasar es que hay más reacciones negativas al respecto. De hecho, lo he vivido siendo vegetariana. En ese sentido, la novela también surgió de un cambio de paradigma a partir de dejar de comer carne. Cuando veo una milanesa o un pancho ya no se me conecta con mis días de niñez, veo un cadáver. Ahí surge la novela.

En una de las escenas de la novela, Marcos se enoja con sus sobrinos porque ellos están practicando un juego en el que se imaginan qué sabor puede llegar a tener él. Marcos se niega a comer carne y recibe la burla de su hermana, preguntándole sobre un supuesto veganismo. Allí parece quedar en claro que el virus que afectó al consumo de carne vacuna no impulsó al veganismo, solo implicó su reemplazo por la carne humana.

Totalmente. Lo que pasa es que, si bien hay casos aislados, no nos comemos de forma literal por una cuestión de tabú. Porque de hecho somos carne, tenemos proteínas. Es más, hubo tribus que lo han hecho y lo tienen aceptado.

¿Crees que la adicción por el consumo en sí nos ha hecho obviar cada vez más el producto y las situaciones que emergen a partir de él?

Sí, el tema es consumir, lo que venga y sin ver más allá. Por eso la novela se la dedique a mi hermano, Gonzalo Bazterrica. Él es chef y estudia todo lo relacionado con la alimentación consciente. Con esa alimentación entendés que no es lo mismo comer que alimentarte. Empezás a ver las etiquetas: ves cómo surgen y de qué están hechas las cosas. Ahí te das cuenta de qué es lo mejor para vos. Te informás sobre lo natural, lo orgánico, el impacto de tu cuerpo. Eso mismo lo trasladé a la carne, por eso dejé de comerla. Me di cuenta no solo del impacto negativo de la carne a nivel biológico; estás también comiendo un cadáver; ingiriendo toxinas y antibióticos. Y cuando te pones a investigar desde dónde viene la carne, te decís: yo no quiero formar parte de la matanza de tantos seres, de toda esa violencia. De la misma manera, en Cadáver Exquisito está cuestionado el virus que afecta a los animales. El protagonista lo cuestiona. Lo que hago es trabajar con esta idea, tan actual, de no cuestionar lo que pasa, incluso desde la política nos comemos cualquier verso. El consumo no tiene que ver solo con lo que introducís en tu cuerpo por la alimentación; cuando ves Tinelli estás consumiendo un producto complicado.

En uno de los capítulos centrales de la novela Marcos recibe el reproche de su hermana por no usar paraguas en la calle y exponerse a un posible contagio de parte de las aves infectadas. Ella, ante el descreimiento de su hermano, argumenta su realidad a partir de la difusión en la tele, en el discurso político y en el decir de los vecinos. Eso hace pensar que una “posverdad” que hoy puede perjudicar a un candidato político, en el mañana puede llevarnos a sumir en una realidad ficticia.

Construimos todo un sistema de creencias que sostienen nuestra propia realidad; las diversas realidades que hay. Así lo vamos justificando. Una de las reflexiones de la novela - al menos la mía - es que el consumo de carne está ligado al capitalismo salvaje. Cuando te comes un sanguche de jamón y queso estas comiéndote un pedazo del animal que sufrió. Si vos podés hacer esa escisión y no tener en cuenta de que ese jamón viene de un animal, podes también hacer esa escisión con tus pares. Los podés objetivar, despersonalizar; y de esa manera los poder violentar, violar y hasta ignorar. No lo vas a considerar un ser capaz de sufrir.

En relación a eso, ¿el virus que somete a la sociedad termina siendo un tema de fondo alrededor de una cuestión clave como es el comportamiento humano en situaciones límite?

Sí, porque lo que me llama la atención es el hecho de que aceptemos vivir sin cuestionarnos nada. Si realmente la gente supiera cómo es el proceso de faenado, probablemente dejarían de comer carne o al menos lo dudarían. Eso se puede trasladar a lo que sea. Las violencias y los maltratos se van acumulando, y así los vamos naturalizando. Este sistema nos atraviesa, tenemos que hacernos cargo de que somos hijos del capitalismo.

¿La crisis termina poniendo sobre la mesa muchas actitudes viles y miserables que parecen haber estado desde siempre en las personas pero reprimidas en pos de un comportamiento moral o una cultura?

Eso desde ya, otra de las líneas análisis de Cadáver Exquisito es acerca de eso que entendemos por moral o, si se quiere, la civilización. La barbarie hoy está mucho más refinada, no sé si la superamos en algún momento. Los actos de crueldad o barbarie están velados. Un bife en el plato está velando un acto de barbarie. Es verdad, no nos matamos de manera literal, pero en cierta forma nos matamos de manera simbólica. Nos violentamos permanentemente.

Además de la cosificación que implica convertir a una buena parte de las personas en “cabezas de ganado”, se advierte una transformación social más amplia viendo a ese grupo de personas marginales denominado “Los carroñeros”, que parecen perros de la calle esperando que alguien les tire un hueso.

Es que estamos programados para meter al otro en pequeños cuadraditos. Al no considerarte un otro con tus complejidades, yo te puedo discriminar. Y al discriminarte te ubico en ese cuadrado pequeño catalogándote como un “carroñero” o - como puse en la novela - un “negro de mierda”. Un término que en Buenos Aires gran parte de la gente usa muy alegremente. Se usa sin ningún problema. Esa fue una de mis reflexiones: con qué liviandad metemos al otro en un estereotipo vacío o lleno de negatividades.

¿Cuánto hay de causalidad entre Cadáver Exquisito y la creciente ola de neoliberalismo que tiñe buena parte del mundo avasallando los derechos de las personas más vulnerables?

Lo pensé de manera global. Con que haya ganado [Donald] Trump tenemos para temer, y mucho. El capitalismo nos afecta a todos.

Hay un elemento que parece central en la trama, que es el miedo, una especie de combustible necesario para que toda esa maquinaria funcione. Lo mismo sucede en el terreno político, cuando se implementan medidas de ajuste alegando evitar situaciones caóticas.

Es una de las grandes herramientas de todas las políticas, que se traducen en manejar a las masas. No es menor que se traduzca también en la alimentación, lo recalco; lo que comes es también lo que sos. No digo que todo el mundo pueda acceder a la comida orgánica, pero si pudiéramos hacerlo es posible que fuéramos algo más lúcidos. Si comes todo el tiempo comida de mala calidad pueda que pierdas la lucidez para ver algunas cuestiones. Uno de los problemas que existe es la información, porque hay maneras muy baratas de comer sano: por ejemplo, los germinados, a partir de semillas, que son lo más barato que hay en el mundo. Entonces, es parte del qué comemos, cómo nos alimentamos, qué consumimos y qué oímos. Hay que tratar de no dejarnos manejar tanto, aunque no sé si sea posible.

En los tantos comentarios que genera tu novela en las redes, muchos de ellos describen reacciones de sorpresa, angustia e incluso de morbo. ¿Crees que ese tipo de respuesta tiene que ver con que el texto desnuda muchas de nuestras intenciones internas o con la cercana realidad que proyecta la historia?

Tiene que ver con las dos cosas. Primero, los temas tabúes siempre generan rechazo y atracción. Por algo las películas de zombis – las buenas - tienen tanto éxito. Eso se mezcló con una narración acerca de un faenado en un frigorífico, que de por sí es impresionante, y lo es doblemente si se trata de un par tuyo. El tema de la impresión tiene que ver con el lenguaje narrativo que usé adrede. Cuando pensé en la novela, me pregunté qué tipo de lenguaje narrativo iba a usar, porque no siempre uso el mismo. Mi primera novela es completamente barroca. Acá, al ser un tema tan denso, quise plasmar una estructura de best seller con un lenguaje fácil de leer, muy narrativo y visual. La hermana de una amiga me decía que ella “veía toda la novela”. Eso es fundamental, porque la gente cuando la lee, la ve. Y eso genera aún más impresión, y hasta reacciones corporales, como una periodista que me dijo que le dio nauseas.

Curiosamente Cadáver Exquisito presenta muchas similitudes con una novela muy en boga actualmente como es El cuento de la criada. ¿Hay algún tipo de conexión entre ellas?

Cuando estaba por terminar la novela, mi novio, que es el encargado de buscar series, se encontró con la del “Cuento de la Criada” (The Handmaid’s Tale). Ahí nos fanatizamos y leí el libro. Y aunque haya escrito Cadáver Exquisito antes de conocer a [Margaret] Atwood, la novela tiene un montón de puntos en común. Ella decía en una de sus entrevistas que había escrito la novela basándose en cosas que actualmente ocurrían, no sobre algo fantasioso. En mi caso es igual, me baso en cosas que ocurren hoy.


Cuando en tiempo pasado aparecía la literatura futurista, daba la impresión de que esas problemáticas que introducían al debate estaban muy lejos de ocurrir en ese presente. La literatura distópica actual parece centrarse en cuestiones que guardan mucho de actualidad, que están latentes.

Las buenas distopías, al menos las que yo leí, están hablando de cuestiones que pasan en el momento. Así está 1984, que habla sobre los abusos del comunismo; Nosotros de [Yevgueni] Zamiatin, un autor ruso que fuera parte del partido y que tuvo que irse debido a esos abusos. El Cuento de la Criada habla de cuestiones que Margaret Atwood ya en 1985 estaba viendo y que hoy son súper vigentes. Lo mismo Un Mundo Feliz, que retrata las problemáticas de la industria en Inglaterra. En mi caso, trató de hablar de las cosas que me parecen problemáticas hoy: el consumo, los derechos de los animales, el canibalismo simbólico. Hay otro tema que quizás no toco tanto para no exponer la trama de la novela, que plantea hasta qué punto uno es capaz de llegar por el deseo, por ejemplo de tener un hijo. ¿Cómo querés tener un hijo? ¿Comprándolo? ¿Cómo? Hoy es un tema que está en boga debido a la cantidad de tratamientos que hay, de los cuales estoy de acuerdo. Pero son temas a pensar.

El protagonista, Marcos Tejo, vive por un lado atado a una inevitable partida de su padre y, a su vez, se relaciona con una cabeza, Jazmín, cuya muerte es inminente. ¿El lugar de él es un poco el del cruce entre la vida y la muerte?

Es casi intrínseco, nos estamos muriendo segundo a segundo. El tema es cómo queres vivir esa muerte inminente, que valor le das y como la ubicas. Para mí la muerte es una transición a otra cosa, quizás para otra gente sea un fin absoluto. En la novela, Marcos está atrapado por un montón de circunstancias. Por un lado el padre, que si bien no es una prisión, porque él lo quiere, lo lleva a trabajar donde trabaja. Después, la muerte impacta o no depende del valor que se le dé. Las cabezas no lo tienen, Jazmín no lo tiene. Mi planteo es que vivimos en un planeta repleto de seres, humanos y animales, donde ninguno quiere morir. Entonces, ¿porque tu muerte va a tener más valor que la muerte de una vaca? Pero así es como nos programa el sistema, para darle menos valor a una vaca o para darle más valor a la muerte de un Golden Retriever que a la muerte de un cerdo.

Allí lo simbólico termina decidiendo el valor de unos u otros aún siendo todos iguales.

Sí, creo que es el planteo de base en la novela, independientemente del capitalismo, Todos tenemos un valor y no lo estamos viendo, y educamos a nuestros hijos así. Cuando le das a tu hijo un plato de “Patitas”, le estas dando muerte. Ni hablar de McDonald’s.


¿Te cambió como escritora ganar un premio de la magnitud del Clarín Novela?

Sí, claro. No me cambió a nivel creativo y en producción: no soy mejor escritora por haber ganado un premio. Además, no es el primero que gano, tengo más de treinta ganados. Sí éste es el de mayor visibilidad. Pero, por ejemplo, el premio municipal es muy prestigioso y te da hasta una renta de por vida. Sinceramente, no me creo más por haber ganado el premio, pero lo bueno es que ahora puedo llegar a todo el país. El hecho de que te lea gente en Bariloche – como me ha pasado - para mí es maravilloso. Se trata de eso en realidad. Como escritora quiero que me lean, ya pasé la etapa donde quería que me leyera solo mi abuela. Ya está, sino no publicaría ni me presentaría a concursos. No haría nada más que escribir en mi casa y punto. Lo que te cambia, sobre todo, es publicar en una editorial como Alfaguara. Antes había trabajado en editoriales muy chicas. Y de repente ahora trabajo con un corrector. Lo que sí, publicar en las anteriores editoriales me dio un montón de experiencia, me posibilitó prensa, de otra manera ésto lo hubiera vivido con mucho más estrés, porque hay que aprender a dar entrevistas: a salir en la tele o en la radio. Te da una exposición con todo lo positivo y negativo que tiene eso. Y así, también, se abre un abanico de grandezas y miserias humanas.

Además, te pone en la expectativa tanto del mercado como de los lectores para que escribas algo de igual o mayor éxito al de Cadáver Exquisito.

Seguro. No sé qué surgirá. Por ahí este vaya a ser mi único libro bueno, y yo igualmente voy a estar feliz. Pero uno siempre busca escribir mejor, lo hice desde que empecé, no a partir de ganar el Clarín. Fueron muchos años: soy lenta, trabajo mucho las ideas, investigo. Por ejemplo, para la escena de sexo de Marcos con la carnicera, que serán dos o tres páginas, leí Lolita de [Vladimir] Nabokov, El traductor de Benesdra; releí La Sierva de Andrés Rivera y El Limonero Real de [Juan José] Saer. Todo eso para no caer en una escena porno o cursi.

Se nota en la novela que hay un conocimiento muy acabado de toda la industria de la carne, en especial del trabajo en los frigoríficos.


Para eso investigué mucho: videos, manuales de maquinarias, muchos institucionales. Había, entre ellos, un video tremendo donde mostraban cómo se tenía que trabajar a las tripas, las blancas y las rojas. Sí, hay un video de tripas. Esos videos los vi millones de veces. Leí montones de libros, hasta una tesis de un autor colombiano que se llama Pensar Caníbal. Todo relacionado con la temática. Me empape de ese mundo casi en un año y medio. Todo lo que caía en mis manos sobre canibalismo y derechos de los animales lo iba leyendo. Y muchos amigos escritores me mandaban textos por WhatsApp en ese entonces.

¿Y se logra salir rápido de un universo de tal magnitud como el de la carne?

Salí más o menos. Me siguen cayendo textos. Una lectora que trabaja en el mismo edificio que yo me vino a ver a partir de leer la novela, y me pasó varias entrevistas a veganos. Yo sigo leyendo. Me empapo. Me pasó con el libro de Fernanda García Lao, Nación Vacuna. Al que llegué cuando ya me sabía finalista del premio Clarín. Mi novio lo vio en una librería y lo leí antes de ganarlo. Y así, como ese, siguen apareciendo hasta hoy cosas al respecto.





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